Clementina Suárez

El regalo y otros textos

 

 

 

 

 

COMBATE

 

Yo soy un poeta,

un ejército de poetas.

Y hoy quiero escribir un poema,

un poema silbatos,

un poema fusiles

para pegarlos en las puertas,

en la celda de las prisiones,

en los muros de las escuelas.

 

Hoy quiero construir y destruir,

levantar en andamios la esperanza.

Despertar al niño

arcángel de las espadas,

ser relámpago, trueno,

con estatura de héroe

para talar, arrasar

las podridas raíces de mi pueblo.

 

 

 

 

MIRANDO EXTASIADA AL CIELO

 

Sentada a la orilla de la vida

yo soy tres:

mi sueño, la poesía y yo;

pero lo que ahora digo

lo borra mi sangre con su veloz vertiente,

entretanto el reloj

—rompeolas de los días—

inventa una nueva hora,

en la escala gradual del tiempo.

Anterior al péndulo

y al vuelo de las golondrinas,

está mi luna que llora y ríe

en un exacto protectorado de palabras.

Yo no sé cómo cerrar los ojos,

reconquistar las tardes,

las memorias

y los paisajes

en una sola fuente recóndita

que afirme definitivamente

el soplo primigenio;

a nivel de la rosa que no se marchita

en el seno,

o de la nube que se hubiera quedado

prendida en la ventana

mirando extasiada al cielo.

 

 

 

 

LAMENTOS EN EL ESPACIO

 

Afuera ruge el viento. Tu cabeza está

en mis piernas.

la noche se entretiene en ronda de fantasmas.

Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,

para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

 

Tú peinas y despeinas mi cabello

mientras el mar arrastra sangre y lodo.

 

La sombra parece que esculpiera cadáveres.

¿Quién llora y se desespera en el aire?

Amor. Tú estás dormido,

-sin darte prisa por salir de la noche-

mientras yo atajo lamentos

de madres y de niños.

 

 

 

 

SEXO

 

Sexo,

encarnada rosa,

flor de lujuria

por donde salta mi juventud.

 

Ánfora llena

de sensaciones

y vibraciones,

 

arpa que vibra,

que llora y gime

voluptuosidades.

 

Lirio encendido

en el altar de fuego

de roja estancia…

 

Desgarrado fuiste

por su loca furia

en aquella tarde.

 

En que la divina flor

de vida y amor,

en ofrenda a su amor yo di.

 

Pero yo te bendigo

gruta maravillosa

porque la vida me diste

 

y porque en esa flor estropeada

una nueva vida

yo también di…

 

 

 

 

MÁGICAMENTE ILUMINADO COMO EN UN PARAÍSO

 

Me salí de mi vestido

y fui a dar con mi cuerpo,

y pude comprobar entonces

el valor de mis pies, mis manos, mis piernas,

mi estómago, mi sexo, mis ojos y mi cara.

 

Supe del deleite que cada uno de ellos me ha dado

y me he dicho de improviso:

¡qué contorno mágico el de mi costado,

qué antiguos y nuevos ecos en el hilo de mis venas,

que voz en la garganta,

qué sílaba impronunciable en el labio

y que sed detenida en la garganta!

 

Apresuradamente he salido por la puerta

disparada a caminar,

a tocar el suelo con mis pies,

a lanzar flechas encendidas por los ojos,

a devorar paisajes,

a enredar mis manos en jeroglíficos de relámpagos,

a dejar detenida aquí en mi sexo

—árbol fructificado—

el aroma de la vida.

 

He absorbido, he olfateado, he gritado

vivir, vivir, vivir.

Como si despertara una y otra vez

y fuera abeja laboriosa

que libara su miel astral.

Alba que cuajara aquí en el pecho,

armero que trabajara día y noche

su cumplida labor.

 

Abro precipitadamente

las puertas de mi aposento

y tiro lejos la sábana.

Me asomo al espejo como una morada

que no habrá de retenerme.

Como un propósito alucinado,

brilla mi anillo de piedra color malva,

mi lámpara, mi reloj,

detenidos en los umbrales del tiempo.

 

Mis zapatos desvelados a la orilla del lecho

y mi rostro deambulando por el sueño

como una decoración para un poema

escrito en las líneas de la mano,

o en el destello metálico de mis sentidos

tulipanes siempre ardiendo.

 

Mi perfil de arcángel

danza con el rayo,

detiene sus reflejos en la frente

y derrumba con su fuego el corazón

como en un paraíso mágicamente iluminado.

 

 

 

 

POEMA DEL HOMBRE Y SU ESPERANZA

 

Ahora me miro por dentro

y estoy tan lejana,

brotándome en lo escondido

sin raíces, ni lágrimas, ni grito,

—intacta en mí misma—,

en las manos mías

en el mundo de ternura

creado por mi forma.

 

Me he visto nacer, crecer, sin ruido,

sin ramas que duelan como brazos,

sutil, callada, sin palabra para herir,

ni vientre que rebase de peces.

 

Como rosa de sueño se fue formando mi mundo.

Ángeles de amor me fueron siempre fieles,

en la amapola, en la alegría y en la sangre.

 

Cada caracol supo darme un rumbo

y una hora para llegar.

Y siempre pude estar exacta.

A la cita del agua, de la ceniza y la desesperanza…

 

Frágil, pero vital, fue siempre mi árbol.

Al hombre y al pájaro les fui siempre constante.

Amé como deben amar los geranios,

los niños y los ciegos.

 

Pero en cualquier medida

estuve siempre fuera de proporciones,

porque mi impecable y recién inaugurado mundo

tritura rostros viejos

modas y resabios inútiles.

 

Mi caricia es combate,

urgencia de vida,

profecía de cielo estricto

que sostienen los pasos.

 

Creadora de lo eterno,

dentro de mí, fuera de mí,

para encontrar mi universo.

Aprendí, llegué, entré,

con adquirida plena conciencia

de que el poeta que va solo

no es más que un muerto, un desterrado,

un arcángel arrodillado que oculta su rostro,

una mano que deja caer su estrella

y que se niega a sí mismo, a los suyos,

su adquirido o supuesto linaje.

 

De esta ciega y absurda muerte o vida,

ha nacido mi mundo,

mi poema y mi nombre.

Por eso hablo del hombre sin descanso,

del hombre y su esperanza.

 

 

 

 

EL REGALO

 

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,

hoy florecida como la primavera.

 

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle

– brazo de mar de olas inasibles –

 

la ebriedad de mis pies frutales

con sus pasos sin tiempo.

 

La raíz de mi tobillo con su

eterno verdor,

 

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo

como arquetipo de lo eterno.

 

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante

a fuerza de vivir apresurada.

 

La sombra de mi errante cuerpo

detenida en la propia esquina de tu casa.

 

El abejeante sueño de mis pupilas

cuando resbalan hasta tu frente.

 

La hermosura de mi cara

en una doncellez de celajes.

 

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,

y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

 

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo

para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

 

O con la mano aérea del que va de viaje

porque su sangre submarina jamás se detiene.

 

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas

y la virginal lluvia del río más oculto.

 

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,

el vientre como abanico despliega.

 

La espalda donde bordas tus manos

hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

 

La pasión con que desgarras

en el lecho del mismo torrente inabarcable

 

como si el mismo corazón se te hiciera líquido

y escapara de tu boca como un mar sediento.

 

El manojo de mis pies

despiertos andando sobre el césped.

 

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita

donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

 

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida

que en libertad dejó tu sangre,

 

aunque con su cascada, con su racha,

los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

 

La cabellera que brota del aire

en líquidas miniaturas irrompibles

 

para que tus manos indemnes hagan nido

como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

 

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas

o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

 

La boca que te muerde

como si paladeara ríos de aromas;

 

o hincándote los dientes

matizara la vida con la muerte.

 

El tálamo en que mides mi cintura

en suave supervivencia intransitiva,

 

en viaje por la espuma difundido

o por la sangre encendida humanizado

 

el mundo en que vivo

estremecida de gestaciones inagotables.

 

El minuto que me unge de auroras

o de iridiscencias indescriptibles.

 

Como si a ritmo de tu efluvio soberano

salvaras el instante de miel inadvertida;

 

O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas

el tiempo desmedido y remedido.

 

En que apresados quedaran los sentidos

y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

 

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas

o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

 

La piel que me viste, me contiene y resuma,

la que ata y desata mis ramajes.

 

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo

y te entrega su más íntimo secreto.

 

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,

huella del fuego que me devora.

 

El nombre con que te llamo

para que seas el bienvenido.

 

El rostro que nace con la aurora

y se custodia de ángeles en la noche.

 

El pecho con que suspiro, el latido,

el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

 

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia

y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.

 

Árbol de mi esqueleto

hasta con sus mínimas bisagras.

 

El recinto sombrío

de mis fémures extendidos.

 

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,

pequeña molécula de carne jamás humillada.

 

El orgullo sostenido de mis huesos

al que hasta con las uñas me aferro.

 

Mi canto perenne y obstinado

que en morada de lucha y esperanza defiendo.

 

La intemporal casa

que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

 

El nivel del quebranto

o la herida que conmigo pudo haber terminado.

 

El llanto que me ha lavado

y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

 

Mi sombra tendida

a merced de tu recuerdo.

 

La aguja imantada

con su impensable polen y sus rojas brasas.

 

Mi gris existencia

con su primera mortaja

 

Mi muerte

con su pequeña eternidad.

Clementina Suárez (Juticalpa, Olancho, 1903 - Tegucigalpa, 1991). Fue una poeta hondureña reconocida nacional e internacionalmente, considerada la "matriarca ... LEER MÁS DEL AUTOR