Emilio Prados. Cerré mi puerta al mundo

 

Presentamos tres textos del celebrado poeta español.

 

 

 

Emilio Prados

 

 

MEDITACIÓN BAJO UN MISTERIO

¿Qué pupila interior
detrás del sueño erige
el hondo nacimiento de esta imagen?
¡Brotó, emergió, se clavó al cielo,
—sangre, cristal, espejo de su carne—
como flecha del tiempo
que de un arco invisible
escapara hacia el aire!
—¿Pero qué estrella busca?,
¿qué pájaro?, ¿qué flor?,
¿qué lejano enemigo
o qué fruta madura
donde dejar el triunfo
de su tino?…
—¡No lo sabe!
Vuela, vuela tan sólo,
emerge limpia de su espalda,
—flecha en recreación
de eterno en marcha—.
Su punta es fuego, y pluma
de sombra su timón
que en la luz raya
y en la noche funde.
Luego es sombra su punta
y con la pluma en llamas
vuela y vuela la flecha
ya en órbita, enlazada.
¡Es redonda! —¿Redonda?… Es infinita.
Se sumerge y emerge
a la vez que resbala,
busca, hiere,

y se deja quebrar
para nacer más clara
del fondo de su espejo
—sangre, cristal y cielo de su carne—,
como imagen al sueño
que sin sueño soñara.
—¿No es todo pensamiento?…
Bajo el pensar sus alas
viven presas…

Y es libertad
lo que a la flecha arrastra.

 

 

CERRÉ MI PUERTA AL MUNDO

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño…
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.
Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.
Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.

 

 

NEGACIÓN

El vampiro del sueño
te ha chupado la sangre.
No suena la palabra
en nuestro encuentro,
y es demasiado gris el aire.
El idilio de cera
ha durado bastante.
Pesa ya demasiado
la tierra de la Noche
sobre la irrealidad
de nuestro instante.
El sueño decolora los trajes,
da arrugas al presente,
y corta nuestros pies
al invitar al baile.
Es, en él, el futuro
—a través de la bruma
cansada de su tarde—
el eco de un deseo
reflejado en la fría lámina
de su estanque.
Carnaval de ceniza
con careta de alambre.
«Sainete de las Sombras»
y «Tragedia de Nadie».
Cuando por él me alejo,
cansado inútilmente de abrazarte,
parece que la Muerte
pasea entre los dos abanicándose.
Y nuestros besos densos
con trabajo se abren,
como flores de yeso,
sin pistilo ni estambres.
El idilio de cera
ya ha durado bastante.
Caracolea el día
con sus crines de esmalte
y el abanico de oro
abre su varillaje.
¡De la Ciudad del Sueño
seremos emigrantes!
Preparado está ya
e impaciente el sensible trineo de mi carne.