Elizabeth Schön

Edad del fuego e Himnos nacidos

La múltiple sonoridad

 

Por Javier Alvarado*

 

Con los dedos recogemos las raíces.
Con el alma vigilamos
lo que no descubre la mirada.
E.S.

 

En el pasado 2021, se cumplió el centenario de la gran poeta venezolana Elizabeth Schön, de la cual he tenido referencias a través de la poeta amiga, María Antonieta Flores y a la cual he podido leer en antologías de poesía de Venezuela.  Además de la poesía, cultivó un teatro enmarcado dentro de la corriente del absurdo y el género ensayo.  Por su obra, recibió en 1994, el Premio Nacional de Literatura.

Leyéndola y releyéndola asalta al lector primeramente la hondura de su voz, sus acentos que brotan como del interior de un pozo donde podemos asomarnos y observarnos a nosotros mismos y a la vez, contemplar una vasta naturaleza que se bifurca, que nos fecunda y que nos entrega sus paisajes y sus criaturas.

Ella podía cultivar el verso y el versículo, con una maestría innegable.  El corto y el largo aliento y las respiraciones sosegadas. Todo existe y fluye en un corifeo de belleza, con una intencionalidad en uso del lenguaje como nos dice David Arbesú en su ensayo “Elizabeth Schön: lírica, simbolismo y género”:

“No se entiende la obra de Schön sin ver que su aporte más valioso está “en la utilización del lenguaje —como forma de rebeldía y evasión—“

En su escrito titulado: “Retratos que se revelan para recordar a Elizabeth Schön”que apareció en el diario El Nacional, la poeta Edda Armas recoge un bello testimonio de la poeta  Ida Gramcko:

“Sumo a su evocación, la sabia palabra de Ida Gramcko, cercana compañera en la vida desde adolescentes en Puerto Cabello: “Elizabeth Schön ha encontrado su personalidad. Fresca, gentil, elemental, situada en la naturaleza y viviéndola como símbolo de la belleza y de veracidad, la emoción y el afecto los experimenta dentro del cálido paisaje y las existencias menudas son como recipientes o señales de lo que ella contiene. Su no morir, su no caer, despunta en ella tierna y simplemente, sin ánimo intelectual, y la perpetuidad es como el musgo que abriga al pichón recién nacido. La perseverancia para con lo que somos, la tenacidad para con nuestro ser, su ejercicio constante, sus actos fieles, los ve Elizabeth Schön en lo minúsculo, en lo vegetal, en lo silvestre”.

En una entrevista realizada por Laura S. Leret, Elizabeth Schön cuenta sobre su amistad con Ida y Elsa Gramcko:

“En Puerto Cabello vivía una colonia de descendientes de alemanes, allí conocí a Ida y a Elsa Gramcko todas las tardes ellas salían con su papá a casa de las tías y yo las veía pasar desde el balcón de mi ventana, y me decía, estas se ven inteligentes y ellas se me quedaban mirando. Un día en la iglesia Elsa le regaló una tarjetita de su primera comunión a mi hermana y mi hermana le regaló la suya y así comenzó nuestra amistad.”

“Yo me sentaba con Ida Gramcko a leer a Azorín, a los escritores españoles de la época, yo tenía que acompañarla y leer todo lo que ella leía, siempre fuimos muy unidas, sobre todo con Ida quien era la más necesitada de cariño. Yo le di todo el cariño que pude, te digo sinceramente es la mujer más inteligente que he conocido, tenía una memoria… era un monstruo.”

Hermosas palabras desde el nacimiento de su amistad hasta sus desapariciones físicas.  También nos queda hacer en un futuro próximo, una valoración sobre Ida Gramcko.

Elizabeth Schön, por otra parte, también indaga en la cotidianidad del amor y en sus divinos fermentos:

Esa cercanía tuya sobre mis ojos
esa presencia diaria de tu mirada
esas historias repitiéndomelas
constantemente al oído
me hicieron comprender
que en cada palabra
viene prendido un ruego
un sollozo
un mensaje
casi nunca advertido.

Descifrar los gestos, las palabras, las acciones.   Hay un palimpsesto o un mensaje cifrado que hay que descubrir, que se despeña sobre las ansias, sobre la presencia y la espera.  Una cacería de lo amatorio y en el poder:

PODER ES CACERÍA. Cacería es presa moribunda, animal para conservar: trofeo que no siempre abastece la necesidad amorosa de los hombres.

La cacería ofrece su alimento a cada habitante del mundo: espacio, albergue, comunicación, fruto.

Pero el corazón no cesa de exigir porque la presa es distancia de horizonte, óvalo de tierra, círculo del sueño.

El corazón no deja de exigir su presa.  No puedo dejar de evocar el título de aquella formidable novela de Carson McCullers: “El corazón es un cazador solitario”, siempre en su devenir, en sus latidos, hay pulsaciones y torbellinos, estrategias, estratagemas, planes y sentimientos para cazar y ser cazados:

Armas que al cesar
provocan el encuentro
de la hoja con la raíz y el aire
y los hombres que giran,
y van de un comienzo hacia otro comienzo
sin más término, principio, fin.

Hay un apego a lo telúrico, a lo verdemente vivo, a una naturaleza que se expande desde su materia vegetal hasta lo anímico; otorgándole palabras a los árboles, a los ríos, a los roquedales, a los llanos inmensos.  El gran universo de la poesía venezolana se me presenta en múltiples ocasiones y a él, me acerco siempre indagando y maravillándome por el gran verbo que tienen sus creadores.   Seguimos en este 2022, celebrando a Elizabeth Schön y yo aguardando poseer alguna antología enteramente suya o alguno de sus libros para seguir deleitándome con esa “múltiple sonoridad” de la cual habló en uno de sus versos-palimpsestos.

Ocú, martes 4 de enero de 2022.

 

 

 

Selección de Elizabeth Schön

 

 

El alma pregunta: ¿quién soy?, ¿quién es esta multitud que hierve en mí, como la espuma de un pozo intransitable?

Y el silencio la cubre, con la humedad de las hojas caídas.

Le nacen barcas y se pierden en los garfios del espacio, galas y retoños se mueren sin saber de dónde llegaron; sujeta un sentimiento y se le escapa a otro cuerpo, coge una idea tal cual la sardina apresa el oro de la luna, y emprende un viaje al mundo. Cuanto contempla se aleja sin lograr detenerlo.

Se devana en buscar su origen y mientras está más sumergida, encuentra que cuanto la cubre es un gobelino zurcido que la fecunda.

Podría decir. Soy una multitud. Se me adhieren las ideas, los fervores y cuanto existe, sin poseer un centro único y mío. Cada pájaro, hoja, página que me ronda es un lago ignorado que marcha a la vida o se consume dentro de mí. El yo no es mío, se me disuelve al encontrarme sujeta por la belleza, la humildad, las aves y los deseos que me cercan.

Si alguien grita: Soy, desconoce que ese ser es una multiplicidad aprisionada en busca de salida.

 

De La gruta venidera

 

 

 

Reverbera la actitud tendida desde el comienzo.
Resalta la paciencia comprendida en la extensión.
Resuenan los contrastes
y se esparce el crecimiento
y se diluye la exaltación.
Ya se desecha lo ampuloso
y se amplía lo simple.
Los ejes han cambiado.
Ha despertado lo intocable.
Ahora anda lo congénito
entrañando sabidurías que irrumpen
cargadas de alborozo y libertad.
Están siendo abandonadas las constantes antiguas
para que se vuelque
el lado abierto de lo nunca amado antes.

De En el allá disparado desde ningún comienzo

 

 

 

Esa cercanía tuya sobre mis ojos
esa presencia diaria de tu mirada
esas historias repitiéndomelas
constantemente al oído
me hicieron comprender
que en cada palabra
viene prendido un ruego
un sollozo
un mensaje
casi nunca advertido.
Conocí por esa insistencia tuya
sobre las vegas
los cultivos
y las nubes frágiles del tiempo
que en la hoja está la hoja
en el verdor el verdor
y es solamente en el corazón
donde hallamos
y guardamos lo más amado
propio, imborrable.
Así
me fui dando cuenta de un detalle
no hubo afinidad mejor
ni más fiel que esa nuestra
nacida entre las brisas
las nieblas
las lejanías
y los instantes en que junto a mí
explayabas las alas
y una larga espera se acentuaba
un deseo latente me recorría
y si ya estuvieras de regreso
te habría de servir el agua
preparar la verdolaga
recibirte.

De Incesante aparecer

 

 

 

El artista conoce de atajos, aros, trueques, dependencias y cada vez una otra valla se le acerca y hasta lo domina.

La humildad pasa inadvertida; no encuentra obstáculos. Vive de la hondura silenciosa de una calma poco asequible a los oropeles de las espadas y los cobres.

El amor anda lento. La precipitación pertenece al que no mira, ni escucha, ni atiende.

Oír, ver, atender, requieren espacios yendo hacia otros aun lineales, definitivamente curvos, erizados.

El amor no se agita en mil rocas rodantes. Disipa con quietud de hierba y suaviza cuando frente a los rostros responde sin sobrepasar el rostro, ni frotar la piel con la tiña que seca por completo.

De Concavidad de horizontes

 

 

 

Jirones de tablas
caen entre rocas empapadas.
Dorsos inmóviles carentes ahora
de la incambiable cercanía,
se ausentan del blancor terrestre,
espacial, círculo.
Entonces,
¿cómo clamar,
cómo decir,
si la voz y la palabra se han hecho
inerte soledad de andamios
sin ríos ni aves?
La mano junto al eslabón
retiene el himno del sudor combativo.
Se ignora si un sol habrá de sembrar
donde la cabeza no cambia ni se sacude.
Cabeza de estallidos
con las venas hinchadas de ferocidad,
con el corazón donde se apelmazan
los despechos nacidos
junto al aire de los velos,
junto a las rejas de caprichosos torsos enmohecidos por el ensimismamiento
constante de la postura.

Mudez para el que se aleja del sol
y halla la entrada.

De Ropaje de ceniza

 

 

 

En todo atardecer
la quietud ligera del fin
la piedra sin seguirlo
La piedra junto a la hierba
El secreto de los cielos
en los cielos todos
El fin en el fin
que es fin
en las líneas de las astillas
en las hebras largas
tendidas fuera
entre la múltiple sonoridad.

De Aún el que no llega

 

 

 

Diminuto en lo lejano
Grande en lo cercano
No toca ningún otro espacio
que no sea el suyo propio
de azabache solitario
nunca alejado de sí mismo
siempre comenzando igual al día
a la noche.

De Aún el que no llega

 

 

 

En el amanecer de las hierbas
la línea sigue siendo línea de dobleces
entre los aromas de la tierra
y la imprecisa claridad de los rastros.

De Aún el que no llega

 

 

 

¿Dónde está la espada que se incorpora y dice:
la vida no le pertenece a un único baluarie
ni a un único ramaje?
Calificada ascua
encendiendo los bulbos claramente vivos de la fe
Entre lajas abiertas
en franqueza roja, activa
Entre hilos de estruendos
y asaltos penumbrosos
Con la sangre y los donaires
de indomables valentías
¡Tablón sobre la veloz corriente del oleaje!
¡Cuánta violencia en sus bordes de filos montañosos!
¡Cuántas pieles agujereadas
por sus destellos de curvas indetenibles
y cuánta memoria en su mentón de rostro
que borra el tiempo inabordable!
Portando los que marcharon
y ya no se escuchan
los que hablaron
y quedó el silencio de postura intraspasable
es posible recortarla
en arena de menudos musgos sobre la hojarasca
En las cosas que se esparcen y cambian
En el acanalado de la primera piedra y el rito
En la aldea de aires en los dinteles
y brisas en las puertas
La espada, delgada, decidida
no sabe que el agua vive agua
y que al árbol vive árbol
En los linderos calientes del alma
Entre las pupilas lerdas de la historia
y el trajín de las manos
que jamás abrieron zanjas
Junto a las campanas que prolongan
lo legítimo de la espera
y los dedos que tantean
lo imposible de asir
porque permanece en el silencio sucesivo
de lo invertebrado sumo
En el pálpito que no reconoce
la muerte blanca de la fantasía
con las hojas dentro
como pasadizos inexplorables
Entre las sutilezas de los extremos
De una edad de fuego e himnos nacidos
por la ceguedad de las durezas
Con los pueblos tatuados
por el volcán de los yelmos y los escudos.
¡Entraña refulgente del metal!
¡Fulgor de lo justo amado otro!
Elevando la ferocidad de sus ancestros
Lanzando el terror del rencor primario
Arcos fuera de sí
midiendo el blanco de su atención
Andando sin tocar
lo intocable otro
que nos sostiene
Ésta, rebelde, audaz
entre la hondura clara de las aguas
y la nítida señal del acercamiento
Espadas que enlazan el amor
hasta encontrar el azul-lila del albedrío
y el anillo guía de las corrientes
Armas que al cesar
provocan el encuentro
de la hoja con la raíz y el aire
y los hombres que giran,
y van de un comienzo hacia otro comienzo
sin más término, principio, fin.

De La espada

 

 

 

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*Javier Alvarado (Panamá, 28 de agosto de 1982). Ha obtenido premios nacionales e internacionales de poesía como la Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba, Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011, Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua, Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012. En 2014, un jurado conformado por el poeta español y Premio Cervantes, Antonio Gamoneda, el poeta peruano Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos de Ecuador, le otorgaron el Premio Medardo Ángel Silva a obra editada por su libro Carta Natal al país de los Locos. En el 2015 obtuvo el premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas. En 2017, obtiene el Premio Hispanoamericano de poesía de San Salvador, Premio Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala 2018. Mención de honor Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.  I Accésit del Premio de Poesía Virgen del Carmen en Alcañiz, España, 2020.  En 2020, una traducción de sus poemas y de la poeta colombiana Lucía Estrada, realizada por Russell Karrick, obtiene The Gabo Prize for Literature & Multilingual Texts juzgado por el aclamado poeta de Estados Unidos, Ilya Kaminsky, organizado por la revista Lunch Ticket y Antioch University Los Angeles.  Accesit del Premio María Fonellosa sobre discapacidad, organizado por la Unión de Escritores de España. Cuenta con dieciocho poemarios y tres antologías publicadas.

Elizabeth Schön (Caracas, Venezuela, 30 de noviembre de 1921 – 15 de mayo de 2007). Poeta, dramaturga y ensayista. Ha publicado los poemarios: La grut ... LEER MÁS DEL AUTOR