Czeslaw Milosz

Pobre poeta

 

 

 

(Traducción al español de Jan Zych)

 

 

 

Nacimiento

Por vez primera ve la luz.
El mundo es una luz chillante.
No sabe que gritan
Los pájaros chillantes.
Sus corazones laten rápidos
Bajo las hojas enormes.
No sabe que los pájaros viven
En otro tiempo que el del hombre.
No sabe que el árbol vive
En otro tiempo que el de los pájaros,
Y va a subir despacio
Hacia arriba con una columna gris
Pensando con sus raíces
En la plata de los reinos subterráneos.

El último del linaje, viene
Después de las grandes danzas mágicas.
Después de la danza del Antílope,
Después de la danza de las Serpientes Aladas,
Bajo el cielo eternamente azul
En el valle de las montañas ladrillosas.

Viene después de las correas abigarradas
En el escudo con la cabeza del monstruo,
Después de los ídolos que mandan
El sueño con su párpado pintado,
Después del herrumbre de los navíos esculpidos
Que el viento ha olvidado.

Viene después de los rechinamientos de las espadas
Y después de la voz de los cuernos de guerra,
Después del horrible grito colectivo
Detrás del polvo de ladrillo desmenuzado,
Después del aletear de los abanicos
Encima de la broma de las porcelanas tibias,
Después de las danzas del lago de los cisnes
Y después de la máquina de vapor.

Dondequiera que ponga el pie, en todas partes allá
Dibujada está en la arena
La huella del pie con un dedo ancho
Y llama a que pruebe
Su pie infantil
Que llega de las selvas vírgenes.

Dondequiera que camine, en todas partes allá
Encontrará sobre las cosas de la tierra
Un pulimento caliente
Y bruñido por la mano humana.
Nunca lo abandonará,
Quedará siempre con él
La presencia, cercana como la respiración,
Su única riqueza.
 

 

Enseñanzas

Desde aquel momento cuando en la casa de cornisas bajas
Un doctor del pueblo cortó el cordón umbilical,
Y los huertos se llenaban de acederas y cenizos,
Nidos para las peras con blancos puntos del moho,
Ya estuve en las manos de los hombres. Podían, sin embargo,
Estrangular mi primer grito, apretar con su mano grande
Mi garganta indefensa que inspiraba su ternura.
De ellos he heredado los nombres de pájaros y frutas,
He vivido en su país, no demasiado salvaje,
No demasiado cultivado, con la pradera, con el campo arable
Y con el agua en el fondo de piragua dentro de la maleza
Detrás del taller de carpintería.

Sus enseñanzas, empero, encontraron el límite
Dentro de mí mismo, y mi voluntad fue oscura,
Poco obediente a mis designios o a los suyos.
Otros, a quienes no conocía, o solamente de nombre,
Andaban dentro de mí y yo, espantado,
Oía en mí los crujientes cuartos
Adonde no se mira por el ojo de la cerradura.
No significaban nada para mí Casimiro ni Gregorio
Ni Emilia ni Margareta.
Pero cada defecto, de ellos y cada mutilación
Tuve que repetir yo mismo. Eso me humillaba.
Y fuese capaz de gritar: Oh vosotros, los responsables,
Por vuestra culpa no puedo llegar a ser quien quiero sino yo mismo.

El sol caía en el libro sobre el pecado original.
Y a veces, cuando la tarde zumba entre las hierbas,
Me imaginaba a los dos, con mi culpa,
Cómo estaban pisoteando la avispa bajo el manzano del paraíso.

 

 

Pobre poeta

El primer movimiento es cantar.
La voz libre que llena las montañas y los valles.
El primer movimiento es alegría.
Pero ella es arrebatada.

Y cuando los años cambiaron mi sangre
Y mil sistemas planetarios nacieron y apagáronse en mi cuerpo,
Estoy sentado aquí, poeta astuto y enfadado,
Con los ojos entornados maliciosamente,
Y pesando la pluma en mi mano
Medito la venganza.

Pongo la pluma, y brotan de ella retoños y hojas, y se cubre
con flores
Y el olor de estas flores es descarado porque allá en la
tierra real
No crecen árboles así, y es como un ultraje
Hecho a los hombres que sufren el olor de este árbol.

Hay quienes se refugian en la desesperación que es dulce
Como un tabaco fuerte, como un vaso de vodka tomado en
la hora de perdición.
Otros tienen una esperanza de tontos, rosada como un
sueño erótico.

Otros aún encuentran paz en la idolatría de la patria
Que puede durar largo tiempo
Aunque no más de cuanto dura todavía el siglo diecinueve.

Pero a mí me es dada la esperanza cínica,
Porque desde que abrí los ojos he visto sólo resplandores de
incendios y matanzas,
Sólo perjuicios, humillación y ridícula infamia de los fatuos.

Me es dada la esperanza de vengarme en otros y en mí mismo
Porque fui yo el que sabía
Y no saqué de ello para mí ningún provecho.

 

 
Despedida

Te hablo después de los años del silencio,
Mi hijo. No existe Verona.
Trituré el polvo de ladrillo entre mis dedos. He aquí lo que queda
Del gran amor a las ciudades natales.

Oigo tu risa en el jardín. Y el olor
De la primavera loca corre por las hojas mojadas hacia mí,
Hacia mí, que sin creer en alguna fuerza salvadora
Sobreviví a otros y a mí mismo.

Si tú supieras cómo es cuando de noche
Uno despierta de repente y pregunta
Al oír el corazón palpitando: ¿Y tú qué quieres más,
Oh insaciable? Es la primavera, canta el ruiseñor.

La risa infantil en el jardín. Primera estrella pura
Se abre encima de la espuma de las colinas cerradas
Y a mis labios de nuevo regresa el canto ligero,
Y de nuevo soy joven como antes, en Verona.

Rechazar. Rechazar todo. No, es eso.
No voy a resucitar nada ni regresar a lo pasado.
Dormid, Romeo y Julieta, en la cabecera de las plumas rotas,
No levantaré de la ceniza vuestras manos unidas.
Que el gato visite las catedrales abandonadas
Luciendo con su pupila sobre los altares. El búho
En la bóveda muerta que construya su nido.

En el mediodía caluroso y blanco la serpiente entre los escombros
Que se asolee sobre las hojas de tusilago y en el silencio
Con un círculo resplandeciente que ciña el oro inútil.
No volveré. Yo quiero saber qué es lo que queda
Al rechazar la primavera y la juventud,
Al rechazar la boca carmesí
De la que fluye en la noche bochornosa
Una ola de calor.

Al rechazar el canto y el olor de vino,
Los juramentos y las quejas y la noche de diamante,
Y el grito de las gaviotas detrás del que sigue corriendo el brillo
Del sol negro.

De la vida, de la manzana rebanada por un cuchillo de fuego,
¿Qué semilla se salvará?

Créeme, hijo mío, no queda nada.
Sólo la pena de la edad viril,
El surco del destino sobre la palma de la mano.
Sólo la pena,
Nada más.

 

Czeslaw Milosz Poeta polaco nacido en Szetejnie, Lituania, en 1911. Al terminar estudios universitarios en Wino, fundó el grupo literario "Zagary" y publi ... LEER MÁS DEL AUTOR