Claudia Hernández de Valle Arizpe

Todo lo que erosiona

 

 

 

 

Todo lo que erosiona

 

Sé que sólo puedo contar mi historia

pero me obstino en la biografía de los árboles.

Qué pasaría si olvidara, de memoria,

todo el pasado y no pudiera verme

en la euforia de este minuto,

en su fasto amarillo

que me celebra.

Seguiría quedando mi cara

y en sus caminos,

reconocible para los otros,

una biografía incierta.

 

Creo en la biografía de las piedras.

Todo lo que erosiona deja huella.

Y quizá las palabras nos lleguen tan sólo

para preguntar a quien no puede

respondernos.

Miro la nacionalidad

de lo que no tiene territorio

sino puro silencio,

como la voz del agua en todas sus formas.

 

¿Por qué, entonces, la palabra?

El rostro es la palabra

y el rostro es el cuerpo.

Todo tiene un rostro.

 

*Poema del libro Sin biografía, FCE, México, 2005, un libro sobre usos peculiares o poco conocidos de sustancias.

 

 

 

 

El hijo

 

Mi padre camina, habla, se viste

Mi padre fue solar, es nocturno

Vive en un psiquiátrico

Pago la clínica

sin árboles ni pájaros que le canten

Mi padre camina, habla, se viste

con ropa sin cierre, sin botones,

repitiéndose hasta la náusea

 

Lo veo salir de un sueño:

Habíamos conversado en una lengua

que sólo él y yo entendíamos

Tronaba su lengua ante un espejo:

Odia sus gestos

¡Gesticula!

Odia su cara

Mírate hablar y ¡articula!

Luego se abría el ventanal

a un paisaje que todo lo abarcaba

en sus plantaciones de arroz,

su extensión de caña,

sus picos de hielo navegando

el mar oscuro

y se sucedían las bellezas del mundo,

las creaciones del hombre

que lo engalanaban y lentamente

lo destruían

 

Yo te hablaba

y tú extendías vocales

cortándolas con machete:

¡zas!      ¡zas!

caña… cañ… caa… cavera… caaveeeraa

Te gritaba: ¡Cañaveral!  ¡Ya dilo de una vez!

Y tú respondías mirando al piso, avergonzado

 

Luego cambiaba la luz del día

y a lo lejos veíamos formas cilíndricas,

flechas negras,

espirales en movimiento de los pájaros

que migran

Tu cara crecía en su imagen

junto a mi inutilidad de regresar el tiempo

o de sacar con la mano de tu boca

las palabras necesarias, bien dichas,

para que el mundo volviera a escucharte

y tú pudieras hacerle preguntas como antes

 

*Poema del libro inédito Leve, moderada y grave, que trata la enfermedad de la demencia.

 

 

 

 

Migraña

 

Algún médico te habló de alergias.

Alergia a tus padres, a la mujer que te está

queriendo y pierde con tu miedo el nombre.

Alergia al aire de la ciudad y a los alimentos,

a cada estación de trenes. Alergia de ti.

En espera del Juicio Final, tu cuerpo se adelgaza.

Eres un fósforo:

A la menor provocación tu cabeza arde.

 

*Poema del libro Hemicránea, Juan Pablos ediciones, México, 1997.

 

 

 

 

Vestido de escarabajos de Jan Fabre

 

Hay cosas que se ven con el miedo

de saber que su esplendor acaba.

 

Usted vio, según dice,

un vestido hecho de insectos.

Su brillantez aparentaba escudos,

lanzas cortas y afiladas.

Usted vio en él

escarabajos como joyas

y ese otro tiempo

en el que hacían señales de luz

para buscar a su pareja mientras volaban.

 

Pues bien, ante los cerezos en flor

fui como usted frente a ese vestido

y recordé que “La avispa es una idea fija

entre los gritos de los monos”.

 

*Poema de Lejos, de muy cerca, Parentalia  ediciones, col. Fervores, México, 2012.

 

 

 

 

Hiel de toro

 

Conozco la palabra hiel para hablar de mi madre.

alguien que sabe leer las estrellas escupió sobre mi boca

la oración del veneno. desdobló a mi madre como se desdobla

cualquier trapo sucio y me obligó a tocar su ausencia.

fue una teta de hiel, me dijo. una teta de hiel te dieron.

y sobreviene un mecerse de acróbata rompiendo los cuchillos del aire.

un hielo en la cara cortando la tapa del cerebro.

una granada en la boca y su sangre entre los dientes.

un disparo de vidrio al centro.

mira el cartomancista su magia en las vetas de la madera.

en el aire donde la luz deletrea sus nombres

más sonoros sin quebrarse.

Conozco la palabra hiel para pensar en mi madre.

 

un repaso por su cara antes de la muerte. por sus ojos negros

y profundos llenos de muerte. su boca ya sin gracia

y las manos sacadas de un cuadro. confesándose.

la hiel de todo animal es verde y nauseabunda. también ese olor

ácido y dulzón del cáncer.

Luego me cambian el color de la palabra y su sentido.

la hiel del toro sirve. cuando mueres me dan su extracto en cápsulas

para que deje de ser una brasa mi estómago. desciende su verde

un bálsamo. una condolencia también y quiero correr con el vidente.

explicarle. me. nos.

decirle que sí es cierto pero que ya no importa. que esta vejez prematura

no ha impedido nada. algunos descalabros. torres. fiebre. pulmonía.

una tristeza de dar rabia. circular. geométrica. nasal. pero también silencios.

capítulos de hierba y de mar. amantes ceñidos a mi espalda

y un parto que todavía me alumbra.

Conozco la palabra hiel en los ojos azules del vidente

y conozco la hiel de toro presta para aliviarme. traída de una ciudad

que lleva el nombre de un santo.

 

*Poema de Sin biografía, FCE, México, 2005, libro sobre usos peculiares o poco conocidos de sustancias.

 

 

 

 

Prendedor

 

Lo mejor del río fue la libélula.

Su vibración sobre el agua,

su vuelo y descensos de artefacto aéreo,

sus nervios en cortes y secuencias,

su esnobismo de prendedor con alas.

Lo mejor del río fue la libélula

persistente sobre la superficie

con sus giros en línea y su atropello:

una ráfaga azulmarrón

aliada del aire y de la luz.

Vibrando cabeza y alas,

vuela estática

y luego se mueve: es el verde abajo

de árboles y plantas;

el violeta del agua honda

que hay en las piedras.

 

*Poema del libro Perros muy azules, ERA/UNAM, México, 2013.

 

 

 

 

“Sangre de tuna”

 

Aquí no discriminan hembras.

Son útiles

y dan riqueza.

 

En estos pueblos,

desde hace siglos,

¿a dónde van a dar

los machos,

ya fuera del capullo,

tras fecundar a las hembras?

 

Ellas, en reducción de polvo,

esconden la joya

de un ácido que, al hervir,

concentra el rojo.

 

En su lenta absorción,

fija lanas el tinte y olvida

su antigua palidez bovina.

 

Lujosa grana en prendas,

para mujeres que se prohíben

comer insectos,

no sepan jamás

con qué pintan sus labios.

No sepan tampoco

quienes se asquean,

que el dulce rosa

de sus panes

proviene de un parásito.

 

*Poema del libro inédito Sin biografía II, sobre otros usos de sustancias. En este caso, sobre los usos de la cochinilla mexicana.

 

 

Claudia Hernández de Valle Arizpe (Ciudad de México, 1963). Maestra universitaria y gestora cultural, entre sus libros de poesía y ensayo destacan El corazón en la mira, A ... LEER MÁS DEL AUTOR