Diego Maquieira

La primera cruzada

 

 

 

 

LA PRIMERA CRUZADA

Durante el ataque de represalia milenarista
la primera cruzada de terror
que nos caía del cielo era como un témpano,
nos polvéabamos a un enjambre de clonas,
de a varias adentro de los Harrier
orgíandonos en la cubierta de mármol;
porque nuestro portaviones Cittá Felice
era como la planta de una catedral
de mil yardas que recordaba la Vía Flaminia.
De veras los aguardábamos muy bebidos
dándonos baños calientes enfriados con nieve
y chupando de una tina de uvas rosadas.
Cuando ma mientras los cazas Phantom de Ratzi
nos lanzaban sus cabezas de combate aéreo
con sus espoletas de proximidad de impacto
más hoscas que un anillo de ocho diodos luz
y a tan delirantes distancias del mar
que ni veíamos de dónde venía la muerte.
Era una alegría vernos las caras choqueadas
la cubierta era un coliseo de sangre
y sólo contábamos los vivos, los Balthus
y los que aún gozaban en el fasto de la belleza.
Porque nunca pasó por el mar una muerte
que se celebrara como la de Gaetano Stampa:
nuestro santo en responso al misil daño
que le atravesó el pecho mientras besaba
a su clona Pácula en medio del portaviones,
regocijado se metió la mano aún vivo
y les zampó a saco de vuelta el corazón.
Nunca hubo tan grande desdén en una matanza
ni a los aliados hunos se les sopló por radar
que les íbamos a subir el mar a los Phantom
hasta ahogarlos en el firmamento,
porque el mar empezó a subir hasta el cielo
donde las alas no les servían ni de remos.

 

 

LA VIDA NOS ESTABA EMBARGANDO DE JÚBILO

Volábamos a la mamada de la luz:
en nuestro anonadante Harrier
de cabina ancha
con cajones de ostras, brevas
y vinos caros
llenos de amor y de desastres del corazón
Volábamos para la anunciación de la luz
en fulgurante seguimiento de las estrellas
y curvando la dura rampa del horizonte
Ma entonces mientras preparábamos el descenso
con caída de vuelo en elipses zambullidas
y hacíamos ajustes de la mente
para bajar nuestra altura de provocación
y posarnos en toldos milenaristas
derribamos la entrada colosal al despacho
privado del cuevudo mariscal Ratzinger
y ahí en las carpas de su mando cumbre
emprendimos la singular visitación celta:
Lo sentamos en su sillón de púrpura
y lo cubrimos de honores por el devastador
ataque al portaviones; por las muertes
de nuestros enamorados en alta vigilia
y por el asalto a las gordas de Fragonard
Y cuando ya íbamos a regalarle el Harrier
para que tuviera alojamiento en el cielo
no estuvo bien ni al gusto de las ostras
Trató de esbozar una redada de lenguas
pero se suavizó cuando le susurramos
que traíamos vino blanco suficiente
como para fundar el Mar Tirreno
La vida nos estaba embargando de júbilo
ma luego enfilamos rumbo al desierto
a tomarnos el reino de Dios por la fuerza
para el salto a la luz
para el deseclipse del firmamento.

 

 

DEJAMOS CAER EL MAR

Volábamos con el mar arriba de los Harrier
volábamos a devolvérselo al desierto
después de dos milenios de sed
y de alucinaciones de pesadilla:
Demonio tentando Jesús con infierno
Jesús tentando Demonio con paraíso.
Ma sacábamos el mar atado como un estruendo
y lo subimos en hamacas a los Harrier
Veníamos muy cargados haciendo mandas.
Joder
íbamos con Fitzcarraldo amarrado a los flaperones
con Debernardis de capellán de la flotilla
y con Lupo chupando atrás en los asientos
a cargo del primer amanecer en el cielo
íbamos como moiseses congojosos
infinitamente descobijados de dulzura.
Así de pesados íbamos subiendo el agua
hasta que soltamos el mar sobre el desierto
y les nublamos la bola a los aladinos
milenaristas que querían otra vez
abrirnos el mar y secarnos adentro.

  

 

EL DELEITE VEDADO

Echados sobre las gradas del portaaviones
y gozando de nuestro espíritu de disciplina
y con faroles en la cubierta de vuelo
emplazada como un atrio sobre el mar
leíamos a Horacio para mantenernos
sobrios y medidos
mientras no hacíamos mucho muelle
ante el infierno fatigante de los Mirage
Esos camotes doctorados en dogmas
que venían a arruinarnos el menú
pero ahí, por gusto, por impaciencia severa
falseábamos la epístola original
la dejábamos casi sin lengua
y yo mismo hacía los arreglos:
Subamos a las cabinas de los Harrier
antes de haber digerido las ostras
aún hinchados de vino de Bellaterra
Olvidémonos de lo que es decoroso
y de lo que no lo es; qué más da
Hagámonos cargo de ser inscritos
en las bellas listas de los repudiados
Bien así como los viciosos remeros
del celtense Coritani,
que al deseo de la patria
prefirieron el deleite vedado
Complacidos con esa tenue recitación
recuperábamos la vara alta, Luchino
Recuperábamos nuestra punta de puñal
y nuestro horror a las honras.

  

 

VIDA Y OCIO

Podíamos bajar la línea de flotación
de nuestro portaaviones El Tintoretto
hasta que la rampa de salto al vacío
tocara el mar
y se convirtiera en playa de desembarco
a mar traviesa
Estábamos ya mórbidos de bombardeos
y de irnos de injurias con los sacrosantos
que acordamos dar comienzo a la batalla
a nado de mil clonas con hombres
que se tiraban al agua mil por lado
y con jesuses atados a la espalda
para que guerrearan de pie sobre el mar
Vivíamos en la curvatura de los confines
Los hunos sacaban sus cañones con bañeras
y nosotros montados en claraboyas venecianas
que parecíamos un estruendo de zozobras
Las olas se subían y bajaban con sogas
y los portaaviones usados como mesetas
Sólo se daban golpes altos a la mente
y los polvos a las ostras estaban vedados
Ma para darle más arrobo a los espíritus
los Harrier iban remolcando el mar
iban en vuelo de traslación curvando subidas
y dando bamboleos retroactivos ingrávidos
que hasta podían soltar las alas en el aire
y volver a ponérselas más arriba. 

 

(De Los Sea Harrier, 1993)

Diego Maquieira (Santiago, Chile, 1951). Poeta y artista plástico. Considerado uno de los autores más significativos y originales de la poesía chilena ac ... LEER MÁS DEL AUTOR