Balada nupcial
(Traducción al español de Raquel Lanseros)
BALADA NUPCIAL
Luce el anillo ya en la mano mía,
la guirnalda la frente me decora,
de alhajas y organdís de gran valía
tengo llena en mi cuarto la alcancía,
y soy feliz ahora.
Y mi señor me ama noche y día,
pero al decirme ayer cuánto me adora,
sentí hincharse mi pecho con porfía,
pues sonó su palabra a profecía,
y su voz la de aquel me parecía
que en la guerra cayó donde la umbría,
y que es feliz ahora.
Pero serenidad él me ofrecía,
y besaba mi frente sufridora,
a la vez que un ensueño yo vivía
mientras hacia el altar me dirigía,
y frente a él suspiré con alegría,
porque el muerto D’Elormie lo creía,
“¡Ah, soy feliz ahora!”
De este modo, los votos yo decía,
todos ellos juré con voz traidora,
y aunque mi vieja fe ya sea baldía,
y aunque mi alma se quede tan vacía,
quién, al ver mi sortija, no diría
que soy feliz ahora.
¡Si Dios quisiera yo despertaría!
Puesto que de este sueño todo ignora
mi corazón, que vive en agonía
por miedo a que un mal paso sea mi guía
y que el difunto, por mi alevosía,
no sea feliz ahora.
LEONORA
¡Ya la copa de oro está quebrada! ¡El alma para siempre
se ha escapado!
¡Que doblen las campanas! Flota sobre el río Estigia un
espectro sagrado,
¿Qué ocurre, Guy de Vere, no tienes lágrimas? ¡Ya nunca
has de llorar si no lloras ahora!
¡Mira! ¡En aquel triste féretro yace tu amor, Leonora!
¡Que el oficio mortuorio sea leído! ¡Que las endechas
fúnebres se entonen a esta hora!
Un himno por la más regia muerta, jamás muerta tan
joven,
un treno para ella, la doblemente muerta pues ha muerto
tan joven.
¡Miserables! ¡Amabais su riqueza y odiabais su osadía,
y no la bendijisteis hasta que cayó enferma, puesto que
se moría!
¿Cómo entonces pensáis leer el responso? ¿Cómo cantar
un réquiem en su honor?
¿Vosotros, ojos pérfidos y lenguas de rencor,
que a la muerte, tan joven, llevasteis al candor?
Peccavimus: ¡pero no maldigas! ¡Que un canto de alabanza
suba hacia Dios solemne y a la difunta llene de confianza!
Dulce Leonora ha “marchado delante” y con ella voló la
esperanza animosa,
dejándote abatido por esa dulce niña que habría sido tu
esposa,
por ella, la cortés y la hermosa, que yace ahora callada,
la vida en su dorado cabello, mas ya no en su mirada,
la vida aún en su pelo, la muerte en su mirada.
¡Fuera! ¡Tengo esta noche el corazón tranquilo! ¡No he
de elevar endechas hacia el cielo
sino un triunfal peán que acompañe a mi ángel en su
vuelo!
¡Que no doblen campanas! ¡Que su alma, en alegría
bendita,
pueda escuchar las notas mientras deja esta Tierra maldita!
Hacia amigos de arriba, desde diablos de abajo, el espectro
dirige su consuelo,
desde el Infierno hasta la alta hacienda allá arriba en el
Cielo,
desde el mal y el dolor hasta un trono de oro, junto al
Señor del Cielo.
SOLO
Desde la infancia yo nunca fui
como otros eran, nunca vi
como otros vieron, nunca hallé
mi ardor donde el común lo ve.
Del mismo pozo no surgió
mi amarga pena, ni despertó
mi alma al contento de verdad,
y cuanto amé, fue en soledad.
Pues ya en la infancia, en el albor
de un cruel destino, apareció
este misterio que aún me encadena
desde la mala fe y la buena,
desde el torrente o el manantial,
el monte púrpura y el peñascal,
desde el sol que unge delicado
en su otoñal tinte dorado,
desde el relámpago en el cielo
que iluminó mi desconsuelo,
desde el vil trueno que atormentó
y esa nube que se transformó
(estando el firmamento añil)
en un demonio frente a mí.
A HELENA
Helena, tu belleza adivino
como navíos nicenos del pasado,
que, despacio, sobre un mar perfumado,
el viajero, cansado del camino,
a su costa materna ha repatriado.
Tras mares de agitada trayectoria,
tu pelo de jacinto, tu clásica cabeza,
tu piel de náyade me trajo a la memoria
Grecia con su áurea gloria,
Roma con su grandeza.
Erguida ante la luz de la ventana
como una estatua, en verte me afano,
con la lámpara de ágata en la mano.
¡Oh, Psique! ¡Tierra Santa lejana
es tu origen arcano!
ANNABEL LEE
Hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
habitaba una doncella
cuyo nombre era Annabel Lee;
y esta doncella vivía sin otra ilusión
que amarme y ser amada por mí.
Era una niña y yo era un niño,
en este reino junto al mar,
mas nos amamos con un amor que era más que amor,
yo y mi Annabel Lee,
con tanto amor que hasta los ángeles del cielo
nos envidiaban a ella y a mí.
Y por esta razón, hace ya mucho tiempo,
en este reino junto al mar,
de noche una ventisca sopló desde una nube
helando a mi Annabel Lee;
y sus parientes de alcurnia la llevaron
lejos, lejos de mí
para enterrarla en un sepulcro
en este reino junto al mar, allí.
Los ángeles, desventurados en el cielo,
llegaron a envidiarnos a ella y a mí.
Esa fue la razón (en este reino junto al mar
todos lo saben, sí)
por la que el viento sopló desde la nube
helando y matando a mi Annabel Lee.
Mas era nuestro amor mucho más fuerte que el amor
que los mayores tenían para sí,
que los más sabios tenían para sí,
y ni los ángeles arriba en el cielo
ni los demonios bajo el mar, allí,
separarán jamás mi alma del alma
de la preciosa Annabel Lee.
Pues nunca brilla la luna sin traerme
los sueños de la hermosa Annabel Lee,
ni salen las estrellas sin que yo vea los ojos
de la radiante Annabel Lee;
y así, toda la noche, yazgo junto a mi amada,
mi querida, mi amor, mi desposada,
en su tumba a la orilla del mar, allí,
en el sepulcro junto al mar de Annabel Lee.
-Edgar Allan Poe
Poemas de amor
Traducción al español de Raquel Lanseros
Valparaíso ediciones
Granada, España, 2013
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