

Presentamos un texto clave de la célebre autora y principal representante del naturalismo en España.
Emilia Pardo Bazán
ODA
¡Ficción, brillante Diosa! Rasga el velo
que al poeta prestaste,
y aléjate callada.
Ya que a la sacra voz del patrio suelo
vibra el arpa olvidada,
despiértela del sueño en que yaciera,
único numen, la Verdad severa.
¡Oh, Verdad! ¡Ansia eterna, paraíso
prometido al mortal! Tus resplandores
la frente iluminaron del que quiso
sendas al pensamiento abrir mejores:
del que armado de crítico escalpelo
con firme pulso disecó la vana
retórica que en aulas se aprendía,
y —de nombre no más— filosofía
era disfraz a la ignorancia humana.
¡Palabras solamente! A tal confuso
montón de frases arrojado al viento
llamaban el sofista y el iluso
sublime concepción del pensamiento:
en árida, capciosa sutileza
el ingenio español, extraviado,
se agotaba y estéril revolvía
girando sin cesar sobre sí mismo:
y de la luz del día
como el ave nocturna horrorizado,
sellaba la razón con el candado
del viejo dogmatismo.
***
Velo Feijóo. Con generoso alarde
dice «atrás» al error, «marcha» a la idea,
«libre vuela» al espíritu cobarde,
y a la tímida ciencia «avanza y crea».
Y radiante la faz, y el alma henchida
de entusiasmo y de unción, tiende la mano
señalando la gran Naturaleza.
«Dad», les grita, «al olvido
tanto sofisma vano:
campo es el Universo, a la mirada
de los contempladores siempre abierto,
cuya magia y belleza
nos revela un Artista soberano:
su atenta observación es rumbo cierto;
la hipótesis es nada».
***
Y a su voz, como cría de altanera
águila, en breve jaula detenida,
si los hierros quebraron
de su estrecha prisión, rauda y ligera
se lanza a los espacios y a la vida,
así, sedientas de tender su vuelo,
las ciencias se elevaron
con un grito de júbilo hasta el cielo.
Sin trabas ni recelo
la física estudió los naturales
fenómenos, a leyes reducidos,
por su misma unidad más colosales;
rasgó la medicina sus anales
y escéptica emprendió la nueva vía;
globos y mundos registró sin cuento
en el éter azul del firmamento
con telescopio audaz la astronomía:
y distinguió la atónita ojeada
en el espacio escrito
con refulgentes letras siderales
este verbo «infinito».
***
Mas no sin combatir ganó la palma
de la victoria el sabio.
Cual víbora sedienta
cebó la envidia en él rabioso labio:
y como tras la calma
en el mar se desata una tormenta,
sacudiendo mugientes oleadas
contra la escueta roca,
injurias y libelos a bandadas
en el firme peñasco de su alma
se fueron a estrellar con furia loca.
***
Impávido los vio.
Jamás rendido
de la verdad el campeón vacila:
antes, por alta mano sostenido,
camina al ideal apetecido
que en lejano horizonte se perfila.
¡Gladiador del porvenir valiente,
que nada tu fe robe!
Si te ciñen espinas a la frente,
di, como Galileo: «E pur si muove!».
***
¡Filósofo profeta! ¡Si te fuera
dado que retornases a la vida
y vieses ya cogida
la rica mies, cuya semilla acaso
sin esperanza derramaste al paso!
Hoy, lozana do quier, do quier florida,
se propaga la ciencia,
como tú la pensaste,
en el hecho fundada y la experiencia:
de base tan segura
surge el Conocimiento, lentamente,
como en el mar Pacífico está el diente
del pólipo creando
un nuevo continente.
Poco a poco, sus velos desgarrando
va la Naturaleza:
y cual el relojero
que fabrica el reloj pieza por pieza
para después organizarlo entero,
así dato con dato se eslabona,
y la cadena el pensador uniendo
especula y razona.
***
Si pudieras alzarte
y arrojar tu sudario,
¡oh, genio del análisis!, ¡qué vario
y grandioso espectáculo mostrarte
lograra Europa!
El rayo aprisionado
por un hilo sutil veloz camina,
mensajero del raudo pensamiento:
del buque en el costado
y del tren en el seno chispeante
enciérrase una fuerza misteriosa
por la cual ya ni el viento
ni la distancia teme el caminante:
el químico analiza
desde el breve infusorio y la flor bella
hasta la brisa que las olas riza
y el resplandor de la remota estrella.
Con fuerzas de gigante
la inteligencia a la vivaz materia
sujeta y tiraniza,
y el hombre casi olvida su miseria.
***
De tanta y tan magnífica conquista
solo escuchar la lista
quizás haga a tus huesos,
¡oh, Feijóo!, estremecerse de alegría,
allá en la noche de la tumba fría.
Mas no eleves la frente,
no alteres tu reposo:
que si tiendes la vista
un siglo encontrarás inteligente…
¡pero no venturoso!
***
Jamás tu natural filosofía
trocó tu corazón en un desierto:
siempre guardó tu entendimiento claro
la llama de la fe, bendito faro
que te tornaba al puerto.
Hoy… ¿Cómo te diría,
sin apenar tu espíritu sublime,
la fiebre y la locura,
el hondo malestar y la amargura
en que este siglo gime?
Edad de transición, de sorda pena,
de lucha de encontrados intereses
y escéptico dolor, a su cadena
amarrada, cual nuevo Prometeo,
dudando hasta de Dios y de su alma,
ha perdido la calma
y le resta el deseo.
¡Mil veces sabio tú, que respetaste
del hombre la conciencia,
y que, sin deshojar una creencia,
asido de la mano, le guiaste
al templo de la ciencia!
¡Mil veces sabio tú! Cuando el misterio
profundo, inexplicable, de las cosas
abrumaba tu mente,
en extático anhelo
alzabas tus miradas hasta el cielo.
¡Sabio mil veces! El poder divino
lo explica todo al que la fe respeta.
Habla Feijóo… «¡La ciencia es el camino,
pero Dios es la meta!»