Damaris Calderón Campos

El momento más grave y otros textos

 

 

 

EL MOMENTO MÁS GRAVE

La Habana es la ciudad del hambre,
la ciudad de los apetitos.
Voy a nacer en La Habana.
Voy a nadar cinco generaciones,
para llegar al vientre de mi madre,
que sabe a sal.
La Habana es sol, es salobre, es salmuera.
Voy a llegar al Prado,
para inmortalizarme con mi hermana,
en esa foto sepia, de cámara de cajón.
Voy a perder los pies
caminando las calles de La Habana.
Me voy a arrastrar como el mutilado del parque de los héroes,
sin ninguna heroicidad.
Voy a ser joven y lustrosa como una moneda.
La Habana es la ciudad del churre, del ron,
de las columnas.
En La Habana me sacan los ojos
y me los vuelvo a poner.
En La Habana me crucifico con vítores,
vuelvo a cargar los cubos de agua,
a bañarme en una palangana
con sangre del cuarto de los gallos.
Cuando esté en París,
voy a soñar con La Habana.
Cuando me muera,
voy a soñar con La Habana.
Cuando sea inmortal
y me agiten  como un trapo
tendido al sol.

 

 

PUEBLOS DE CUBA, SUMERGIDOS

Se derrumba un puente otro puente.
Monumentos.
Aquella mandíbula sobresaliente.
El país:
cuerpos sobre los árboles.
Pueblos de Cuba
sumergidos.
Puedo sentir la textura del plátano,
el agua de la madrugada
sobre las hojas
de los plátanos
esperando saltar como un león.
Lo que falta en las paredes.
Imágenes de cera.
Este corte blanco en la piedra.
El río echó a correr.
Todo se va descascarando
sin señales de violencia en el cuerpo.
No podías poner en el muro
de tu templo:
”Fracasé y perdí numerosos hombres”.
¿Quiénes eran, cuáles eran
sus nombres?
Tallaron las historias de sus vidas
en los muros
que se vinieron abajo.

 

 

SE DERRUMBA UN EDIFICIO DEL BARRIO DE JESÚS MARÍA
CON PERSONAS DENTRO

Estoy mirando tu cara otra vez
Valeriano Weyler.
Estoy mirando a los negros
a los blancos
de Cuba.
El hambre la reconcentración.
Ese edificio donde viví en la calle Industria,
apuntalado por rezos abakuá.
Monte.
Matadero.
“Lola jolongo el balcón(…)
Rumbamos mal”.

Ahora yo también soy una pared rota.
Entro en el Mangle,
La Manigua,
por mi buche de café
y de sangre.

 

 

BALAS LOCAS

Cómo enloquecen las balas? Empiezan, como las personas, a olvidarse de cosas, a hacer extravagancias, a ir por algo y quedarse a mitad de camino, a hablar incoherencias, a gritar, a llorar, a cagarse en los pantalones, a tener crisis de pánico, a comerse las uñas, a confundir una azucarera con un neumático, a querer tirarse por las ventanas, colgarse de un mástil, cortarse el cuello, cómo saben las balas que son balas, quiénes son, de qué están hechas? Fueron niños, antes de ser casquillos de goma, de metal, antes de alojarse en la carne? Quién le silbo, a las balas que silban? Las arrullo alguien? Las patearon en la cabeza? Fueron amordazadas con camisa de fuerza y encerradas en un cuarto oscuro, a llorar? Las metieron, cachorros, en un furgón militar, por la fuerza? Las balas locas, violentadas, no pueden pegar ojo en toda la noche y entran por pasillos oscuros, insomnes, hasta las cabezas de otros niños que duermen.

Damaris Calderón Campos (La Habana, Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países entre los ... LEER MÁS DEL AUTOR