Darío Oliva

Hacia la periferia y otros poemas

 

 

 

 

 

PRETEXTO

 

¿Con qué pretexto

el techo formó una grieta,

ojal por el que filtra en penumbras

la luz su osada huella?

 

También lluvias lamen con su lengua

la insomne hendidura.

 

Fragmentos deforman

la palabra pupila.

Bocas al silencio se encadenan.

 

Lo que no resiste se derrumba.

 

Membrana el cuerpo

descose en herida

expresivo desborde de ceniza.

 

Duele ser parte del cielorraso,

descascarar los ojos;

ante el vaivén del viento

crujir los huesos y sentir

–luego entender–

que el abandono y el olvido

son sinónimos.

 

 

 

 

LENGUA ROTA

 

La luz del sol muerde

el secreto lenguaje de las paredes,

y el cajero automático, adentro,

sólo obedece

a su literalidad de cripta

cada fin mes en que se objetiva

la realidad en sus ranuras.

 

Pero esta vez

su negativa a darme una moneda

fue más fría y cínica que de costumbre:

ha puesto en jaque, ha desvirtuado

la subjetividad necesaria

en las neuronas del estómago.

 

Y apenas, con dificultad respiro

en este país de larvas,

este tóxico distanciamiento del sentido.

 

La poesía olfatea en otro tacho,

y ya van cientos…

 

No sé si se merece

la sombra de vereda este ladrido

de lengua rota.

 

A falta de oxígeno,

es la única respuesta que me queda.

 

 

 

 

INSTANTÁNEAS

 

En el cadáver de la hoja

el otoño se expresa.

Traduce el silencio

astillas del viento en la lengua

y ralentiza el poema.

 

No razona la pupila con la sombra

que dilata su estupor o su afasia.

 

Duelen huesos sobre el puente

por el que caminábamos,

la boca más allá de cualquier paso.

 

Lirios que apagan su luz

sobre la boca del río,

y ojo de luna sin perfume

dan al mundo

fisonomía de un ser vivo.

 

El amor, como cualquier pregunta,

envejece o cicatriza.

 

 

 

 

HACIA LA PERIFERIA

 

Demora el mozo mi pedido.

Voy tarde, de salida,

a ningún sitio, y nadie espera.

O eso es lo que quiero creer

para mentirme sin reparos.

El que se espera soy yo,

del otro lado, y más allá

de este centro iluminado

hacia la periferia

más oscura de mi infancia;

allí, tal vez en pocas cuadras

me reconozco, y vuelvo

a caminarlas de tierra

y con agujeros en las zapatillas,

y la vergüenza

destilando urgencias

y desatinos de puños

contra mi cara.

Caigo y me levanto,

herido y en silencio.

Me recojo la sombra

y la visto de frío,

mientras transito solitario

hacia la última luz del crepúsculo,

y entro al bar,

por esta furiosa esquina,

y pido al mozo la cuenta

de cuánto me debe la vida.

 

 

 

 

BAR MARTÍNEZ

[Terminal de San Luis]

 

A Mariano Bensusán

 

¿He comprimido el tiempo

en un absurdo desgaste de sentidos?

Preguntan por mis cosas,

y, como si un disparo retórico de vacío

anulara toda respuesta, contesto: bien,

acá las cosas apenas se han movido de lugar,

entablé dos o tres guerras contra el espejo

del baño, y otras del mismo tenor con el de la pieza

(el reflejo suele ser pesimista, y el diálogo, tedioso),

también viajé, en postales de revista,

a una isla tropical en Indonesia.

Anduve a lomo de camello por el Sahara

(montado en bici, el asfalto a medio metro

de distancia),

y escribí estas líneas para acordarme

de mentir con mayor displicencia. (Convengamos

que es lo único que sabemos hacer con cierto arte

y desenfado los poetas.)

 

El bar, a punto de cerrar, me abre esta puerta.

En breve iré al cine municipal. Allí me espera

la pantomima bizarra de Jodorowsky.

Terminada la función, después de un fernet,

dormiré, de seguro, bajo el guiño de una estrella,

pensando en la poesía auténtica de Enrique Lihn.

 

 

 

 

ADENTROFUERA

 

Acá adentro,

hasta los cuadros bostezan de tedio.

De seguro, debe ser una fiesta allá afuera,

con tanto bocinazo,

marchas de coches hormigas en el tránsito,

y un sol-granada estallando

sobre los vidrios de cualquier comercio.

La respiración entre estas cuatro paredes

es más lenta. No menos agitada, se diría,

que el transpirado vuelo

de dos moscas en picada.

Y tiempo es lo que sobra para hilar memorias,

aunque la queja por lo que no fue

aún no cierre heridas.

 

Hacia adentro,

conviene reparar palabras

que pesan lo que un mundo.

Hacia afuera, es mejor ahorrar

una gota de silencio

para cuando lluevan gritos,

y engrillado a esa tormenta

ni este viejo café se salve

de naufragar en el ocaso

(por si acaso hay velas que simulen faros

bajo la sombra de la luna.)

 

Echo llave a mi lengua, pago la cuenta,

y ya comienzo a descontar los pasos

que me acercan y me alejan

adonde no se va ni se llega.

 

 

 

 

RITORNELLO

 

Hay mucho por hacer,

y queda poca luz para mi sombra.

Hoy almorcé palabras de poetas,

para no atragantarme con discretas dietas

de las del diario, la radio o las recetas.

Aunque siempre es matemático

nuestro rastro dialógico,

descreo de los números

con su confianza en leyes absolutas

y estocadas calculadas contra la desidia

(como si sumar restara

en la división que se multiplica,

y fuera divertida esa confusa

intervención casi divina de la providencia.)

 

Prefiero el lenguaje de los árboles,

los pájaros, el río, y sus silencios

modulados por el viento

y su música de cascada

en la flauta improvisada

con tacuara por un niño.

Lamentablemente,

es el asfalto el que fagocita cada minuto

de mi laxa existencia en este territorio

de vacuas ilusiones, como sueños creados

para mentir el origen insustancial de un mito,

el de la de infancia y sus temores.

Sin embargo, también he creado

un método propio compositivo:

entro al bar, observo, y luego escribo,

con ansiedad de poseído,

propósitos para un libro.

Nada fuera de lógica.

 

El poeta se disuelve en el aire,

y lo que narra es un sucedáneo

de ese desvanecimiento.

Animal nocturno

(“nochernícola” lo llamó Bustriazo),

le pesa y quema

en los ojos y la lengua el insomnio.

Repite intermitencias del pasado,

tópicos de los que no puede evadirse,

aunque lo quiera y necesite.

Deja salir pájaros, árboles y ríos por su boca.

Y comienza su final de obra

con estas nuevas, viejas palabras:

hay mucho por hacer,

y queda poca luz para mi sombra.

 

Darío Oliva (Villa Mercedes, provincia de San Luis, Argentina, 1976). Ha publicado los siguientes libros de poesía: Epígrafes (2008), Bre ... LEER MÁS DEL AUTOR