Los caballos Paradjanov
(Traducción al español de Ana Arzoumanian
y Cristina Bourette)
Un ruido de guadañas detrás de los ríos fertiliza cascadas
sobre los gritos tapados
por la estepa. Donde la nieve,
en invierno, enceguece todas las rutas. La tierra entonces
es dulce a la mirada. Dulce…
En sus líneas de río, de mujer,
de ensueño. Tantos años hasta las ciudades
humeantes, años oscurecidos por los rumores del
hambre. Cáncer acarreando años muertos y mis sueños
que se pudren.
¡Pueblo cívico, pinto aún tus banderas y tus hierros en las
barbas de tus locos!
Pero ciertos caracteres
rehúsan ese mercado que te destina a rondas sin derivas.
Por el odio más sano y
por la autoridad sobre el hombre de un rumor más casto:
Su estallido.
….
Cada día, la
Punición. Y la Farsa feroz. El terrestre trabajo triturando
toda inocencia. Yo soy
el vencido de mi raza, el Hijo dilapidado. En mí
nada más tiene posibilidad, ya que el hombre muere de
todos sus paraísos, así
muere el hombre. La razón feroz
me ha corrompido; el trabajo occidental
condena al tormento domesticando
toda carne, toda caridad para con el mundo, toda fuga.
Yo he maldecido
mis bautismos, y mis alegrías exaltadoras, lamentado esas
verdades
constreñidas al ayuno, el comercio desigual
ya ha colmado de acritudes. Mis caballos han sido disipados
hacia sus astros, más lejos que mis ímpetus,
de allí donde han nacido. Mi corazón cantó para los
hombres, los sentidos, las maneras
y las sedes del saber. Mis caballos…ardían,
sangraban por el dolor
de los hermanos, ellos sin combate sobre las Lavas. Nosotros
éramos todos esos hijos
errantes hacia el vivir ideal, pero negros: nosotros somos
de una esclavitud
racional nueva. En cada misa, ellos me comen
en sacrificio. En cada discurso, cruel,
y bello, ellos fundan su edad de oro. Sobre nuestros
mutismos. ¡Mis caballos!
….
Que el hombre no sea inmóvil frente a los dioses y el Estado.
…..
Las banderas dan su cara al viento, a la política de los
tiempos y presagian nuestras caídas. Pero los colores
terrestres, alimentos de las cualidades natales, anuncian el
ardor lógico de los torrentes. Ellos están aquí, rompiendo
con su estallido las muecas de los hombres que envejecen.
Porque mi tierra es la tierra donde viaja el estallido
….
La sangre gruñe. Y las cenizas se oscurecen. Las nubes,
labradas de oros, gesticulan violentamente, encadenan el
Incendio. Poco a poco el ojo se despuebla de las fuentes,
o de sus fuegos. El ojo que cantaba el Insomnio a los
ciudadanos amarrados a los dioses de mármol. Cantaba
las arcillas mestizadas, la carne que modula sus sueños.
Diciéndoles a los hombres esas preguntas que irritan toda
comodidad.
Porque el poeta es el peligro de los ángulos, de las medidas,
y de los señores tranquilos. Porque la estepa y los hombres
llamados “feroces” que ella enjaula imita esa lucha de los
sexos cuando el viento se fuga en el ojo de las arenas, en
la lana del carnero.
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“Los caballos Paradjanov” es el nombre del poema de Denis Donikian escrito a modo de celebración de la película “Los corceles de fuego” de Serguei Paradjanov, película del año 1964, cuya versión en inglés llevo por título Shadows of Forgotten Ancestors.
Serguei Paradjanov nació en el seno de una familia armenia de Tbilisi, en el año 1924, y se crió en el rico cruce cultural de Transcaucasia. De manera tal que su filmografía adopta materiales de inspiración folklórica, pinturas de miniaturas armenias y persas, y elementos de los primeros cineastas tal como Georges Méliès. Luego de sufrir la persecución estaliniana, y de ser víctima de varios arrestos, muere en Ereván en año 1990.
-Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2019
-El autor junto a Serguei Paradjanov en Tbilisi, año 1980.