Concha García

La sensación de estar viva

 

 

 

Retrato fingido 

Algo de gozo, nunca un latido constante
y la forma de cerrar las ventanas
en un corredor resentido. Parece liviana.
Cuando surge de broches y maquetas es aún
silenciosa, turulata y cambiante
en recorridos viscosos. Parece loable,
sacrifica partículas con un tenaz
balbuceo entre toallas y peines.
Es yerta y fría, poco tocable. Se siente
enervadora y poco lucrativa
si le deja la lluvia panorama distinto.
Descorre camino muy punzón si salida
es tener hipo con asco o si mira
con un deshilvanado interés la espalda
de una gruesa mirada comedora
de ornamentados alfajores. Recorre tu tez
con los dedos. Es larga la costumbre
de poner intervalos. Perdona si sabe.
Dice que nunca se exalta y es brava
la forma de no acentuar en absoluto
las sílabas. Tampoco mora.
Ni habitaría.

 

 

Un brillo del no

He visto romperse cántaros y estaba presente.
Mi cuarto es una playa. Se extiende.
Mi cuarto. Compartí en lugares poco ignotos
la mirada nunca correspondida. Nunca dispuesta.
Mi cuarto no deja de ser un dormitorio
con una cama, en sus garras estuve presente.
Era una geografía limitada por demarcaciones
territoriales. Una parca extensión de terreno
de la que emergía una ciudad con lengua propia
donde pude ver mis dedos
desentendiéndose del sentimiento. Es grave
por ahí comienza todo. Lo vas a tener difícil.
Yo también. Estoy rota.
La belleza es transitoria si no conmueve.
El centro resquebrajado. Las aristas romas.
Me gustaba estar sobre la cama
de mi cuarto, los botines morían.
Yo también, pero era una valentía,
un brillo del no. Me eduqué en la quimera
del sí a todo. El poema es un tragaluz.
Despuntaba el día cuadrilátero.
Nuestras cabezas. Los cántaros

 

 

Insatisfacción precoz

Avanzábamos serpenteando entre las curvas,
ella se sentó al lado del conductor
y supuso que estaba mal peinada,
pero qué importa. Un marido enfermo
y una casa en la pendiente son razones
para que el cabello sea lo de menos.
Se hincó la tarde en el retrovisor.
Vi una juventud pasada convertida en pelo
y me desasosegó la imagen. ¿He nacido
para cuidar enfermos? Primero fue mi padre.
Sonó la iglesia de lejos, un eco de campanas
impidió que oyese el final del monólogo
aunque era fácil imaginar una turbación
tan inquietante. Las evidencias de la realidad
son motas de polvo en sueños, cuando
se retrocede. Tiene que operarse y no quiere,
¿he de ser también yo quien se lo diga?
¡Ah, los hombres! Yo me arrinconé
en el asiento porque reconocía ese dolor
que transita desde lo hondo, y me dije:
¡Ah, las mujeres! Aparcamos frente a su casa
y vi un balcón que me produjo derrumbe
porque yo no deseaba vivir allí. La tarde
era una tarde de octubre, yo no deseaba,
ni siquiera deseaba que fuese octubre.

 

 

La sensación de estar viva

Mientras permanecía en la habitación
alguien pidió la cuenta. Yo conté
una desgracia absurda a la visita
y se hizo de noche. Parece verdad
verlo ahora.
Tienes sed y un candelabro
la inspiración de un año de vida
en el contorno de un cuerpo
no da entendimiento. Ven.
Juraría que había un mar
y que las velas eran una trampa
para derrotar el aire. Qué bello
fragmento inspirado en una pena.
Debo regresar a las sábanas
pagaremos mañana. Ven.

 

 

Fuga

Cuando ganó el objeto de su amor
en tropel todas las que fue entraron a un barco.
La rigidez del capitán quiso ordenarlas
pero la neurótica H. se puso a fumar
como si sus dedos descifraran en el humo
el verdadero sentimiento de atemporalidad.
Así, floreció una ristra de ajos, cambió
la bombilla una mano desgajada,
la realidad se hizo invisible
y tomó mil aspectos que en el otro orden
se convirtieron en  actos fallidos. Así
ver el mar, por ejemplo, todo marrón,
motivó que un olvido respecto a quién era
le hiciera mirar hacia un horizonte ladeado.
Y formó un hogar del deambuleo.

 

 

He oteado el porvenir y la sala,
también el solar donde me ubico.
No hay montañas, ni las deseo.
Qué insólito lugar para existir,
cuando alguien comienza a idealizar
es que ha perdido un broche.
Le llamo broche
a la inscripción en oro de una cumbre.

 

 

Cruje el tiempo.
Lo cercano se resquebraja.
Parte de un lugar el dedo
que no tiene mapa.
Se aspereza la causa
que lo movía todo.
La raya del vestido
se hunde en la plancha.
Levanta el vuelo
la piel que lo habitaba.

 

 

Cuando abres los ojos
te detienes ante el detalle
sobre la mesa ovalada.
Justo en el rincón más oscuro
la sonrisa de la visita
al quitarse las gafas.
Miras como mira
al trasluz de los cristales
y te imaginas
la vida junto a alguien.
Giras la cabeza
hacia el ventanuco
donde la rejilla de aire.
Te pone la mano encima
el calor del mundo
que entra por  tu frente
amplio como los campos
sin vallas ni árboles.

Concha García Poeta. Nacida en la Rambla (Córdoba). Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, ciudad donde vive. Autora de ens ... LEER MÁS DEL AUTOR