“Estás distante, ahora te marchas”
(Traducción al español de Allain Pallais)
Espejo, ventana
Antes del amanecer la ventana es un espejo oscuro
en donde nada se observa salvo mi reflejo
mirando al interior. Uno frente al otro. Él sabe
tan bien como yo lo que ocupa mi mente
y envuelve mi corazón. No es que sea despiadado
sino que no puede ayudarme. Yo podría, a él.
Tan solo con mirar hacia otro lado lo liberaría
de esa postura que observa desde afuera.
Pero no lo hago y lo observo, él observa. Es obvio
que ninguno es bueno para el otro.
Espero que se desvanezca cuando el gallo cante
como siempre lo ha hecho y que afuera exista un mundo
tierra, mar y aire y hermanas criaturas
y me haré invisible ante mis ojos
frente a una ventana mirando agradecido hacia el exterior.
“Le dijeron que uno de los peces dorados no sobreviviría esa noche…”
Le dijeron que uno de los peces dorados no sobreviviría esa noche
escondió sus ojos con ferocidad bajo el ceño fruncido
salió volado de la casa y en su bici dio
vueltas y vueltas, vueltas y vueltas
Pero fue en vano y volvió en las mismas circunstancias
iba hacia su dormitorio por los chocolates escondidos en secreto
pero su madre lo detuvo, se introdujo en aquel ceño fruncido
hasta que él mostrara sus ojos y eso fue todo.
Tanto dolor en un niño que aún no cumple los cinco años
ellos ya entienden mucho y sospechan el resto
ya están más allá del consuelo
observan, ya han presenciado y confirmado
que todos los seres vivos tenemos algo en común:
morimos. Criaturas tan complejas y variadas
como el gusano, una golondrina, el gato, un escorpión de agua
el recién nacido y los adultos, todos ellos, todos nosotros
morimos. Entonces, cuando el hijo se volvió pozo entre sus brazos
y las aguas del dolor que corren bajo tierra se abrieron paso
por un pez dorado, ella se lamentó sin consuelo
pues el duelo de su hijo tenía sentido, era justo y sincero.
“Estás distante, ahora te marchas”
Estás distante, ahora te marchas
habrás creído estar aquí, entre trenes
donde nos encontramos en un momento expectante
y lo último que deseas es que pongamos nuestras miradas en ti.
No habremos dicho nada, no habremos hecho
nada en todo ese tiempo no habría
ningún obsequio que nos contentara
habrías volteado la mirada y solo detrás del cristal
al tomar asiento entre extraños que también parten
y ya no haya nada que detenga tu partida
quizás sonrías y solo entonces
le concederás a tu rostro el mínimo consuelo de llorar.
“En Espera”
Hemos reunido
las cosas que necesitarás de inmediato
y las pusimos sobre una mesa
junto a la cama donde nacerás.
A tu nombre hay tres gavetas
con ropa para los primeros meses.
Voy de una habitación a otra. La casa
está en espera. Nuestras manos están listas.
Aún sin conocerte
ya te amamos; agradecidos
por cómo nos has aumentado; contentos
de sentir este amor fresco para compartirlo.
Lázaro a Cristo
Se te olvida que en verdad estuve muerto
no estaba en coma ni dormido y no podría haber anhelado
más la resurrección de lo que somos antes
de poder desear el nacimiento. Ya me había hundido
por cuatro días cuando a rastras me sacaste de nuevo al aire.
Ahora vienen a verme partir el pan
y beber el vino, incluso suplican con discreción
y rostros de idiota que diga algo, y, amado,
incluso tú, que lloraste por mí y de quien se dice
que lo sabe todo, hasta lo que murmuro en pesadillas
te imagino acostado pero despierto para escuchar.
También tú sientes curiosidad, también tú me haces temer
de este mi corazón gélido. Sin importar la manera
que lave mi carne no puedo deshacerme del contagio.
Cristo a Lázaro
Cuando llegamos al sitio vacilaron, entonces supe muy bien
que ya me abandonaban. No hubo uno
entre tus dolientes que tuviera el coraje para continuar
y cuando movieron la roca y percibimos el olor
de la Muerte en su guarida, se escurrieron como nubes
y me dejaron reluciendo sobre la tumba abierta
llorando por ti y jadeando hasta que la Muerte cedió
y estabas molesto en tu sudario moteado.
Ocultaron sus ojos, me suplicaron que allá te dejara,
pero me mantuve firme, amigo mío. Pues pronto
un padre amoroso y más feroz que cualquier luna
hará lo mismo por mí, en el tercer día.
Te saqué porque deseaba hacerlo.
Jamás lloré por nadie más que por ti.
Lilith
Cuando llueve es cuando más pienso en ella.
Luz nívea: al despertarme muy temprano
no observo nada viviente en el jardín
solo aves abultadas. Anoche mi hijo,
al telescopio, me llamó hacia su gélida habitación.
Hilos de luz desde sus ojos, pequeños dardos,
habían atravesado la distancia fría
e impactaron en una luna.
Estaba doblado sobre la imagen, haciendo comentarios,
pero yo contemplaba aquel jardín blanquecino
hasta la cerca y el álamo lombardo
y no podía ver nada que estuviera vivo.
Adán le confiesa a Eva una infidelidad
Soñé que te arrebataban de mi costado izquierdo
y desperté abrazado al dolor. Allí en nuestra habitación
iluminada por una farola apareció
como algo extraído de la tierra. Tan blanca como un foco;
su espacio sombrío tan oscuro como el musgo húmedo
o una viuda negra. Créeme
sometió a mis manos elevadas, tomó
la jaula de mi corazón entre sus rodillas,
ávidas de mandrágora, y ya satisfecha,
atiborró su boca inferior tanto que enraizó en
mi evasiva lengua, la que temí se tragara.
Unidos, cortinados bajo su cabello
sólo al levantarse después de haber bebido
y yo haber rodado y corcoveado tal sujetado por riendas
logré ver su rostro de luna sesgada,
de ojos manchados y cavernosos, labios amoratados.
Gritó como foca. Cuando se inclinó y puso
su frente sobre la mía como rezan los salvajes
confinó mi cabeza entre sus antebrazos
luego, confieso, al sentir sus gélidas lágrimas
las lamí de sus mejillas y la dejé reposar.
Mi semilla se escurrió de ella, fría. Desde la calle
se escucha silbar a la lluvia con farolas ya extinguidas.
Tú, cuando desperté, yacías acurrucada sobre mi brazo izquierdo.
‘Decimos que los muertos se marchan’
Decimos que los muertos se marchan, sin saber decir hacia dónde
imposible es imaginar que se hallan en ninguna parte,
que el tiempo se detuvo por completo.
Sin embargo, la ausencia está aquí y ahora,
vamos frotándonos los hombros con esos vacíos
que han dejado, haciendo lo mejor que podemos
menos bien con medios escasos y una mayor necesidad
en un mundo desmejorado, con tal de llenarlos. Esta semana
todos podemos ver esa deuda, el tiempo que se acaba
todos tenemos la bondad del fallecido en la mirada
los que la requieren, nadie pretenderá
reunirse con algún amigo esta semana
pues hemos recibido una noticia desagradable. Y cuan vivo
el mundo continúa siendo con las cosas que el fallecido adoró
la semana pasada, los jilgueros, digamos,
un encanto, y qué despojados lucen, no tan sorprendidos,
anhelan su porción y nos observan
afligidos, como suplentes.