Claudia Meyer

Soledad se respira al borde del vacío

 

 

 

 

Todo es sangre o amor o latido o existencia
Vicente Aleixandre

 

 

Abrir ahora el cielo todo. Hoy a la quejumbrosa brisa voy a decir:

amor es humedad y sollozos.

Humedad disfrazada de ausencia, sollozo ausente de consuelo.

Hecho de nuevo patria nocturna, hecho bocanada de pájaro,

tengo el corazón opaco de raíces

y mi vuelo rodando en esta vorágine de recuerdos.

Inútil es tener los labios henchidos de estrellas,

dormir con la luna inerte dentro de los huesos.

Quimérico es ya desear pescar el viento,

estéril el batir del plumón que abriga esta soledad que desconozco.

Aquí, hecho del silencio vagabunda morada,

todavía consigo evocar tu pensamiento:

perenne tristeza que me envía su saludo lastimero.

Acaso la nostalgia esté venciendo para deshojar los labios,

para esconder la sangre,

tal vez se ha sumado a este viaje dejando estela,

haciéndose gris y dejando eco.

Qué gélido vacío aspiro en este vuelo desplegado como farola.

Qué congoja la de estas alas abiertas al horizonte:

arriba la certeza de saber que muy pronto he de aprender

a sollozar entre la marea.

 

 

***

 

 

Un dolor magno es una pupila que siente su propio alumbramiento,

puede verse, incrédula, presta,

como el carmín de la boca que aborrece de otras conquistas.

Alfanjes por besos. El vacío por el trópico de dos tactos seduciéndose.

Lágrima o la noche mísera, un pensamiento tocado

por compases distantes.

La marea busca a gritos lo tangible de su roce,

en la espera guarnecida por la opresión.

El ancho pecho permite el pálpito de la vida indefensa,

la tiranía de la piel que se estremece.

No solo el azul y las desdichas amo,

sino los propósitos que cavan sin tregua su propia sepultura:

amo la embriaguez de la tristeza,

la delicia del dolor ante todo lo que amanece.

 

 

***

 

 

Soledad se respira al borde del vacío,

abandono florece al margen de la clandestina senda.

No paz, goce, sosiego ni vano sueño,

sino frío que brota en clave de sol en mi universo,

el frío que agrede este tajo de pies a cabeza.

 

Se desliza la vida en mi caverna de incertidumbres.

El hálito anhela noches neófitas y volver a soñar.

No se advierte la orilla cuando el dolor es una órbita.

No importa la caída cuando el fondo es ficción,

cuando en la desazón es todo placentero abismo.

 

Entre una y otra pared avanzo o retrocedo, es igual

como es lo mismo un promontorio que respira:

tiene mis manos y mi rostro, lo atestiguo,

aunque nadie sabría diferenciarlo entre el catálogo de escombros.

¿Ese esperpento es mi tórax? ¿Podría ese charco ser mi sangre?

No distingo si aquello es un corazón desbaratado o una vértebra

pues la oscuridad es enemiga de las formas.

A veces he soñado que el laberinto es infinito,

casi como el mar y sus compases de yodo,

pero ello es otra ilusión o capricho de espejismo:

el laberinto tiene final y fin

que es la clara locura, pues otra música toca la muerte.

La desesperación soberana aúlla con todos los poros,

recicla sus temores puntual en un reverso de campanas.

La imaginación y sus perros de caza tienen

ardua tarea aquí,

donde se cumplen las aristas del viento y los rápidos oleajes,

aquí donde se citan nuestros ojos y el Minotauro.

Los muros respiran, palpitan ciegos sin imaginar el vuelo,

un silencio sin estrellas cava en ellos su clamor

que mi soledad puede escuchar.

Caminar o caer da lo mismo cuando se avanza en círculos,

cuando el astrolabio y la brújula están rotos o aún no se inventan.

Largo es el gemido del vacío, hondo su quebranto.

Estoy vivo porque sangro.

 

 

***

 

 

Un golpe de corazón en la noche. En soledad el silencio pasa el tiempo,

ciego, con sus manos de sombra fría,

creciendo ufano como el aire y perenne como el recuerdo.

Veo a veces los cuerpos en vela, cerrando a los insectos sus caparazones:

con sonrisas dilatadas como guadañas, con purezas corroídas por religiones,

amoratados por la pobreza del olvido.

 

No he visto, no he oído, pero tal vez el silencio tiene color

de manos húmedas,

murmullo de colores habituados al miedo.

Llega a suspirar sin labios, sin aire, sin crimen,

y sin embargo su cabello canta como la infancia.

El silencio camina trajeado de agujas, acaricia las rocas buscando cadáveres:

es aliento que vuela al cielo donde acecha disfrazado de suicidio.

 

 

***

 

 

Apuntan en mi vértice el universo y su caos

con la insolencia de su danza destellando,

convergen la fantástica quimera y la lógica de duras aristas

en amasijo espectral poblado de gemidos irreflexivos,

se funde mi prisión y la libertad, porque el todo es en todo

pero aún no se habla del delirio.

Escéptico hurgo en la ilusión del equilibrio,

que el menor céfiro desgarraría sin inocencia ni placer.

Reposa el ataúd del mar a los pies de todo, cual colofón de espuma

mientras se sucede la humanidad repitiéndose a sí misma

ante un espejo, con alborozo de copias de una copia genética.

El mundo cabe en mi laberinto y el laberinto es mi mundo,

no hay secretos bajo la manta de las estrellas, sacudida por el ocaso

ni susurro lamiendo un tímpano inmaduro.

Hoy el día estalla en luz pero no alcanza a herir mis manos

porque el día y su luz no bastan, porque soy una isla donde danzan espectros,

catacumba donde sólo se atreve y repta el silencio.

 

 

***

 

 

En este gris el corazón se volvió cuerpo

y no supo qué hacer con sus extremidades.

El ladrillo no gesta preguntas, la pared no concibe respuestas.

¿De qué vale el sarcasmo si ausente está la estupidez?

Cuando creer concede esperanza se despeñan los dioses.

Ahora es la ofensiva del silencio contra el silencio,

de la oscuridad que requiere aún más de tinieblas.

El laberinto es la suma de sus pasajes,

los recovecos giran en secuencias simultáneas,

son piedras probables de contarse sin empeño útil.

¿Cómo fiarse del gris que se reitera?

Grises de distinto peso, grises sin espejos.

Gris sesgado que nunca obra a favor,

gris que no tolera la imaginación de los hubieras, la intuición,

sólo la plomiza realidad del abandono.

Es granito avaro que no emite fortaleza, sólo opresión.

Debo confinar la memoria, la emoción que sea de indócil acceso.

Inútil es la defensa racional, esta locura gris no admite pausa o detención.

Inútil es la potencia y control, es forastera la dirección.

Sin retroceder o avanzar el tiempo aquí no surte de esperanza.

¿Qué acción es auténtica ante tanta incertidumbre?

La piedra no es un espejo fallido, sólo es piedra.

En este sepulcro de gris ingenio la vida no se descubre breve,

hermana en longitud a cósmicas mareas.

 

Claudia Meyer El Salvador, 1980. Máster en Gestión Estratégica de la Comunicación y Mercadóloga, es además Gran Maestre en poesía (Secretaría de C ... LEER MÁS DEL AUTOR