El ojo de la muerte
El lecho
Este es un lecho,
digo.
Y sé que no fue un lecho,
sino
un acantilado
batido de espumas y hogueras
de delirio;
bosque donde el amor
atronó
con torrentes de espadas
y tropeles
de animales en llaga.
Ahora, solamente,
barco inerte
encallado en fango de estupor,
coágulo gris de espacio.
Pero aquí sumergió el tiempo
sus témpanos de llamas.
Aquí se desgarraron los arneses
de seda de la carne.
Y, en la blancura de la almohada,
tu cabellera fue
como un río de trigo
desbordado en la nieve,
a una enredadera de soles
y relámpagos.
(Todo es revelación
reiteración,
refracción
del incesante vaho de la sangre,
formas que asume el vértigo
para reconocerse.)
Aquí fue la batalla
y la derrota.
(La transfiguración,
no la victoria,
permite sólo el tiempo.)
¡Ah palacio invadido
por las vegetaciones del fuego
y del tormento!
Aquí estuvo tu cuerpo,
como sobre un bloque de sal
un látigo dormido de diamantes.
Tu cuerpo que desata los oleajes
e invoca las potencias
del huracán
y el sismo.
Tu cuerpo en el que afila
el halcón
el dardo de sus ojos.
Devastación
y flores
llovió aquí.
Crujió este lecho al peso de los cuerpos
como un inmenso escarabajo pisoteado;
como las raíces de un pino
que se suicidara
dando un súbito salto;
como el eje del mundo.
Al pie,
despojo triste del océano,
tus prendas interiores,
como un puñado de mariposas abatidas…
Este es un lecho.
Miro este espacio inerte,
y sé que hubo un instante
en que nos demoramos,
en que nos devoramos,
pero sin consumirnos…
mil 970
El ojo de la muerte
como el espejo
tiene la ilusión del fondo
pero no otro lado
brillo de la obsidiana
fijeza inmemorial
transparencia sin interioridad de lo inerte
nada circula en él
ni el trazado de relámpago del instinto
ni el ardor indeciso de la lágrima
ya para siempre ausente
la vacilación de la luz del pensamiento
nada circula en él
todo resbala afuera
como sobre un bloque de hielo
no se trata de una expiación
ni de poner a prueba la resistencia de la cuerda
sino de la condición flamante del acero
que por serlo
tiene que despertar
la intransigencia asesina del óxido
ay porque desde que la respiración
instauró la estela del navío
su inexpresiva mirada de carnero
nos taladró hasta la médula
nos puso en el alma semillas de girasol
para que únicamente siguiéramos
absortos
la trayectoria de su planeta de apagadas antorchas
en realidad ese ojo no ve
¡pero nos obliga a vernos!
Islas de tiempo
Imprevisibles salpicaduras de vino en el desierto
mil 970
Currículum Vitae
¡Todo fue impredecible!
Gocé y sufrí entre las zarzas de la necesidad
(¡Nuestra fatalidad consiste en la libertad!)
Si todo irradia de mí
con el resplandor doloroso de la belleza,
es porque yo advertí
el empeño estéril de las justificaciones.
¡Nada está bien!
¡Ni nada está mal!
Soy de los que preservan las úlceras,
como un talismán,
y cantan arrobados en el centro de las catástrofes.
Me fascina la inocente perversidad
y el encanto terrible
del encaje de sueño de las telarañas.
A veces,
En el intempestivo surtidor de rayos
que inaugura la desnudez de la mujer,
o en el sufrimiento ya metálico de la hoja
martirizada por el verano,
reconoce mi corazón
el eco de su plenitud a pesadumbre.
¡Ah, universo!,
espejo inexorable de la reverberación de la conciencia
y ceniza desparramada de su perpetua orgía…
Hay quienes creen en el milagro
de la multiplicación de los panes y los peces.
Para mí,
sólo existe un prodigio:
la silenciosa lealtad de mi chaqueta,
esperándome para iniciar un nuevo día,
sin saber por qué,
ni hasta cuándo…
¡Sé que debo morir!
¡Que no se diga que tengo miedo a la muerte!
Únicamente la pena infinita
por el golpe en el atril,
que anuncia
el término del concierto…
Con indeclinable pasión de avaro,
atesoré
el centelleo de vísceras e inteligencia del lenguaje.
Por la palabra, el puro aleteo del ser
se congela en espejo
o desfallece en relámpago.
Se oye en las altas bóvedas del poema
forcejear al tiempo hechizado por los vocablos…
¡Todo fue necesario!
Ahora,
la imagen de mi complacencia o adversidad
se llama mundo.
Astro solitario,
ardí en el firmamento de la necesidad.
Pero girar absorto en mi órbita hizo posible
el deslumbrante equilibrio de las constelaciones.
Bien lo sabías,
entrañable Albert Camus:
¡La soledad es la única forma de la solidaridad!….
mil 969
Invocación a la vida
Ven a mí, agitación universal,
inmunda Vida amada!
¡Envuélveme en la velocidad de tus llameantes torbellinos,
quebrántame con terrores y relámpagos,
mis huesos pon a sonar
con el sonido demente del festín de las moscas,
ábreme en llaga y abandóname en un pozo de sal!
¡Amor, que los buitres perciban mi poderosa hedentina!
¡Que el perro muerto o la flor pisoteada
me pongan a llorar!
¡Qué en los barrancos calcinados de mis ojos se frustre
la frescura insidiosa de las semillas de las apariencias!
¡Que se agriete mi corazón
igual que los labios del sediento
y mi sexo despierte con un alarido,
como si un enorme cangrejo lo aprisionara entre sus pinzas!
Hiende los muros, ¡Amor,
puta Vida adorada!
Arrásalos con tu cola de planetas enloquecidos;
piedra a piedra demuele
las construcciones del conocimiento.
Dame la sabiduría del puñal,
que sólo cree en la sangre;
la seguridad de la serpiente,
que únicamente fía del veneno;
la libertad del viento que se persigue a sí mismo,
como el alucinado.
Rompe los candados de la locura
y entrégame sus cofres de mariposas aturdidas;
redímeme las gotas corrosivas del antes y el después,
de las esperas
y sus vientres ahítos de relojes congelados;
permite que las relaciones
entre la muerte y yo, sean, apenas,
las del hombre solitario que acaricia su gato.
Y, sobre todo, concédeme que nada me sea indiferente,
que cuanto se desnude en mi ojo
remonte al mundo con nitidez de lámpara o espada;
que todo deje un reguero de vísceras en la conciencia:
la agonía del escorpión dentro del círculo de fuego,
el paladar del prójimo
azotado por las espinas del hambre,
el pequeño fragmento de madera roído por el océano…
Porque si nada de esto
me tritura los testículos, Amor,
es porque hay sitios de mi alma que no conozco todavía…
mil 968
Tríptico
Homenaje a Rubén Darío
I
El caballo ceñido
por la opresión reverberante del verano.
Dentro de la corteza, el pino
aguza en flecha
la vigilia ardiente de la tierra.
Piedra y nube reposan en sí:
la terquedad del ser se agota
con su abandono en el espacio.
Pero nosotros, ¿ay! con los sentidos
acrecentamos aniquilación,
como árbol que se alimenta de sus hojas…
II
Nadie nos preguntó:
¿Estáis de acuerdo?
¿Aceptáis la espada del tiempo
hundida en el costado?
¿El corazón enredado entre relámpagos y espinas?
Nadie consultó nuestra opinión.
Pero, de pronto, estábamos,
enceguecidos por la fulguración,
sobrellevando nuestra suma de instantaneidades,
como una difícil venganza.
Nadie nos preguntó.
De todos modos,
habríamos dicho
¡Sí!
¡Sí!
¡Sí!
¡Apasionadamente!
III
Dichosa la piedra:
cumplimiento del sur, únicamente
por su anónimo abandono en el espacio.
Dichoso el árbol,
inalterable, en apariencia,
y adentro urgido por la flor y el fruto
para sobrevivir.
Y más dichosa el ave,
sin nostalgia ni expectativa;
pero esforzada voluntad de flecha
para que siga el vuelo.
La indigencia arrogante de la conciencia,
en cambio,
para que el tiempo inflame su vehemencia,
tiene que ser primero
la piedra,
el árbol,
el ave.
En este martirizante ejercicio de altanería
fincamos nuestra evidencia.
¡Somos los más dichosos!, amigo Rubén Darío.
mil 967
Balada de la hija y las profundas evidencias
El gozo de la luz se hace manzana;
el sueño de la tierra, hierba trémula.
Lo más lento del aire se hace nube;
lo más ágil del agua, pez o espuma.
Lo más áureo del sol prende la espiga.
Lo más triste del cielo cae en lluvia.
Lo más raudo del viento cuaja en pájaro;
lo más sueño del hombre, en canto, en hijo…
¡Oh sueño de mis sueños, Hija Amada,
alboroto de mi alma, flor surgida
entre tantos. escombros de la sangre!
¡Pequeña uña rabiosa de la vida!
Me redimes del tiempo, luminosa
arteria del diamante o del lucero.
Antes de ti, el bosque, el prado, el río;
después, el corazón, de nuevo el bosque…
No hay antes ni después; sólo este júbilo
detenido en tus ojos para siempre.
¿Qué pudo suceder antes de tu alma
o advenir después de tu sonrisa?
¡Cuánto tardaste, amor, en devolverme
la soledad gastada a manos llenas!
Monedas de pasión nunca extraviadas,
en mi canto tornáis, multiplicadas.
¿En dónde está la espina de mi infancia,
la luz de junio sobre los nogales,
el ardor del torrente, la oxidada
cimbra que en la humedad tensan las ranas?
¿En dónde están: mi corazón cansado
de tanto amar a los desposeídos,
las grandes pausas de abandono y muerte
frente al total silencio de los astros?
¿Qué se hicieron los días en que el vino
fundó la realidad con los fantasmas,
la ola de redención de la belleza
que rescató los despojos de los sueños?
¿Qué se hizo la mar, su piel violenta,
la agitación del ser cumpliendo, insomne?
¿Qué fue de la conciencia empecinada
en oponerse al mundo, que es su imagen?
El ser retorna al ser. Nada se pierde.
Lo más leve del fuego esplende en llama,
lo más denso del rayo nutre el trueno;
lo más puro del alma, el polvo, el tiempo…
Lo más frágil del alba quiebra en trino;
lo más pobre del pobre, en la ternura.
Lo más blando del ave adensa el nido.
Lo profundo del hombre se hace canto…
En dar brillo y aroma a los rosales
gasté muchas sandalias y veranos;
en otorgar murmullo a los arroyos,
rumor del corazón, flema del alma.
Todo iniciaba en mí su resonancia.
Cobrando oscuridad, como la noche
para el hilván de las constelaciones,
se apagaba mi ser, y el mundo ardía…
Nada es gratuito, si algo es verdadero.
No cuestan sólo el pan y las camisas:
más caro es el balido del cordero,
la luz del alba, de nuevo, en la ventana…
En mí fue dispersión, Niña Preciosa,
lo que tu sangre aquieta y eslabona:
la redondez del fruto no recuerda
la oscura agitación de las raíces…
Desde mis arboledas, como un himno,
el rumor de tus venas se expandía.
Mi alma soñaba a tu alma; como el viento,
su nudo de palomas desatado.
Eres yo y más que yo: eres la espuma
que torna a la inconstancia de la ola;
el desmoronamiento del aroma,
devuelto a la cantera de la rosa.
Eres yo y más que yo: en ti regresa
el bosque a ser puñado de semillas;
retornan las madejas de la nube
al susurrante asombro de las aguas.
Te prolongo hacia ayer; tú me proyectas
con la avidez del ala, hacia el futuro.
Agotas, tú, mi ser y lo desbordas
en el presente puro de tus ojos…
¡Porque nada se gasta sin motivo!
Lo más dulce del trébol se hace abeja;
lo más terso del tacto, p1el amada;
lo mas arduo del alma, pensamiento.
Lo voluble del nardo huye en aroma.
Lo tenaz de los huesos pacta en lágrimas.
Lo más fresco del árbol se hace sombra
lo ávido de la conciencia, el universo…
Quebranto y alegría, anhelos, júbilo,
vuelven al corazón donde partieron.
Pero si alguien soñó o amó en la vida
los confines del mundo ha dilatado.
Ya no es el mundo el mismo, su armonía
con recientes acordes ha acrecido.
Si vuelve la cometa, es diferente:
torna empapada del rumor del cielo.
¡Oh esencia extraña del cundir humano;
vida que sólo es vida si e.s más vida!
¡Oh pura agilidad siempre en peligro,
efímera extensión, sombra del tiempo!…
En hermosura y música regresa
tu imagen bienamada hasta mi pecho
de varón solitario, corroído
por el viento nocturno de la muerte.
Con sombra de paloma hice tu frente,
con peso de jazmín tus leves manos.
Al espectro del ciervo yo he creado
para que fulgurara en tus cabellos.
La oveja me devuelve la dulzura
con que aureolé su paz para tus ojos.
Para tu voz, el río me repone
su manojo de venas disgregadas…
En ti rescato lo que di a la vida:
mi niñez aventada en las espinas:
mis años junto al mar, allá en las islas,
oyendo respirar, sordo, el planeta.
¡Hija mía, presagio de la dicha!:
no la felicidad, su anuncio sólo,
!a intensa exaltación que la antecede
y que, por no advenida, jamás cesa…
Nada fue inútil mientras destellaba.
Lo absorto de la piedra engendra el musgo.
Lo inmóvil de la altura se hace nieve;
el perfil de la brisa, mariposa.
Lo terco del sonido irradia en eco;
la plétora del ser, en sensaciones.
Lo más voraz del alma enarca el sexo.
Lo vano del recuerdo se hace olvido…
De queresas de mosca estamos hechos,
de obstinada pasión irremediable.
No venimos, no vamos, aquí estamos;
mientras anima el fuego fulguramos…
Sólo el amor nos salva y justifica
la indolente crueldad de la existencia.
Sólo el amor y el canto nos reintegran
lo que dimos al mundo, dilatándolo.
¡Hija amada, burbuja de alegría!,
todo converge en ti y, acrecentado,
en tierra, en cielo, en mar, en aire, en fuego,
reposa en ti, salvado para siempre…