Elianne Santiago

Para olvidar

 

 

 

 

 

LLAMADO

 

Nomenclatura de lo frágil:

este cuerpo estremecido

bajo el rigor de la fiebre,

las astillas en cada coyuntura,

el fatigado aliento;

 

este dejarse vencer

de buena gana

sin oposición

bajo el trepidante

galope de la sangre.

Mas, si no pulsara la muerte

cada nervio,

si no faltaran el aire

y el sosiego de continuo,

no nos dejaríamos

rendir dóciles:

 

nos engulliría lo ilusorio

de esta porcelana

de bodegón,

inmutable y fría,

el arraigo a este dominio

de aserrín y vanidades.

 

Por eso, a tu llegada,

Muerte,

no he de rehuir tu llamado,

me dejaré tomar:

paloma presta al degüello.

 

Retornaré enamorada

a los ojos que no miré

por vez última,

abrazaré la noche

y desandaré el camino

de los trigales

tras la siega.

 

Nodriza que amamanta

a otra vida

lo que más amado

me fuera.

 

Nada temo.

 

Pero, antes, hacer mío

el más callado roce

de las horas

sobre mis pupilas,

transitar el musgo

descalzos los sentidos,

recorrer morosa

la marejada

de otro cuerpo.

 

Hacer del más mínimo

reducto de dicha

una celebración.

 

Oficiar el acto

donde el Nombre extienda

la albura del silencio

para reescribir

la propia historia.

 

Ser el milagro

de una palabra,

donde ya nadie

conjura tormentas

ni avanza sobre las aguas

por obra de la voz.

 

Ser gacela en brama,

hoguera danzante,

salvaje insurrección

contra el orden trivial

que gobierna las cosas.

Surtidor sobre este yermo

que escuece la carne.

 

Granada de tajo

derramada,

desangrada:

encendido néctar

al convite de los días por venir.

 

Dulce manjar a entraña.

 

Resucitada.

 

 

 

 

AHÍ DONDE LAS PESADILLAS…

 

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.
(Mateo 5:6)

 

Ahí donde las pesadillas

no puedo amar,

debo conformarme

con la soledad de mis huesos,

el escándalo de su luz desierta,

el disparo de una niebla espesa,

y morir atravesada por una jauría de lava

adueñándose de los caminos.

 

Dejarme estrechar por la angustia

de un torbellino sin deriva

para beberme toda de espanto

en un licor de añejos porvenires.

 

Porque la desgracia vino,

se empozó en mi sangre,

la hizo su destino.

Y, maldita de silencios,

sembré la muerte.

 

Pero en la enhiesta

cicatriz de mi osario

reluce la vida,

tomada por el viento

cual vasija de ensalmos

contorneados por la noche.

 

Porque soy la furia insepulta

que me habita,

el escándalo de plagas

sobre la resurrección de mi cadáver

que aún busca el néctar de los insaciables,

los sedientos de justicia

a la espera

de redención.

 


 

 

PARA CREER

 

Somos dura coraza

sobre territorio en guerra,

prestos al hurto,

la avaricia, el cobalto

de la disección continua.

 

Pero tanta amenaza

esfuerza la carne,

la escuece en rigores,

somete el imperceptible

gramo de cendal

que es el alma

y la retrae.

 

Queda el reducto

de un invisible

tremor de alas

en pleno descampado:

la pavura.

 

Solo otra piel próxima

deshiela el ártico

de tan impenetrable ovillo.

 

Pulsa con la lengua

la celeste moldura

y enciende

la cúspide del placer.

 

No fuimos hechos

para andar a solas,

mendigando una cornisa

a los temporales.

 

Se nos desbarata

todo intento

por edificar trincheras,

en soledad.

 

Por ello cruzamos instantes

con otros campos minados

y, a ratos, cedemos las armas:

nos dejamos vencer.

 

Para mentirnos

que es posible

una conjunción de miradas,

la revocación final

del estatuto de las conveniencias.

 

Para creer,

dejar caer la coraza

y mostrar la palpitante

marejada de ese animal

herido que se debate,

pecho adentro,

aún vivo.

 

 

 

 

LA BELLEZA

 

Niña de polen

multiplicada en fulgores

al mínimo soplo.

 

Danza invisible

a los ojos de las horas.

 

Florece para nadie

sobre árido terruño,

pero defiende su aroma

ante las impetuosas

crines del viento.

 

Se confía a las alturas

y, por un instante,

abraza lo eterno.

 

Demasiado pronto

llega la noche

y bebe toda su luz

para apacentar estrellas.

 

Combada gracia

amanece.

 

Bajo la ráfaga de la mañana,

las multitudes

atropellan sin reparo

la anónima majestad

de su belleza.

 

 

 

 

NO LA MISMA

 

Pesa el tiempo,

la porción de carne y espina que somos,

la raíz que nos ancla a este revés del mundo,

en que nada es lo que parece

al vertiginoso ritmo de la podredumbre

y la convulsa travesía de la sangre.

 

Liviana,

me desarropo de esa piel de historias

que supuse ser algún día:

nada queda como probable de su existencia,

sólo memorias desteñidas que el viento desbarata

en otoños de inciertas mutaciones.

 

Las palabras, ramilletes de marchitos lirios,

desgajados en manos de la inocencia.

Los rostros, un señuelo de bondad

que, al final, ni voz ni fantasma.

 

Alguien en la lejanía susurra mi nombre.

Vuelvo el rostro,

pero ya no soy la misma.

 

 

 

 

PARA OLVIDAR

 

Dormir para olvidar

esta finitud de islas que somos

y retornar al día

en que los charcos no eran aciago imprevisto,

sino la osadía de un arlequín en pleno acto;

el amor, no un ave herida

de oscuros presentimientos,

sino el azul de un cielo extendido a perpetuidad.

 

No tener más memoria que la del viento

anunciando el advenimiento de una promesa.

 

No temer cada noche al espanto de sabernos

cada día más solos.

 

Elianne Santiago Estudió la licenciatura en Letras Latinoamericanas (UAEMéx.) y es licenciada en Psicología (UVM) ... LEER MÁS DEL AUTOR