Denise Levertov

El crecimiento de un poeta                              

 

(Versión al español de Sandra Toro)

 

 

El crecimiento de un poeta  

                           

i

 

Él recoge botones de vidrio del fondo del mar.

Las branquias de la mente palpitan en el agua insondable.

 

Descubre granos de arena dorados

en el diccionario infinito. Cada uno tiene su gemelo

en alguna orilla al otro lado del mundo.

 

Ciego a lo que todavía no necesita,

tantea su camino sobre vidrios rotos

hasta dar con la única piedra que cabe en su palma.

 

Cuando abre los ojos, le da a lo que contempla

el reconocimiento que ninguna mirada le otorgó.

Lo transforma en palabra, que se sacude y levanta vuelo.

 

 

ii

 

“Lo que ha de dar luz debe soportar arder” 

 Viktor Frankl ” The Doctor and the Soul”

 

Ciegos, hasta que soñando en gris

chispean verde, sus ojos

encienden una calle de ceniza,

la carne amarga

de una bailarina al amanecer,

la última mirada de la luna

por encima del hombro

al mediodía.

Se apagan, y las llamas

siguen ardiendo,

perdurables.

 

 

iii

 
Sordo hasta que oye

la respuesta:

campana

amable, que dobla

y habla

del Tiempo fiel, esa corriente

(incesante) de la sangre fiel.

Las respuestas echan abajo

los límites

(esos diques pretenciosos),

y la pregunta se revela.

 

Las preguntas, piedras

desprovistas de tierra,

golpes en la puerta, son un latido

en la sien:

la danza insistente

del Quién, el Cómo y el Dónde,

las manos en la cintura del Cuándo.

 

 

iv

 

Uno por uno,

cuando les llega la hora, los libros

saltan de los estantes.

Pisan fuerte (otra vez, polvorientos, ajados,

¡pero prístinos!)

para dar a luz:

la pasión de cada poema

acaba en una Pascua,

en una nueva vida.

Los libros de los muertos

sacuden sus hojas,

las palabras-semillas vuelan

a depositarse sobre la tierra negra.

 

 

v

 

Las tazas de café se le caen de las manos,

se le escapan los picaportes y

las puertas se golpean.

Los escritorios antiguos se rompen cuando

apoya los codos —Tauro,

pateando y corcoveando, cruza con la cabeza gacha

el campo exiguo.

Pero las sobras de madera

que encontró en la calle una noche, cuando los vientos

deshuesaban la oscuridad hasta volverla un brillo de acero,

en manos del poeta se vuelven

una mesa,

redonda y

bien parada sobre su única pata.

 

 

vi

 

Hacer poemas es encontrar

una silla vieja en la banquina

y llevarla a casa,

al altillo;

un caballo perdido en el lago,

un barco extraviado en la maleza de la orilla,

fosforescente.

 

Y luego, en la mecedora rota,

despegar —¡hacia la realidad!—

Al reino de la ambrosía y el pan duro

no se llega arrastrándose.

 

Recién cuando los pies empiezan

a bailar, cuando la silla

rechina y galopa,

se abren las puertas

y nos

descubrimos

adentro

del reino sin rey.

 

 

vii

 

El toro salvaje de la luna

que es el poeta

pasta solo

en un campo de gotas infinitas de trébol rojo

empapadas de rocío

entre arpones de pasto

que son las palabras

 

Sobre el alambre de púas, una tropa

de chicos y jóvenes

que son la multitud

del poeta,

silenciosos, sin aliento,

van a su encuentro.

 

Quieren

practicar la danza

que prepararon en secreto.

Él respira,

les arroja de lejos su aliento verde,

fresco,

los mira con inocencia

tras la plata de la luna llena

y arremete

feroz.

Ellos

se apartan,

se burlan,

con sus abrigos como capas,

él lanza

el florecer agónico de cuernos

y les encanta, se imaginan

el sol caliente de la matanza sagrada.

 

La plata se disipa,

implacable. Para el amanecer

desaparecen, y él oye

cómo vibra

el alambrado que treparon.

 

 

viii

 

El perro de la sombra

obstruye el umbral.

Es solamente una sombra ¡Pero

muerde!

Tratá

de entrar, tratá

de salir:

el obstáculo

te hunde

los dientes

en la carne, y

la sangre fluye.

No son

dientes de sombra,

son sucios

y afilados.

 

*

 

La ponzoña sube

desde el pie desgarrado

hasta el corazón. Y le hace

un nudo.

 

Un chirriar:

de frenos en la calle,

de una voz

insospechada,  que llora

a través de los labios

del poeta, negando

la poesía,

el latido

violento de las alas

enjauladas de la mente.

 

Polvo en la lengua.

 

Tormenta

de plumas rotas.

Que caen.

Caen—

 

 

ix

 

El balanceo jasídico

siempre adelante y atrás,

adelante y atrás,

en perfecta armonía con las palabras,

una y otra vez

todos los días del año

 

—excepto uno:

el día en el que el Templo es destruido

que también es

el día que nace el Mesías,

ese único día, el balanceo

es de un lado al otro

de un lado al otro,

un oscilar

como el de los árboles al viento.

 

 

x

 

Sobre su única pierna dolorida

el poeta

aprende a pararse firme

y a sostener

la mesa redonda de su

página en blanco.

Cuando sople el viento

su madera

será árbol otra vez.

Va a agitarse,

va a suspirar y a cantar.

 

 

xi

“Todo lo que tiene sonidos negros, tiene duende

Manuel Torres, citado por F. G. Lorca

Y ahora los sonidos

son verdes, la insignia desafiante

y muda de un copo de nieve:

 

ahora los sonidos

se quiebran con fulgores de mica,

raspan con carbonilla,

llaman con la calma de oboe del cuarzo rosa:

 

ahora los sonidos

son flautas de hueso, eco

del cañón más hondo, sonidos que solo

pueden escuchar las estrellas más tempranas y más pálidas:

 

y ahora los sonidos

son negros. Sonidos negros.

Negra. La canción profunda

escarba.

Denise Levertov Poeta y escritora estadounidense de origen británico. Nació el 24 de octubre de 1923 en Ilford (Inglaterra). Se formó en su propio hogar. ... LEER MÁS DEL AUTOR