Juegos de la luz
Juegos de la luz
III
No había ni vaso ni puerta.
No era.
No éramos.
Dormidos como una huella.
Pero volvió:
Lenta aparición
Pechos, labios,
Ojos nos labró.
Así es la luz: naciendo crea.
Trébol de cuatro hojas
I
ELLA ríe en la dicha de ser
De estar
Por primera vez
En el día.
Ella ríe
Claramente agradecida
De tener ojos y manos
Y una sombra tan sencilla.
Las cosas que no existen
Se mueren de envidia.
II
Carrozas de luz
La pasean por el día.
Porque ella mira y toca
Y goza y sólo nombra:
Árbol
Brisa
Piedra
Y no adjetiva
Los pájaros profundos
La critican.
Los pájaros profundos:
No las golondrinas.
III
Su silencio es un acto claro:
La dice entera
Como el vuelo dice al pájaro.
IV
A decirle al árbol: Árbol
A la sombra: Ánimo
A leer la lluvia
A palpar los verdaderos milagros
A comulgar su propio cuerpo
consagrado en el verano
A comulgarnos
A saber el llanto
A combatir el espejo
al topo entronizado
A pescar en el silencio
el nombre rápido del río
A fecundar el olvido
A darle a la muerte un pasado.
El Santo
Si de pronto me desnudaras
de tantas muecas
y razones en que me escondo.
Si por un instante
—lo que dura un fósforo—
me obligaras a mirarme
desde Tus ojos,
no podría sobrevivir
a mi verdadero rostro.
Añoranza
Si el recuerdo fuera una ciudad
y no una estatua
y la ausencia una carta
y no una espalda
y esta noche aquella mañana
y Amsterdam Cochabamba
y este cuarto aquella calle
y esta sombra aquellos árboles
y este nombre aquella cara
y esta lámpara aquella mirada
y aquella boca esta página
y aquel silencio estas palabras.
La puerta
ALTA decidora de presencias.
Cría por los pasillos
orejas que súbitamente vuelan.
La soledad transparenta su verde corazón.
Se estremece en el viento
como nosotros en el temor.
Como nosotros, es una frontera
(pues entre vida y muerte, odio y amor,
¿qué somos sino una frontera?).
Sí y No, como nosotros: la puerta.
Las amorosas
Con nosotros se acuestan,
con nosotros se levantan.
Todo el día nos sirven,
de noche nos acompañan.
Si hablamos, dicen,
si no, se callan.
No hay amantes más fieles
ni más maltratadas.
Con nosotros se acuestan,
con nosotros se levantan
las amorosas palabras.
Sólo el silencio las ama.
Cuerpos
Hay un cuerpo que nos despierta
al milagro del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
a la soledad del deseo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al paraíso del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al infierno del cuerpo.
Hay un cuerpo que nos despierta
a los poderes del tiempo (en mi padre
lo siento. Fraternalmente lo siento.)
Hay un cuerpo que nos despierta
a la impotencia del grito
porque el grito ya no lo despierta
(Carlos Mitre, hace ya noches,
fue para mí ese cuerpo.)
Hay un cuerpo que nos despierta
a la increíble ausencia.
Hay un cuerpo que nos despierta
al exangüe recuerdo.
Hay un cuerpo que nos despierta
al incesante olvido.
Hay un cuerpo que ya no nos despierta.