Estudio de la soledad
(Traducción al español de Jan Zych)
Estudio de la soledad
¿Guardián de los conductos de larga distancia en el desierto?
¿Guarnición unipersonal de la fortaleza de arena?
Quienquiera que fuese. Veía al amanecer las montañas plegadas
Color ceniza, encima de la noche que se derretía
Saturándose de violeta, cobrando el colorete líquido,
Hasta que se levantaban, enormes, en la luz naranja.
Día tras día. Y ni se dio cuenta, año tras año.
¿Para quién, pensaba, este esplendor? ¿Para mí solo?
Y seguirá durando, sin embargo, cuando yo perezca.
¿Qué es esto en el ojo de la lagartija? ¿Qué ve el ave de paso?
Si es que yo soy la humanidad, ¿ella sin mí es ella misma?
Y sabía que era inútil llamar porque nadie de ellos lo salvará.
Sobre los ángeles
Os han quitado los vestidos blancos,
Las alas y hasta la existencia,
Y yo sin embargo os creo,
Oh mensajeros.
Donde está volteado al revés el mundo,
La pesada tela bordada con estrellas y animales,
Os paseáis contemplando puntadas verídicas.
Corta es vuestra parada aquí,
Tal vez al tiempo del alba, si está claro el cielo,
En la melodía repetida por un pájaro,
O en el olor de las manzanas al anochecer
Cuando la luz hechiza los jardines.
Dicen que alguien os ha inventado
Pero esto a mí no me convence
Porque los hombres se han inventado también a sí mismos.
La voz, quizás ésta sea una prueba,
Porque pertenece a los seres indudablemente claros,
Ligeros, alados (¿y por qué no?),
Ceñidos con el relámpago.
Escuché esta voz muchas veces en el sueño
Y, lo que es más extraño, entendía más o menos
La orden, el llamamiento en la lengua sobreterrestre:
al instante el día
uno más
haz lo que puedes.
Cafetería
De aquella mesita en la cafetería
Donde en los mediodías de invierno brillaba un jardín de
escarcha,
He quedado yo solo.
Podría entrar allí, si lo quisiera,
Y golpeando con los dedos en un vacío helado
Evocar las sombras.
Con incredulidad toco el mármol frío,
Con incredulidad toco mi propia mano:
Esto – es y yo soy en la historia que acontece,
Y ellos ya están cerrados por los siglos de los siglos
En su última palabra, en su última mirada.
Y lejanos como el emperador Valentiniano,
Como los jefes de los masagetas de quienes nada se sabe
Aunque apenas un año, dos o tres años pasaron.
Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano,
Puedo pronunciar un discurso desde la tribuna o rodar una película
Con métodos que ellos desconocían.
Puedo experimentar el sabor de frutas de las islas del océano
Y tener mi fotografía en el traje de la segunda mitad del siglo.
Y ellos ya para siempre como los bustos en chorreras y fraques
Del monstruoso Larousse.
Pero a veces, cuando el resplandor crepuscular colorea los
techos de la calle pobre
Y fijo mi mirada en el cielo, veo allí, entre las nubes,
La mesita bamboleándose. El mesero da vueltas con la bandeja
Y ellos me miran soltando carcajadas.
Porque yo no sé todavía cómo se muere por la mano cruel del hombre.
Ellos saben, ellos bien lo saben.
El maestro
Dicen que mi música es angelical.
Que cuando el Príncipe la escucha
Su rostro, cubierto, se calma.
Con un mendigo entonces compartiría el poder.
El abanico de la dama de la corte está inmóvil,
El tacto del raso no trae pensamientos deshonestos y agradables,
Y ajenas, como en un abismo, las rodillas se enfrían bajo el pliegue.
Cada uno ha escuchado en la catedral mi Missa Solemnis.
Las gargantas de las muchachas del coro de Santa Cecilia
Yo transformé en un instrumento que nos eleva
Por encima de lo que somos. Sé sustraer la memoria
De su larga vida a los varones y a las mujeres
Hasta que entre los humos de la nave están de pie regresados
A las mañanas de la infancia cuando la gota del rocío
Y el grito de las montañas eran la verdad del mundo.
Apoyado sobre el bastón cuando el sol se pone
Puedo parecerme a un jardinero
Que había criado un árbol grande.
No malgasté los años de la frágil esperanza juvenil.
Mido lo consumado. Allá arriba la golondrina
Pasará, y volverá nueva en su vuelo oblicuo.
Cerca del pozo sonarán los pasos, pero de otra gente.
Los arados labrarán el bosque. Sólo la flauta y el violín
Van a trabajar como les ordené.
Nadie sabe cómo lo pagué. Ridículos. Ellos piensan
Que se obtiene gratis. El rayo nos traspasa.
Quieren rayo porque eso les ayuda en la admiración.
O creen en el cuento pueblerino. Una vez en la sombra bajo el aliso
Se nos reveló el demonio, negro como un pantano,
Sacó dos gotas de sangre con la picadura de mosquito
E imprimió en la cera el anillo de amatista.
Tocan inmutablemente las esferas celestes y los planetas
Pero el instante de la memoria es invencible.
A la mitad de la noche regresa. ¿Quién detiene las antorchas
Para que lo que fue hace tanto ocurra en la claridad?
La pena, ya inútil, a cada hora
De la larga vida. ¿Qué obra hermosa
Puede rescatar los latidos del corazón
De un ser vivo y a quién le basta
Confesar los hechos que duran eternamente?
Cuando las viejas y canosas, bajo el mantón con encaje,
Sumergen sus dedos en el agua de la pila,
Me parece que podría ser una de ellas. Los mismos abetos
Susurran y el lago se tornasola con una ola blanca.
Amé sin embargo mi destino.
Y si hiciera retroceder el tiempo, no puedo adivinar
Si escogería la honestidad. La línea de la suerte no lo sabe.
¿Es que Dios quiere que perdamos el alma
porque sólo así tiene el don implacable?
¡Palabras de los ángeles! Antes de que menciones la Gracia
Cuida que no engañes a los demás ni a ti mismo.
Sólo es verdadero lo que de mi maldad ha surgido.