Hasta que nos volvamos a ver
Por Enrique Solinas
El 24 de mayo Edgar Mena, poeta y editor mexicano, abandonó nuestro mundo antes de tiempo. Esta es una gran pérdida para el espacio poético latinoamericano, ya por la calidad de su poesía, ya por su labor como Editor y Director de la revista “Ritmo, Imaginación & Crítica”. Al enterarnos de la noticia, muchos hemos quedado devastados, por la rapidez con que partió, por tomar conciencia de lo efímero que es el mundo, porque el azar también es nefasto. Esta es una gran pérdida para toda nuestra comunidad, que sólo será posible compensar si todos luchamos contra el olvido.
La poesía de Edgar Mena surge de la necesidad de expresar el mundo que habita. Por esta razón, Miel para los rebaños constituye en primera instancia una poética de deseo que surge a partir de la figura femenina. Esta figura responde a cánones clásicos que asocian lo femenino con el agua de la fertilidad, con el agua maternal que todo lo contiene, con el agua erótica. La percepción del yo poético ante el deseo es que se trata del motor para que la vida avance. Porque para Edgar Mena, vida y poesía se mixturan, se envuelven, siempre de manera “mesuradamente vital”, siempre desde el lugar de la celebración y la alegría. En esta segunda instancia, lo íntimo se vuelve universal y da lugar al amor. Amor pasional, amor filial, traducidos en recuerdos de infancia, en instantes donde los afectos son expresados como en un presente continuo, sin nostalgia ni tristeza, porque el tiempo pasado permanece. Miel para los rebaños es un gran libro de poemas, pleno en deseo y amor, en solidez poética y en belleza, atravesado por la verdad, escrito por un espíritu auténtico y libre. Tal vez por todo esto es que Edgar mena es uno de los poetas mexicanos más interesantes en el panorama de la poesía contemporánea.
De los niños y los barcos
Te guardo en la salud
de los que duermen sus domingos,
en las camisas de mis muertos;
te guardo de alacranes
que buscan abrigo en tus pestañas.
Te digo en esos niños
que comparan con nueces
a los barcos.
Te guardo de todos los abriles
que son crueles,
te guardo en la memoria de elefantes
que migran hacia el pan y la mañana.
Te guardo en el andar de las manadas,
en el silencio de los gatos,
en las ciudades
cuyas calles y parques te pronuncian.
*
Dormido en la paciencia de la hormiga,
escribo el domingo de tus párpados,
los árboles mueven sus hojas
para felicidad de los niños,
escribo con la paciencia de un tejedor de lana.
Dormido en la nuez,
yo,
Adán que prueba por primera vez
el paraíso que vive entre tus piernas.
*
Mas un día en su costado
renacerá una oración de peces y de nardos.
En tanto el polvo vuelve a su sustancia universal,
a su descanso;
en tanto el mundo en su girar
hace jugar las ramas con el viento
y juegan también los árboles
a que son el gato que trepa
y se esconde entre las hojas.
Y juega el gato a que es el árbol
y se siembra ligero en los jardines,
hábil como el trigo febril,
suave como
la avena que alimenta a los rebaños.
*
El sabor de su sexo en mi lengua
aún guarda su mirada
y un bosque,
estatuas de sal en actitud piadosa.
Mas mi escudo, señora,
portará un reflejo de uvas y de aves,
y llevaré a mi ejército,
convencido de la victoria,
pronunciando su nombre
como una oración o pócima para salvarnos.
*
Edad de nardos
que cumple mi soledad en su costado,
me contagio de su abrigo y de su sed.
Mas un día cederá como al naufragio
nuestro barco y su mareo, su marea;
sumaré a más be para descubrir
mi nombre encendido
en la tarde bronce de sus piernas.
*
Hay nueces en las palabras de los niños,
señora, el trópico dora cada región de su cuerpo
como un mapa,
como un dócil paisaje de manzanas,
piel a piel con el cardumen
en que duermen los peces y los panes.
Multiplicado el higo y su rastro de perdón,
como si la mañana, señora,
fuera una hormiga que entendiera por su nombre.
Su mirada doblega la nostalgia
de muchachas que lavan en el río.
Ponderosa, su sexo
dice la miel entre mis labios.
Es su piel un continente
en que descubro la ruta de rebaños,
y cuando su sed padece en mí,
señora,
su nombre pareciera el recuerdo de un naufragio.
Mi lengua es un país para sus labios.