Declaración de quiebra
INVISIÓN
Solloza mi sobrino en la noche
y yo acudo a mecerlo en la ventana,
hasta que de espaldas a la luna él retorna a su sueño.
Y quedo ahí, de cara a las estrellas,
anhelando que baje un dios a consolarme,
porque también soy un niño que solloza en la noche.
DECLARACIÓN DE QUIEBRA
Me cansas, poesía, rumorosa felina,
musa musitadora, golondrina fogosa.
Pero aunque te niego, persisto en esta cosa
de creer que un incendio se apaga con bencina.
Me asomo a la ventana, descorro la cortina
y creo verme pasar: voy a cavar mi fosa
y a grabar mi epitafio (“Bajo tierra reposa
un iluso que quiso filmar en la neblina”).
Porfiada tortícolis de ser juez y ser parte,
emitiendo y tasando, como monedas duras,
acciones de mi endeble empresa de papel.
Ni poeta ni sastre: estoy harto de este arte
de enhebrar agujas en tu pieza a oscuras
y de hilvanarte fundas, serpiente cascabel.
RECONCILIACIÓN
Desnuda como un buen sentimiento,
acaso arrepentida,
cubres mi cuerpo sollozando
y me haces olvidar tantos rencores.
Y al fin, sin más cielo que tu rostro,
te perdono,
te perdono aunque no sé
si alguna vez me perdonarás este perdón.
TESTAMENTO DEL PATER FAMILIAS
Yo, Anastasio Rencoret Iriarte, natural de aqueste reyno de Chile,
hijo lejítimo del mui mucho amor de entrambos mis santos padres,
estando enfermo en cama de la enfermedad que Dios nuestro Señor
se ha servido en darme,
i creyendo como firmemente creo en el Alto i Divino Misterio
de la Santísima Trinidad i Padre e hijo i Espíritu Santo,
tres personas distintas i un solo Dios verdadero,
i en todos los demás misterios i artículos de fe que tiene, cree y confiesa
nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana,
bajo cuya fe i creencia he vivido i espero vivir i morir,
temiéndome ahora de la muerte, que es natural a toda humana criatura,
envío mi alma al cielo, de donde me fue dada,
i el cuerpo a la tierra, donde fue criado,
i vengo en testar mis bienes, modestísimos comparados con el reyno de Dios, nuestro Amo i Señor.
A ti, primogénito mío, traspaso los yacimientos de oro i plata,
i encomiéndote brindar trabajo a los menesterosos mineros
i a la vez dar ocasión a sus mujeres i proles
para que así puedan cumplir el mandato divino de ganar cada uno su pan con el sudor de la frente.
Mas cuida, hijo, no holgarte mui a menudo con las mozas,
ni menos con una sola, pues siempre se ceba quien se amanceba.
A ti, hija querida, légote las tres viñas del Sur,
no sea que te sorprenda sin dote la edad de merecer.
A ti, fiel i dócil esposa, dejo aquesta hacienda entera, incluyendo animales, inquilinos i el polvo de mis huesos.
Por último, queden a mi contador i albacea todos mis pañuelos i polainas
i esa Biblia empastada en que cada noche yo nutría mi fervor
i cuya lectura le enseñará a no codiciar bienes ajenos
i sí a juntar tesoros en el cielo, de donde le será dado por añadidura lo demás.
Os encarezco observancia estricta a las reglas que siempre prediqué i practiqué.
para así allegar más honor a nuestra estirpe i a nuestro Padre Común,
a cuya diestra os esperaré, enternecido i anhelante.
DON GENARO GODOY ARRIAZA
Para nosotros era un abuelo remotísimo
que asomaba desde el fondo de la Historia
descifrando papiros griegos y palimpsestos en latín
y desapareciendo por túneles de libros en todos los idiomas.
Fue abogado, filólogo, historiógrafo
y cantante de ópera en La Scala de Milán.
“Todo hay que aprenderlo de una vez para siempre”,
solía clamar con su voz de tenor enfadado
y aquel temblorcillo en sus manos ya lentas.
Una mañana de invierno miró hacia la ventana
y al escuchar los pájaros murmuró como en secreto:
“Ya estoy viejo… Me gustaría respirar aire puro en el jardín
o tomar sol en las playas de Italia.
Es tiempo…, es tiempo de que ustedes prosigan el camino”.
Y ahora que descansa en la playa infinita,
en la página blanca de este libro ignorado,
resuenan sus ecos en el aula vacía,
reaparece su rostro en la pizarra, en el mapa, en los cuadernos,
y algo que no sé nombrar se graba aquí en mi pecho
de una vez para siempre.
ENRIQUE LIHN ENTRA Y SALE DE LA PIEZA OSCURA
Ahí va, sentado junto a la ventanilla de un tren inexistente
que cruza en cámara lenta los andenes del recuerdo.
Ahí va, rumbo a la estación definitiva
donde lo esperan los poetas de otros tiempos, como
a un hermano menor que se internó en el bosque del lenguaje
y terminó convertido en guardabosque,
ebrio de oxígeno, ese otro modo de asfixiarse.
No levitó sobre la geografía de América
ni descubrió algún nuevo elemento químico o alquímico,
mientras practicaba ese equilibrio inestable de la tinta y la sangre,
golpeándose la frente contra un muro de incomprensión,
como un adolescente que enciende su primer cigarrillo en medio del temporal
con la vaga esperanza de iniciar un incendio,
pero que termina inventando un nuevo código de señales de humo.
No aduló ni anuló a sus interlocutores;
polemizó de frente, sobre todo con él mismo,
y resultaba contuso, pero rara vez confuso, menos todavía
cuando había que jugársela por la liberación creadora
sin por ello convertirse en faro o en faraón de este desierto.
Más bien fue farero o alfarero de esta isla de arcilla,
sin otra obsesión que dar forma a una sombra que huye en las tinieblas,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Al fin andará liviano por los aires,
integrando el jurado del Premio Nobel Póstumo
o haciendo una novela-comic con los dioses del Olimpo como protagonistas
o deambulando alucinado por los museos cinerámicos del Paraíso
o pidiendo consejos a Freud y a Fourier
para evadir la condena de ser un Sísifo
que eternamente
…. resbala
………. y resbala
……………. por el monte
………… ……………. de Venus,
igual que una semilla que reinicia el ciclo entre el cielo y el suelo
o como esos charcos de agua pantanosa,
agua, agua, Enrique, agua que mañana será lluvia,
tembladerales donde serán una sola cosa tus lágrimas de cocodrilo
y los reflejos de las estrellas más inextinguibles.