Claribel Alegría

Carta a un desterrado

 

 

Tamalitos de Cambray
(5.000.000 de tamalitos)

A Eduardo y Helena
que me pidieron una
receta salvadoreña.

Dos libras de masa de mestizo
media libra de lomo de gachupín
cocido y bien picado
una cajita de pasas beata
dos cucharadas de leche de Malinche
una taza de agua bien rabiosa
un sofrito con cascos de conquistadores
tres cebollas jesuitas
una bolsita de oro multinacional
dos dientes de dragón
una zanahoria presidencial
dos cucharadas de alcahuetes
manteca de indios de Panchimalco
dos tomates ministeriales
media taza de azúcar televisora
dos gotas de lava del volcán
siete hojas de pito
(no seas mal pensado es somnífero)
lo pones todo a cocer
a fuego lento
por quinientos años
y verás qué sabor.

 

 

Carta a un desterrado

Mi querido Odiseo:
Ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Ítaca.
Hace ya muchos años
que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo
y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes
eran tantos
tan tenaces sus requiebros
que apiadándose un dios
de mi congoja
me aconsejó tejer
una tela sutil
interminable
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
que al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años
pero ahora, Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo
tan hábil con el arco
y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir
Telémaco es un niño todavía
y tu padre un anciano
preferible, Odiseo
que no vuelvas
los hombres son más débiles
no soportan la afrenta.
De mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo
Telémaco está bien
ni siquiera pregunta por su padre
es mejor para ti
que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe
aprovecha Odiseo
si eliges a Calipso
recuperarás la juventud
si es Circe la elegida
serás entre sus chanchos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda
no invoques a los dioses
será en vano
recuerda a Menelao
con Helena
por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estás tú donde estás.
No vuelvas, Odiseo
te suplico.

Tu discreta Penélope.

 

 

Salto mortal

Oscilaba hacia el suelo
zigzagueaba
pensé que era una pluma
el ala desprendida
de alguna mariposa.
Sólo era un papelito
que entró por mi ventana
un papelito tuyo
un mensaje cifrado
que yo no fui capaz
de descifrar.
A menudo el cartero
me entregaba en París
tus papeles de Praga:
recetas de cocina cuscatlecas
con olor a loroco
y a canela.
Más tarde
ya en La Habana
mientras almorzaba en el hotel
llegaban mensajeros de tu parte
casi a diario me enviabas
alas de mariposa
apretadas de signos
y yo no fui capaz
de comprender.
Tropezaba contigo
en todas partes
empecé a juntar mitos
cosas que de veras te ocurrieron.
Como pétalos morados
las prensaba
entre las páginas
de un libro.
Quedó allí el terremoto
que permitió que huyeras
de la cárcel
aquel golpe de estado
que te salvó la vida
la peligrosa aventura
con tu hermana.
Poco a poco
empecé a comprender
empecé a descifrar
tus jeroglíficos
me invitabas al baile
y acepté aturdida
bailamos en La Habana
en México
en Chalchuapa
por laberintos de hojas
me llevabas
vertiginosamente subíamos
bajábamos
fue siempre el mismo paso
como un acto de amor
el mismo paso
¿lo soñé?
¿me soñaste?
Desperté con tu muerte
rozándome los labios.
Entre las asombradas yemas
de mis dedos
empezaron a deshacerse
tus papeles
se me iban apagando
se esfumaban.
Nunca bailamos Roque
ni siquiera nos miramos
a los ojos
sin embargo quizás
(Hsuang Tsu soñó a la mariposa
¿o fue a la inversa?)
No recuerdo si en México
o en Praga
mientras bebías cerveza
en la taberna
le contaste a Eraclio
que habíamos bailado
que te enseñé ese paso
ese salto mortal.

 

 

Autorretrato

Malogrados los ojos
Oblicua la niña temerosa,
deshechos los bucles.
Los dientes, trizados.
Cuerdas tensas subiéndome del cuello.
Bruñidas las mejillas,
sin facciones.
Destrozada.
Sólo me quedan los fragmentos.
Se han gastado los trajes de entonces.
Tengo otras uñas,
otra piel,
¿Por qué siempre el recuerdo?
Hubo un tiempo de paisajes cuadriculados,
de gentes con ojos mal puestos,
mal puestas las narices.
Lenguas saliendo como espinas
de acongojadas bocas.
Tampoco me encontré.
Seguí buscando
en las conversaciones con los míos,
en los salones de conferencia,
en las bibliotecas.
Todos como yo
rodeando el hueco.
Necesito un espejo.
No hay nada que me cubra la oquedad.
Solamente fragmentos y el marco.
Aristados fragmentos que me hieren
reflejando un ojo,
un labio,
una oreja,
Como si no tuviese rostro,
como si algo sintético,
movedizo,
oscilara en las cuatro dimensiones
escurriéndose a veces en las otras
aún desconocidas.
He cambiado de formas
y de danza.
Voy a morirme un día
y no sé de mi rostro
y no puedo volverme.

 

 

Creí pasar mi tiempo

Creí pasar mi tiempo
amando
y siendo amada
comienzo a darme cuenta
que lo pasé despedazando
mientras era a mi vez
des
pe
da
za
da.

Claribel Alegría (Nicaragua, 1924-2018). Poeta y ensayista. De niña se traslada con su familia a El Salvador. Más tarde viaja a EE.UU., donde obtiene el t ... LEER MÁS DEL AUTOR