No se compra este dilema
Tras la reja labrada
al atardecer mira a la calle
con mirada vacía;
esa dulzura insomne
ese perfume rancio
que brota de las cosas.
Se percibe un polvillo
una escarcha quebradiza
que cubre la mesa de luz
y se filtra en sus cajones
donde viejas fotos familiares
huyen de la fatal penumbra.
El empapelado florido
de las paredes húmedas
descubre fisuras tenues.
Por la puerta entreabierta
se dispersa un aroma
de malvones
y algunas voces
reverberando:
holograma sonoro
de un tiempo en el que aún
existían los espejos.
Bajo el laurel del patio
en la tarde calurosa
mirando los últimos gorriones
que se posan en los cables,
las abejas que inspeccionan el malvón
y el árbol de pomelo.
Mi perro, jadeante, echado a mis pies
agradecido por la leve brisa que permite respirar
cuando baja el sol.
Con la pequeña selva enmarañada a mis espaldas.
Olvidado del mundo y de la gente, estoy.
Tratando de aprender o recordar viejas lecciones.
Limpiando de polvo y telarañas oxidados circuitos.
Un gato se acicala
sobre una vieja estructura de metal herrumbrado.
Un rincón de silencio sólo para mí.
No puedo detenerme en lo poco o mucho que he perdido
ni conjeturar sobre futuros
ni rutinas ni bonanzas ni miserias.
Prefiero quedarme aquí mirando el extraño color
que toman las cosas
con la última luz de la tarde.
Recordarme
y no ser olvidado.
Busco (siempre) la tibieza
la esperanza.
No de fortunas
No de glorias marchitas
La tibieza del pan recién horneado
La esperanza de la golondrina
terminando agosto
No se compra este dilema
este desvelo
No hay fórmulas alquímicas
contra el destierro
¿Quién puede imaginar
mayor tristeza
que la de aquél que jamás duda,
que sostiene sus días
con certezas?
ALREDEDOR DE LOS SUEÑOS
Persiste entre ellos y la luz
una barrera nebulosa
una disyuntiva urgente
entre cansancio
y recuerdos.
Devora la memoria su vorágine
Cae ensimismada frente al brillo
el trueno asordinado de cada amanecer.
Cruzarán alguna vez esa barrera
Rendirán su profético puñal
a la furia del deseo.
Abolirán sus señales atávicas
ante la sólida certeza
despiadada
cruel
perfecta y conocida
Es la hora en que los pájaros
buscan otro cielo, en las antípodas.
No hay música en al aire
domina la atmósfera un silencio tenue.
La carga eléctrica de las nubes
encuentra polos de atracción
aquí en la tierra.
Y vos mirás sin ver
sin ver
como de costumbre
hacia ese punto fijo
de la ventana abierta
SALEM
Sonreía y su sonrisa
buscaba algún reparo.
(Quizás sepas
que sus manos de marfil
prohijaban una pócima blancuzca)
El espejo la arrullaba
en sueños sin hogueras
(Recuerdas: la espiral de los sueños
la caída infinita)
A veces canturreaba
en la hora de ensalmos
cuando las sombras
profanaban los rincones.
El imaginario de la aldea
colegía rituales o
con espantada mueca
paladeaba sus cópulas satánicas.
Ella, siempre, sonreía
y en su boca
la savia de mandrágora
estallaba en artificios seminales
que no cesan.
Un camino cruza el campo.
No hay estrellas
Chistidos de insomnes lechuzas.
Luces, lejos, tras la laguna.
Alrededor toco,
bajo la tela de la ligera camisa
como un ciego adivinando formas
por texturas
Siento en el cuello un roce húmedo.
Una estrella fugaz cae, fugaz.
Pienso ¿cuándo amanecerá?
Tus manos interfieren una ligera analogía
que, abismado, estaba construyendo.
Ranas, grillos, un lejanísimo motor.
Mucho más cerca, suspiros.
¿de quién? ¿de quién?
No amanece. Esta noche no termina.
Otros brillos
en el viaje
me alimentan.
DICTADURAS I
En mi cuarto describía bucólicos estados
Y, adolescente, soledades no deseadas.
Las noches transcurrían
como una curva eterna,
un salto al vacío
el peligro o el Edén.
Besos profundos han pasado
y lunas,
dictaduras.
Y hoy comprendo que lo único
que jamás se detiene
es la danza enloquecida de los átomos,
la azarosa química del cuerpo.
DICTADURAS II
Cuidado
no te muevas
están llegando.
Con su ropaje de tinieblas
su silencio pre-tormenta.
Pura pólvora.
Sólo sangre.
No abras las ventanas
las sombras se agitan
los árboles delatan.
No te muevas.
No tiembles.
Miedo –muerte.
Vasta vida.