Hacia la periferia y otros poemas
PRETEXTO
¿Con qué pretexto
el techo formó una grieta,
ojal por el que filtra en penumbras
la luz su osada huella?
También lluvias lamen con su lengua
la insomne hendidura.
Fragmentos deforman
la palabra pupila.
Bocas al silencio se encadenan.
Lo que no resiste se derrumba.
Membrana el cuerpo
descose en herida
expresivo desborde de ceniza.
Duele ser parte del cielorraso,
descascarar los ojos;
ante el vaivén del viento
crujir los huesos y sentir
–luego entender–
que el abandono y el olvido
son sinónimos.
LENGUA ROTA
La luz del sol muerde
el secreto lenguaje de las paredes,
y el cajero automático, adentro,
sólo obedece
a su literalidad de cripta
cada fin mes en que se objetiva
la realidad en sus ranuras.
Pero esta vez
su negativa a darme una moneda
fue más fría y cínica que de costumbre:
ha puesto en jaque, ha desvirtuado
la subjetividad necesaria
en las neuronas del estómago.
Y apenas, con dificultad respiro
en este país de larvas,
este tóxico distanciamiento del sentido.
La poesía olfatea en otro tacho,
y ya van cientos…
No sé si se merece
la sombra de vereda este ladrido
de lengua rota.
A falta de oxígeno,
es la única respuesta que me queda.
INSTANTÁNEAS
En el cadáver de la hoja
el otoño se expresa.
Traduce el silencio
astillas del viento en la lengua
y ralentiza el poema.
No razona la pupila con la sombra
que dilata su estupor o su afasia.
Duelen huesos sobre el puente
por el que caminábamos,
la boca más allá de cualquier paso.
Lirios que apagan su luz
sobre la boca del río,
y ojo de luna sin perfume
dan al mundo
fisonomía de un ser vivo.
El amor, como cualquier pregunta,
envejece o cicatriza.
HACIA LA PERIFERIA
Demora el mozo mi pedido.
Voy tarde, de salida,
a ningún sitio, y nadie espera.
O eso es lo que quiero creer
para mentirme sin reparos.
El que se espera soy yo,
del otro lado, y más allá
de este centro iluminado
hacia la periferia
más oscura de mi infancia;
allí, tal vez en pocas cuadras
me reconozco, y vuelvo
a caminarlas de tierra
y con agujeros en las zapatillas,
y la vergüenza
destilando urgencias
y desatinos de puños
contra mi cara.
Caigo y me levanto,
herido y en silencio.
Me recojo la sombra
y la visto de frío,
mientras transito solitario
hacia la última luz del crepúsculo,
y entro al bar,
por esta furiosa esquina,
y pido al mozo la cuenta
de cuánto me debe la vida.
BAR MARTÍNEZ
[Terminal de San Luis]
A Mariano Bensusán
¿He comprimido el tiempo
en un absurdo desgaste de sentidos?
Preguntan por mis cosas,
y, como si un disparo retórico de vacío
anulara toda respuesta, contesto: bien,
acá las cosas apenas se han movido de lugar,
entablé dos o tres guerras contra el espejo
del baño, y otras del mismo tenor con el de la pieza
(el reflejo suele ser pesimista, y el diálogo, tedioso),
también viajé, en postales de revista,
a una isla tropical en Indonesia.
Anduve a lomo de camello por el Sahara
(montado en bici, el asfalto a medio metro
de distancia),
y escribí estas líneas para acordarme
de mentir con mayor displicencia. (Convengamos
que es lo único que sabemos hacer con cierto arte
y desenfado los poetas.)
El bar, a punto de cerrar, me abre esta puerta.
En breve iré al cine municipal. Allí me espera
la pantomima bizarra de Jodorowsky.
Terminada la función, después de un fernet,
dormiré, de seguro, bajo el guiño de una estrella,
pensando en la poesía auténtica de Enrique Lihn.
ADENTROFUERA
Acá adentro,
hasta los cuadros bostezan de tedio.
De seguro, debe ser una fiesta allá afuera,
con tanto bocinazo,
marchas de coches hormigas en el tránsito,
y un sol-granada estallando
sobre los vidrios de cualquier comercio.
La respiración entre estas cuatro paredes
es más lenta. No menos agitada, se diría,
que el transpirado vuelo
de dos moscas en picada.
Y tiempo es lo que sobra para hilar memorias,
aunque la queja por lo que no fue
aún no cierre heridas.
Hacia adentro,
conviene reparar palabras
que pesan lo que un mundo.
Hacia afuera, es mejor ahorrar
una gota de silencio
para cuando lluevan gritos,
y engrillado a esa tormenta
ni este viejo café se salve
de naufragar en el ocaso
(por si acaso hay velas que simulen faros
bajo la sombra de la luna.)
Echo llave a mi lengua, pago la cuenta,
y ya comienzo a descontar los pasos
que me acercan y me alejan
adonde no se va ni se llega.
RITORNELLO
Hay mucho por hacer,
y queda poca luz para mi sombra.
Hoy almorcé palabras de poetas,
para no atragantarme con discretas dietas
de las del diario, la radio o las recetas.
Aunque siempre es matemático
nuestro rastro dialógico,
descreo de los números
con su confianza en leyes absolutas
y estocadas calculadas contra la desidia
(como si sumar restara
en la división que se multiplica,
y fuera divertida esa confusa
intervención casi divina de la providencia.)
Prefiero el lenguaje de los árboles,
los pájaros, el río, y sus silencios
modulados por el viento
y su música de cascada
en la flauta improvisada
con tacuara por un niño.
Lamentablemente,
es el asfalto el que fagocita cada minuto
de mi laxa existencia en este territorio
de vacuas ilusiones, como sueños creados
para mentir el origen insustancial de un mito,
el de la de infancia y sus temores.
Sin embargo, también he creado
un método propio compositivo:
entro al bar, observo, y luego escribo,
con ansiedad de poseído,
propósitos para un libro.
Nada fuera de lógica.
El poeta se disuelve en el aire,
y lo que narra es un sucedáneo
de ese desvanecimiento.
Animal nocturno
(“nochernícola” lo llamó Bustriazo),
le pesa y quema
en los ojos y la lengua el insomnio.
Repite intermitencias del pasado,
tópicos de los que no puede evadirse,
aunque lo quiera y necesite.
Deja salir pájaros, árboles y ríos por su boca.
Y comienza su final de obra
con estas nuevas, viejas palabras:
hay mucho por hacer,
y queda poca luz para mi sombra.