Ofrecer mi soledad ahora
(Traducción al español de Emilio Coco)
Nueva York las piernas cansadas, el sol
en el puerto, la corona helada
de rascacielos vista alzarse desde Central Park.
Los árboles de seda y sangre están electrizados
en el frío azul del cielo.
Los tanques están colgados,
bombas sobre las casas.
Caras que CNN
no filmaría nunca, duras
guerreras me miran en el metro,
orientales debajo de las viseras
un negro que duerme con su pelo cano
y delgado, los ojos rojos de uno
que ha vivido mucho tiempo al sol,
un calabrés.
En las megapantallas de Broadway proyectan
las caras sonrientes
de los que ganan dinero y mucho
en los concursos televisivos. Y estandartes
dan la bienvenida en la capital de los nuevos
mil años.
Qué frío está el viento en las caras
en que nos hemos besado.
Atenas nada, Roma
olvidada, materia para los concursos o los viajes
en edad avanzada.
Oonagh, quién te hizo salir canas
a tus treinta años…
Tal vez la mirada de tus niñas
cuando tienes que explicar que con el padre
no ha funcionado, menos mal que se ha
marchado.
Y todos
los que se han ido, que no quede ninguno
por favor, mueves bailando la cabeza
gris y los ojos azules
haces un círculo mágico en Manhattan
en tu pequeño piso
tan majo, haces de ti un incendio
y ceniza cada tarde–
te ruego renace al menos tú en aquel corazón, en esa
flor de rascacielos y luces
nace aún, toca otra era
y en tu nombre etrusco o qué
haz sonar repetidamente la lámina de oro del tiempo
su viento invisible, la canción.
I
Conocer la respiración, exactamente
es la ocupación de los amantes
tocar
el agua misteriosa
del rostro silencioso
decir mi
amor como decir nada
la impaciente luz de los dedos
lo que tiembla y no deja
de temblar.
II
Conocer
la respiración del día, lo que se enrarece
en la noche
es ansia dulce
el oro oscuro, la nada
la sombra inflamada
de los rostros que se tocan‒
y quema la hipnosis
de los círculos de reloj.
No levanten los brazos
contra el llegar de las tardes, la luz pura
exclamativa de las estrellas.
Amar es el oficio
de quien no tiene miedo.
Cuando la casa por la noche
si empieza la lluvia se anima
ventanas que tocan
puertas que un aire imprevisto
mueve y no se vuelven a cerrar
y pequeños pasos presurosos
sobre la madera–
la cara
de la ciudad está cansada, recibe
aquella agua.
Luminosas se vuelven las oscuridades.
Me encuentro despierto como un recién nacido,
el corazón un acontecimiento.
ORIANA A N. Y.
Cómo era pequeña
la guerrera, cómo tendía
los brazos enflaquecidos
hacia las flores que yo traía
y hacia todo lo que se derrumbaba
en la noche tan teatral de Nueva York
era hermosa y encendida, bebía
los últimos champanes para no sentir
la garganta que quemaba–
Y levantaba sus ojos claros
lacrimosos sin llanto, orgullosa, sola
adivinando con el radar de su
tormento los fuegos
los gritos de arena
que nos están atropellando…
Un lejano amor está trabajando su rabia,
la mañana
que la dejé en las escaleras
era una figura de los oficios
en el portal de una futura
catedral de luz florentina
El amor al principio y al final no es
un sentimiento
sino en tu llegada una furia
inmóvil, ojo de los huracanes, el sueño
de la mirada fósil
quebrado debajo del ámbar
estrellas disponiéndose
en el aire y en tu rostro–
un juicio universal a cada paso.
Los sentimientos cambian, no la lucha
entre la vida que busca a la vida
y la vida que busca a la muerte.
Amor, tenme fuerte, ¿lo oyes?
mudo grita por los caminos de Italia
y de lo que Italia se está volviendo
entre los relámpagos de la sangre y maleducados
camareros
algo que no sabe tu nombre, y
como un asesino, ni ojos ni ayer
roza y envenena todos los nombres del día.
Pero tú amor al principio y al final
llama al viento, inventa los caminos del regreso
no dejes desiertas de ti estas plazas
las manos en las cunas, los coches
en hilera contra el sol
y las poesías y las mujeres, estas locas
MADRE E HIJA
Mi madre, me dices
ha muerto joven, extraña –
Ahora que la veo hermosísima
en los diarios que guardas yo puedo
por fin en este rito
de hojas esparcidas por el suelo
yo puedo saber algo de tu mirada,
atravesar su sello
de luz azul y oscuridad
en la ciudad que siempre flamea.
No eres como ella, ella está
en la química incierta y amable de tu amor,
centinela en la puerta
hacia la habitación de tus hijas
discutís silenciosamente, se te parece
y no le obedeces…
Miro cómo asientes al alma insoportable,
te ha amado y te ha empujado
con una sonrisa incomprensible
desde su cuerpo balaustrada
a los muchos brazos del viento
sabiendo que habrías sido como ella
y no como ella–
y habrías besado
finalmente la amputación
y realizado su amor
Ofrecerte mi soledad ahora
es echar atrás
la cabeza, doblar, dejar juntas
las manos en el volante
pararse despacio bajo árboles
grandes, en la oscuridad, y sin
enloquecer sentir
que llaman aún y llaman.