Demetrio Korsi

Nocturno en gris

 

 

 

 

 

Nocturno en gris

 

Lo gris se vuelve lluvia por la noche,

y esos muertos quisieran un gabán

para arropar sus sueños bajo tierra.

Al otro lado de la calle, un muro

con su verja de hierro, hecha exprofeso

no para que contemplen el mutismo

de tanta cruz anónima sin flores,

sino el parque de mármoles que encierra.

 

Las dos de la mañana. Insomnio errante

me empuja a un téte-a-téte con esta esquina

donde como una pústula del vicio

sórdidamente se abre una cantina.

Nueva generación de bebedores,

está en pie. . . Los otros, dónde están?

Todo igual. Solo yo no soy el mismo.

 

Una vez me embriagué en esta cantina.

Cantaba una mujer, bella en su tiempo,

que aún era como un bello anacronismo.

Descuartizaba un tipo en la guitarra

un valse como un clásico jigote.

Los dos ansiaban un pequeño lote,

ambos creyendo que la vida es buena.

Trabajaban los dos, sólo por eso.

Se embriagaban, después de la faena,

y ella escupía si él le daba un beso.

 

Tanta lucha por un pequeño lote

y tanta tierra que hay para los muertos.

Tanto afán de cantar con la guitarra

y nadie al fin se llevará ni un ruido.

Ya nadie canta. Para qué, si hay discos?

Son baratos: se tocan por un real.

Toque, toquen, que pronto habrá silencio.

Lo gris se vuelve lluvia por la noche.

 

El silencio es de un gris casi mental.

Una vez me embriagué en esta cantina,

hace ya un poco más de treinta años.

Todo, igual. Sólo yo no soy el mismo.

Cantaba la mujer y se reía.

Triste, fatal, como una rosa trunca.

La noche no se iba, enamorada

también de la mujer. Entre las copas,

aquella noche no acaba nunca,

lejos, cerca, como una lejanía. . .

 

Triste, fatal mujer, ni tan siquiera

queda ningún mal hombre que la nombre.

A veces, la recuerdo, cual sí

fuera un disco roto en medio de un derroche

de juventud. Ni yo me atrevería

a tocarla otra vez, pues me hace falta

el real de juventud de aquella noche.

 

Entre el silencio de lo gris, está ella.

En lo más gris de su silencio, es barro;

ese barro común, conque a los muertos

cubren con reiterado despilfarro.

 

No tan alto, sombrío, se alza el muro

con su verja de hierro, hecha exprofeso

no para que contemplen el mutismo

de tanta cruz anónima sin flores,

sino el parque de mármoles que encierra.

Todo igual. Solo yo no soy el mismo.

Nueva generación de bebedores,

está de pie… Los otros… Dónde están?

Lo gris se vuelve lluvia por la noche,

y esos muertos quisieran un gabán

para arropar sus sueños bajo tierra.

 

 

 

 

Incidente de Cumbia

 

A Ricardo A. Morales

 

Con queja de indio y grito de chombo,

dentro de la cantina de Pancha Manchá,

trazumando ambiente de timba y kilombo,

se oye que la cumbia resonando está…

 

Baile que legara la abuela africana

con cadena chata y pelo cuscú;

fuerte y bochinchosa danza interiorana

que bailó cual nadie Juana Calambú.

 

Pancha Manchá tiene la cumbia caliente,

la de Chepigana y la del Chocó,

y cuando borracha se alegra la gente,

llora el tamborero, llora Chimbombó…

 

Chimbombó es el negro que Meme embrujara,

Chimbombó es el negro de gran corazón;

le raya una vieja cicatriz la cara;

tiene mala juma y alma de león.

 

Y el tambor trepida! Y la cumbia alegra!

Meme baila… El negro, como un animal,

llora los desprecios que le hace la negra,

y es que quiere a un gringo la zamba fatal!

 

Como un clavo dicen que saca otro clavo,

aporrea el cuero que su mano hinchó;

mientras más borracho su golpe es más bravo;

¡juma toca cumbia, dice Chimbombó!…

 

Vengador, celoso, se alza de un respingo

cuando Meme acaba la cumbia, y se va

-cogida del brazo de su amante gringo-

rumbo al dormitorio de Pancha Manchá.

 

Del puñal armado los persigue, y ambos

mueren del acero del gran Chimbombó,

y la turbamulta de negros y zambos

siente que, a la Raza, Chimbombó vengó…

 

Húyese hacia el Cauca el negro bravío

y otra vez la cumbia trepidando está,

pero se dijera que no tiene el brío

de la vieja cumbia de Pancha Manchá…

 

Es que falta Meme, la ardiente mulata,

y es que falta el negro que al Cauca se huyó;

siempre habrá clientela y siempre habrá plata,

¡pero nunca otro hombre como Chimbombó!

 

 

 

 

José, el tamborero

 

Como José el tamborero

no lo habrá en el Interior.

Cuando tocaba tambor

se alegraba el pueblo entero.

 

En el pueblo o en los llanos,

desde lejos, se sabía

cuando José le ponía

al tosco tambor las manos,

 

Y la caja, musical,

en medio del socavón,

reía y lloraba, cual

si tuviera corazón.

 

José amaba la bebida

con furor, desde muchacho,

y perdió toda su vida

cantando… y siendo un borracho.

 

¡Eso era saber beber!

Y así cuando se jumaba

José en su toque lloraba

por una ingrata mujer;

mas nadie llegó a saber

a qué mujer él amaba,

porque su, amor fue discreto,

callado, triste y sufrido

amor que nació escondido

y que se murió en secreto. . .

 

José, al pegar sobre el cuero,

casi loco se volvía,

y con su melancolía

se alegraba el pueblo entero.

Como José el tamborero

no lo habrá en el Interior.

¡Eso era tocar tambor!

 

 

 

 

Oda inflexible

 

(Al Cerro Ancón, 50 años después)

 

Alzas tu mole frente al mar, y tomas

la sencilla actitud de un compañero,

cuando en mi adolescencia azul, asomas

sentimental, selvático y sincero.

 

Quien pudiera subir el caminito

donde la clase su vigor medía;

quien pudiera acercarse al infinito

sobre tu cumbre, entre la luz del día…

 

En las noches del trópico, eras una

silueta derribada de algún bravo,

que estuviera contándole a la luna

sus comprimidas cóleras de esclavo.

 

Y en tus prohibidos términos, apenas

se podía el domingo visitarte:

poco a poco, te echaban las cadenas

por siglos destinadas a humillarte.

 

Muerta la Musa que lloró tu entrega,

y en este siglo de voluble atuendo,

parangonaste a la colonia griega:

solo hubo un medio de salvarse… ¡huyendo!

 

El yanqui alerta, en el festín del oro,

hizo el Canal y te horadó la entraña;

te dio otro aspecto a cambio del decoro,

para trocarte en fortaleza extraña.

 

¿Ah, cuándo volverá sobre tu cumbre

nuestra bandera a tremolar un día?

¿cuándo terminará la servidumbre

de tu inmolado pueblo, patria mía?

 

¿Siempre el débil será botín sin guerra?

¿No habrá nobleza en el concierto humano?

Por que el Tratado, y todo el mal que encierra,

no dan la mano a tan cercano hermano?

 

Y mientras tanto, la Justicia aguardas…

Pareces increpar en tu mutismo

a la equidad, como diciendo: ¿Tardas?

¿Por qué no vienes a salvar el Istmo?

 

Muévase Lázaro espectral, y ande;

y que termine ya la reverencia:

falta el Ancón para la patria grande!

¡cómo pesa el Ancón en la conciencia!

 

Kingston, 1954

 

 

 

 

Toldo

 

Tamborito: tu entusiasmo

hace que cada tambor

le parezca al panameño

que es su propio corazón.

 

Y, si alguna empollerada

baila un tambor bien caliente,

es la mujer más hermosa

por quien los hombres se mueren…

 

¡Cómo lucen las morenas

dándole al baile color,

y hasta las feas son guapas

al repique del tambor!

 

 

 

 

Dos niños juegan en el parque

 

He pasado en el parque de Santa Ana una hora

matinal; contemplaba la inquietud de esa vía

que es arteria multinánime: la Avenida Central.

Aquí hay un mundo nuevo que se está abriendo paso,

una ciudad que crece sin fin cada minuto.

El porvenir afluye en Panamá.

 

Al parque llega un niño, blanco y rubio.  Lo cuida

una sirvienta: es hijo tal vez de un gamonal.

Parece endomingado con su ropa aplanchada.

Y es tan frágil su aspecto que parece una flor

y es tan fina su voz que parece un cristal.

 

Después, llega un negrito del pueblo y se le acerca.

Y la sirvienta grítale: -Huye, que tú estás fo!

El negrito del pueblo es limpiabotas,

y saca su bolero

y lo juega, sentado en su cajón.

 

El “niño-bien” lo mira y le sonríe.

y haciendo su capricho va a ponerse a su lado.

Al blanco y al negrito lo mismo le da el sol.

El chico de la calle le presta su bolero

al otro, blanco y rubio, como una suave flor.

Y allí no hay diferencias sociales, ¡solamente

hay dos niños que juegan, sin mirarse el color!

 

 

 

 

Victoriano

 

Cayó, rígida, la sombra

del terrible guerrillero,

envuelta en la madrugada

que olía a fusilamiento.

 

Y, sobre el suelo empapado

con la sangre de la víctima,

impasible se yergue

el palacio de justicia.

 

 

 

 

Parque de Santa Ana

 

Parque de Santa Ana,

por tu pasado y por el porvenir.

¡El primer monumento nacional!

 

La iglesia se yergue mirándote.

Anoche un negro se casó:

iba vestido de guantes blancos

y una sonrisa blanca.

 

Mi padre fue un trabajador,

un capitán de dragas, un lobo de mar.

¡Salud, capitán!

En los rompeolas hay algo de sus bíceps,

pulseaba las mareas,

era un experto en horizontes.

 

!Salud, capitán!

Me infunde pensamientos profundos

el hombre que llegó en aventurero

para engendrar al hombre que le canta al Canal.

 

¡Canal! Guión de inmensidades,

norte, sur, este, oeste.

¡Oh grúas, que desentrañan los Andes!

¡Oh esclusas, matrices del progreso!

El mundo es Panamá.

 

¡Campanas de Santa Ana!

Más dulces que los ángeles,

nos cantaron la primera canción

y acaso acompasen la canción del olvido

con el adiós de las palmeras.

 

El Parque de Santa Ana es el pueblo,

el verdadero pueblo.

Cordialmente allí somos amigos y enemigos,

nos queremos y odiamos con fraternidad.

 

La iglesia nos vio a todos pequeños.

¡Cuán inverosímil la infancia!

¡Quién pudiese vivirla otra vez

en ti como entonces, Parque de Santa Ana,

levadura de Panamá!

 

¡Soy el poeta del barrio de Santa Ana!

Ese es mi orgullo. Aquello es mío.

El carretero ha sido mi compañero,

la sirvienta ha sido mi camarada.

Yo conozco los blancos, los negros, los mestizos,

a cada cual le sé su vida y milagros.

 

Soy auténtico, soy trascendental.

Soy un pedazo del pueblo.

¿Quién no me conoce en Panamá?

Desde el limpiabotas al Presidente.

 

Señores: Yo necesito el Porvenir.

 

 

 

 

Cantar del martes

 

El carnaval me entusiasma

con su sol y su dinero,

pero más me encanta, amiga,

el carnaval de tu risa

y el carnaval de tu cuerpo.

 

 

 

 

Elegía

 

A la memoria de Gaspar Octavio Hernández

 

Cesaste de existir, hermano mío;

tu alma sensible remontó su vuelo

y se perdió de pronto en el vacío

como un ave que va con rumbo al cielo.

 

El dolor de vivir tu oscura viva

fue lo que te mató: ¡como un gigante

caíste envuelto en púrpura homicida

y con el mar sonoro por delante!

 

Negro de piel y blanco de ternura

eras un hombre raro y misterioso!

y, adorador, eterno de hermosura,

fuiste detrás de un imposible hermoso!

 

La fe en tu porvenir te hizo potente,

la torre de cristal fue tu confianza,

y sobre el mármol negro de tu frente

brillaba un gran lucero: la esperanza…

 

Peregrinaste al ideal: vencido

y trasnochado regresaste un día:

¡ya sin tu fe, eras pájaro sin nido

falto de amor y falto de alegría!

 

Fue sincera y profunda tu tristeza;

amabas más la tarde que la aurora…

¡y como una montaña, tu cabeza

se alzaba amenazante y soñadora!…

 

Y al verte melancólico, y al verte

con esa faz doliente y taciturna

vino en su blanco palafrén la Muerte

y te raptó bajo la paz nocturna.

 

¡Oh caro hermano en arte: una por una

te seguirán las almas luminosas:

y bajo los destellos de la luna

hablaremos de cerca en nuestras fosas…!

 

 

 

 

Lírica

 

¡Todo lo que es Poesía,

como el fénix, revive!

 

La estrofa más hermosa

se hace con versos tristes…

Labrad, pues, vuestras rimas

con unción de pontífices,

con locura de apóstoles

y boato de príncipes…

 

Cuando los dedos ágiles

las siete cuerdas rigen…

¡se alargan armoniosos

los cuellos de los cines!

 

 

 

 

Sol panameño

 

Democrático sol, sol de oro niño.

Turístico, cordial… !Sol panameño!

Amaneces feliz, nubilampiño,

y al ocaso te acercas tan risueño.

 

Sol que enciendes la sangre citadina,

sol de jardines y de carreteras,

auténtico carmín y vitamina

de las montunas y de las praderas.

 

Millonarios de sol, aquí nos basta

cogerlo con la mano, disfrutarlo:

por más que lo gastamos, no se gasta,

cuando hay en otros climas que inventarlo.

 

Inspiración del pájaro trinero,

al tugurio le das tu pedrería;

te lleva dentro el alma, prisionero,

la jaula tropical de la alegría.

 

Sol que maduras a la piña isleña,

sol de los puertos (mástiles de gala);

¡abres rumbos a todo lo que sueña!

¡horizontes a todo lo que es ala!

 

Sol de enfermos, de parques matinales,

sol de misa de diez y niñas fatuas,

sol de las oratorias oficiales

que escuchan, indefensas, las estatuas.

 

Sol patriótico, magíster de historia.

¡sol panameño!… Tu fulgor quisiera

para que flote entre tu voz de gloria

-clara como tu luz- ¡nuestra bandera!

 

Demetrio Korsi (Panamá, 13 de enero de 1899 – ibíd., 30 de octubre de 1957). Fue un poeta panameño, representante del paso de la literatura modernista ... LEER MÁS DEL AUTOR