Elvira Hernández. Se acabó la magia

 

Presentamos algunos textos de la reconocida poeta chilena y Premio Nacional de Literatura.

 

 

 

Elvira Hernández

 

 

SE ACABÓ LA MAGIA

Se acabó la magia,
la chicha de quelguén
el ñachi dulce de animal amigo.
Y en la traguilla del recto
el tabaco bienhechor.

Pasaron ya las horas de la siesta.

Acurrucados
en el enrucado trecho de muslos y codos.
La greda enloquecida bajo los boldos.
Y un latido de pez acabado en las aguas.

No hablará ya la luna por más que
se acuchillen caballos en la boca oscura
de la noche.
Ya no reiremos degustadores de la euforia
el ángel azul se ha ido de la tierra.

Pasó el tiempo.

Los grandes laboratorios tienen hoy el festival
la pepa de oro de la consolación.

 

 

PINTARRAJEADA, RAJEADA

pintarrajeada
rajeada
empielada una y otra vez con tintes
raspada
desconchada
sucia basureada
llena de humos como una mujer burguesa
me doy en arriendo
por la noche me tapan los periódicos el cadáver
por la noche me ocupan los vagabundos
me meten fierro
se ocultan por mis cuatro costados
abiertos mis forados son cuevas de ratas
allí se caen los hombres muertos
resucito a los impotentes que caminan la noche
a los que se levantan en vela y apagados
en la mañana
a todos les doy un aire un agarrón
son cosa mía
su madre soy
LA CIUDAD QUE LOS NUTRE

 

 

RESTOS

¿Encontraremos los pelos de la vergüenza
las escamas óseas de una verdad agrietada
la vértebra de nuestra historia?
¿Estará en algún lugar del territorio
la mano de la justicia o solo seremos pasto
y gente que escobilla sus trajes?
¿Algo de valientes plaquetas quedará
en la sangre fresca –algunas palabras–
o solo seremos pala de sepultureros?
Los niños corren en busca del Tesoro Escondido
de su Pasado.
¿Los detendremos?
Sí.
Los arrojaron al mar
Y no cayeron al mar
Cayeron sobre nosotros.

No todo lo que vuela (Norma)
No todo lo que vuela
es pájaro.
A veces lo que piensas
alcanza una pequeña altura.
 

 

CUIDAD INTERIOR

No puedo ser otra que la pensativa del Patio de los
Callados, la llorosa del Parque de los Reyes,
la olvidadiza
ni otra
que la que recoge papeles con sangre
ni aquella que no quiere el balazo solipsista
porque nada desaparecerá
A ratos soy la misma, la Una, la del espejo
que camina con una araña en el ojal
la sombra
que se pegó al hombre que dobló la esquina
y duele su cuello guillotinado.