Claudio Guerrero

Klaus Kinski con bandurrias

 

 

 

 

 

El nadador

 

Quién vive afuera del dolor.

Quién borda las lágrimas del último entierro.

Quién zurce al cuerpo ajado en su cáscara.

Quién despide al solitario que parte una mañana

sin saber si volverá.

Quién toca las campanas para el joven anciano

desnudo en la playa

pelo canoso

vapor en la boca

cuerpo que dialoga con gaviotas

arena que entorpece el traje de neoprén.

 

Visto desde una ventana

la escena sugiere una avanzada contra la muerte

una pugna cotidiana que no se resuelve

sino en el mínimo oficio paralelo.

El nadador

una vez hecho de todas sus pérdidas

el recuento

se sumerge en el vacío sonoro

dispuesto a trazar la corriente del retorno a casa.

Tiene por misión el olvido

atrás dejar el sabor amargo de la ausencia

bracear hasta encontrar la palabra anhelada

en el movimiento continuo del agua.

 

El nadador lidia con la partida.

Ese será su preciado trofeo.

Partir

y no saber si va a volver.

 

Nada tuvo que ver la lluvia del pasado con el dolor

ni el dolor con la palabra lluvia.

La lluvia es una niña alegre

que juega con los muertos.

El dolor es un testigo imposible

amordazado en su silencio.

Un mar apacible visto desde una ventana

la ventana del encierro

mientras allá afuera una calma brisa

enciende la piel

entorpece el oído

nos hace recordar una vida perdida

puesta entre paréntesis.

 

Pero el nadador que bracea a lo lejos

como barcaza naufragada entre gigantes ogros

tiene un brillo de relámpago

cada brazo es una avanzada hacia una orilla

el gesto de la cabeza que revolotea

una pérdida de control meticulosa

nada detiene al nadador

revolcado en el aceite de lobos.

Esa boya que es su descanso

será el descanso de quienes tras los vidrios

vociferamos su hazaña

esperanzados aún en el sudor del cuerpo

angustiados por saber cuándo hará pie

exhausto

exultante

antorcha en mano

brillosa como estas gotas tibias de agua niña

a la cual nos convoca

como celebración

el recuerdo de un recuerdo

de lo que vendrá

el nadador parado en la playa

dejando atrás toda estela de muerte.

 

 

 

 

Máscaras

 

adentro no cabe adentro
Hugo Mujica

 

Cómo hacer desaparecer la máscara

esa habitual quietud de pasos diarios.

Cómo brindar con un desconocido

demasiado atento a la respiración ajena.

Qué esperar de las febriles esperas

de la ansiedad de vitrinas

la insensata preocupación del ornamento

el ruido de sables de la columna dominical

a cuánto el día vencido a la mercancía

a cuánto el precio por la falta de silencio.

 

Donde sea que vayas

te seguirán los ruidos de la calle

las trompetas serpenteantes de espuma

las challas en el pelo de los festejantes.

Donde fuere que vayas

habrá un colgajo de piruetas alrededor

malabaristas de turno encandilando fuego

espeso humo anquilosado en honor

de los dispuestos a levantar la copa.

 

Tal vez debas dejar las ánforas vacías.

Siempre se llenan con reluciente vino nuevo.

Para otros los antiguos laureles.

Para otros el ajustado traje de sastre.

Afuera la bicicleta gira en desenfreno.

Tal vez debamos detenernos

en el llamado de la rueda.

 

 

 

 

Desarreglo

 

Oh, ceremonias:
pellejo hostil.
Ximena Rivera

 

Como una extranjera en tierra desconocida

palpita un rumor de palabras en el ojo

ruido de campanas anegadas, Ximena

ondas plegadas a paredes ascépticas.

 

Cuando vuelves del silencio azul de la quebrada

a menudo viene la pregunta por un puente de madera

un espejo que desconoce su reflejo

en el tacto frenético de árboles vibrantes.

 

Como quien piensa en la casa construida a lo lejos

encumbrada sobre un leve promontorio

recorres el paisaje de álamos abrazados

vislumbramiento de bramantes sonidos en el párpado.

 

Todo lo que anhelas es un cuarto para el reposo

silencio que se huele aún bajo la lengua

pero las velas encendidas iluminan una sombra

que no descansaría bajo ninguna complicidad.

 

Como quien piensa en despojos desanudados

te aproximas a aquella leve luz de la ventana

cuadro amarillo que encubre el rayo detenido

en esas manos que tiemblan ante el despojo.

 

Será quizás en aquel detenido instante, Ximena

cuando al fin descansen del ruido de las maderas

todos aquellos espectros que rondan tu lecho

momento prístino en que se eleva el verdadero canto

lo sagrado

la placenta de la imagen.

 

 

 

 

Encuentro con Rubén Jacob

 

Anoche traje de casa de mis padres un montón de periódicos,
para revisar las noticias de los días en que estuve ausente.
Triste pasatiempo. ¿Pero en qué otro país podría vivir yo ahora?,
me pregunto.
Rodrigo Rey Rosa

 

Envuelto en la inútil y bella vida

el café sobre la mesita de centro

abierto el periódico en el sofá

frívolas incidencias cotidianas

desalentadoras nuevas matutinas

nada o poco que ver con imágenes

que se anhelan como se ama por ejemplo

una estación de ferrocarril

un día de lluvia a la salida del pueblo

bandadas de gaviotas trizando el oído

sería bello ver aparecer por las escaleras

las gafas grandilocuentes del poeta de Quilpué

subir a la casa e instalarse en el ático

como si nos fuésemos a quedar solos para siempre

rodeados de árboles centenarios

un tablero de ajedrez

y el banderín del equipo favorito

a punto otra vez de perder la categoría.

 

El Adagietto de la quinta sinfonía de Mahler

promueve la detención de las manos.

Qué puede valer un poema ahora

qué palabras pueden asediar el asombro.

El poeta es un desheredado que viene a reparar algo

que no sabe muy bien qué es en el fondo del tiempo.

Deberíamos recuperar siempre esa atmósfera sonora

esa llave de sol que fue el comienzo de todo

como la Enciclopedia de los Grandes Compositores

que tu padre compraba semana a semana

en el kiosko de la esquina

haciendo inundar la galería de golondrinas

cuando no se era más que un tiempo sin fondo.

 

Caminamos juntos por el barrio camino a la estación.

Te esperaba el tren de las seis de la tarde.

Las noticias vespertinas hablaban de un incendio.

Cómo hacer para no pensar en un triste retorno.

Fue entonces cuando recordamos un quinteto

los acordes necesarios que nos llevarían

a la casa fuera del tiempo

el único lugar que vale la pena en esta comarca

en donde los rieles brillan como si quisieran llorar

y el engañoso concreto azul

sopla sus bravatas de aguada costera

haciendo gris el abordaje.

Solo así valdría la pena este encuentro

en el desgano que cae con el atardecer

cuando hay que subir el cerro de vuelta

entregados a la ausencia del tiempo

a los lugares por donde ya no andaremos.

 

 

 

 

Klaus Kinski con bandurrias

 

Nosotros… lo que hacemos son caminos, son caminos,
nada más que caminos, caminos condenados de antemano a ser borrados
por el viento y el destino…
Teófilo Cid

 

Qué escande el hilo fino de la lluvia

en la flor del ciruelo.

A qué se debe esta postura

de fisgonear el movimiento de las bandurrias

tasar el soporte del viento.

Qué pasa cuando el ojo se enciende sobre el oído.

Acaso las risas destempladas de los amigos

indique que todo está bien

es momento de abrir la imagen

algo oblicua podríamos asegurar

se superpone y proyecta como por DeLight Lab

entre la cama de un hostal en Temuco

y un edificio de veinte pisos

que bien podría estar en cualquier parte

indiferente al carácter de los lugares.

 

La luz reúne a tu padre con Klaus Kinski

una tarde de sábado en las que no es requisito

salir a pasear por los pueblos

en la que quizás se mantiene como estado de ánimo común

algo así como una desidia

o una tristeza leve difícil de precisar

un cuerpo de gato lamiéndose el pelaje

en la punta de la piel el vértigo de la noche anterior

oscura como la borra en un vaso de vino

precipitada e irrespetuosa

contra la lenta cancelación del futuro.

 

Video Lar

Santiago de Chile

Parque Bustamante

en la sección de cine arte

Aguirre la ira de Dios

tal vez no sea necesario intercambiar palabra alguna.

Klaus Kinski buscando El Dorado

un mono triturado en sus manos

solo en medio del Amazonas

enloquecido sobre una balsa de madera

infringiendo una tarde cualquiera con la obstinación

cuando no se era más que interrogantes

sin cuajar nada muy preciso

buscando el dorado en el poema

algo así como un té caliente

sorbeteado con el menor ruido posible

de modo de no trizar la escena.

 

El frío

la lluvia

la luz

la flor del ciruelo

y un impertérrito edificio

atravesado por bandurrias

son el soporte para este encuentro

desorbitada línea de montaje

Klaus Kinski con casco de Lope de Aguirre

atravesando Amereida para llegar a Temuco

pasando por Santiago calle Seminario esquina Bilbao

todo incluido

desayuno continental

a la misma hora en que el canto-pato bandurrial

choca con la bocina del tren de carga

y la travesía de Klaus Kinski se diluye con los créditos

dejando entrever el mortero damasco del homogéneo edificio

y el rostro del padre que rebobina la cinta

el VHS encajado en el plástico

de medio a primer plano

enciende un nuevo cigarro

una luz como estrella fugaz

termina en negro.

 

 

 

 

Enigma

 

Tal vez llegue el día en que
la poesía despeje todo enigma.
Virgilio Rodríguez

 

Tu cuerpo estremecido por

la efusión amorosa del alcohol

queda tembloroso en un rincón

agazapado ante el rostro

del enigma.

 

Solo la noche oscura te abraza.

Solo el abismo acuna una melodía.

Solo el dolor hace costra.

La sangre hierve en la sien

líquido viscoso que corre por las venas de la muerte.

 

Es probable que todavía no hayas visto todo.

Las tinieblas esperan por ti.

En tu descenso hallarás falsas promesas.

Será oportuno no hacer caso a tales designios.

Si tuerces la mirada

ya no habrá vuelta atrás

ni podrás traspasar el umbral.

Cuando ves el rostro de la muerte te sientes vivo.

Beber es anticiparse.

 

Tu cuerpo estremecido por

la efusión amorosa del alcohol

hallará el descanso

en el silencio de la absoluta soledad.

 

 

 

 

Hoyos negros

 

Señor, este hoyo, como usted le dice,
es sólo una salida.
Nona Fernández

 

Había un forado en cada barrio.

Se decía que el hoyo negro

conducía al pasado.

Esos ojos rojos que nadie quiere

volver a ver.

Fantasmas que bajan de la montaña al mar.

Algo habrá hecho.

Se fue con otra mujer.

La andaba revolviendo en la calle.

Deja ya tranquilo a los que no están.

Para qué seguir escarbando la tierra.

 

Se decía que allá al fondo

se escuchaban gritos.

Que el olor a humedad

era insoportable.

Que las frazadas no alcanzaban

a cubrir los pies.

Que nunca nadie podría imaginar

el frío de estos espectros

ni siquiera escudriñar

el silencio de las paredes.

 

Había un forado en cada escuela.

Los profesores rehuían de nuestras preguntas.

Sus portafolios eran mucho más importantes.

Los profesores cantaban a coro.

Repitan conmigo.

Debo ser obediente y estudioso.

Hay que ser positivos y perseverantes.

Estamos bien, mañana mejor.

Un país se construye hacia adelante.

 

Había un forado en cada familia.

El silencio era su altoparlante.

Pero como mandatados por un enigma

los niños leíamos los libros que

no habían sido quemados.

Escuchábamos las canciones que

no habían podido ser acalladas.

La edad ceñía el tiempo de la confusión.

 

Cada hoyo negro tenía un ojo.

Cada hoyo negro susurraba al oído

con todo el poder de su atracción.

Cada hoyo negro clamaba por una voz.

 

Más rápido de lo esperado

crecimos por propio alfabeto

pozos nuevos fueron cavados

allí anidamos los tesoros

hasta desoír los designios

tachar las palabras

desandar el abecedario.

En cada uno de los hoyos negros

es posible tentar el reflejo

de un niño que mira el techo

sin poder dormir.

 

Y si nos preguntan

cuándo taparemos las excavaciones

tal vez respondamos que nunca

los dejaremos partir.

Sobre esos abismos crecimos

a esas profundidades nos debemos.

Sus huellas son nuestras huellas.

 

Los fantasmas que rondan

del mar a la montaña

cada tanto exhalan un perfume de tierra.

Nunca nos abandonaron.

Para vivir con los muertos

es necesario plantar una flor.

Para vivir con los muertos

hay que abrigarse con los árboles.

Para vivir con los muertos

hay que levantar todas las tapias.

Están entre nosotros

a ellos nos aferramos.

Sus voces

por más tenues que parezcan

jamás habrán apaciguado.

Por su abertura enraizamos.

Su respiración arraiga nuestro pulmón.

Los hoyos negros son nuestra salida.

Claudio Guerrero (Chile, 1975). Académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, es autor de los poemarios Las corrientes luminosas LEER MÁS DEL AUTOR