Charles Simic. Por el bien de Amelia

 

Compartimos tres texto del gran poeta estadounidense nacido en Serbia, en la traducción al español de Nieves García Prados.

 

 

 

Charles Simic

 

 

ACTOS ANIMALES

 

Un oso que come con una cuchara de plata.

Dos simios expertos en la excavación de tumbas.

Ratas que hacen cálculos.

Un perro policía que copula con una mujer,

que es quien toma las medidas de la funeraria.

 

Una chinche que sufre, que tiene dudas

sobre su existencia. La milagrosa

paloma que ríe. Una tortuga de mil años

que juega al billar. Un pollo que

corta su propia garganta, que sangra.

 

El entrenador con sus terrones de azúcar,

con su silla y su látigo. Las tardes

en las que todos se acurrucan en una jaula,

fumando puros baratos, y marcando

con apatía las cartas en el nuevo mazo.
 

 

 

 

POR EL BIEN DE AMELIA

 

Me encargo de un Gran Hotel al borde de un acantilado

en un país devastado por la guerra civil.

Mi corazón es el único botones.

Mi cerebro es el cocinero chino.

 

Se trata de un lugar costero en ruinas

con una hilera de limusinas destrozadas en la puerta,

monos y gallos de pelea en el gran salón de baile

y palmeras en macetas que crecen salvajes hasta el techo.

 

Amelia, rodeada por sus pretendientes y adivinas,

se pinta las pestañas y los labios de azul

al atardecer frente al mar abierto al otro lado,

y las largas playas vacías, el resplandor de la marea…

 

Me suplicó que revisara los libros de contabilidad,

que averiguara si alguna vez se hospedaron aquí Lenin,

Buster Keaton, Nathaniel Hawthorne,

San Bernardo de Claraval, y quién de ellos

escribió de amor…

 

Un hotel en el que puede bailarse el tango

en medio de un silencio

oscuro como los cipreses de las películas mudas…

en el que los niños les cuentan secretos

a sus amigos imaginarios…

en el que vuelan las hojas de una carta importante…

 

Pero ahora un zumbido procede de la suite con espejos.

Amelia está desnuda y tiene algodón negro sobre los ojos.

Parece que hay una mosca

en la punta de la nariz romana de su amante.

 

Noche de disparos lejanos, sordos y confortables.

Y yo aparezco con un matamoscas

en una bandeja de plata.

¡Ah, las delicias turcas!

Y la Máscara de la Tragedia sobre su vello púbico.

 

 

 

 

BESTIARIO DE LOS DEDOS
DE MI MANO DERECHA

 

1

Pulgar, el diente suelto de un caballo.

Gallo para sus gallinas.

Cuerno de demonio. El gordo gusano

que han unido a mi carne

en el momento de mi nacimiento.

Se necesitan cuatro para sujetarlo

y doblarlo por la mitad, hasta que el hueso

comience a quejarse.

 

Córtenlo. Puede cuidar

de sí mismo. Echar raíces en la tierra

o ir a cazar con lobos.

 

2

El segundo señala el camino.

El camino verdadero. El sendero atraviesa la tierra,

la luna y algunas estrellas.

Mira, señala aún más lejos.

Se señala a sí mismo.

 

3

El del medio tiene dolor de espalda.

Rígido, todavía no está acostumbrado a esta vida;

Un anciano al nacer. Por algo

que tenía y perdió,

busca dentro de mi mano,

a la manera en que un perro se busca

las pulgas

con un colmillo.

 

4

El cuarto es un misterio.

A veces, cuando mi mano

reposa sobre la mesa,

salta solo

como si alguien lo llamara por su nombre.

 

Después de cada hueso y cada dedo,

me acerco a él, confundido.

 

5

Algo se agita en el quinto,

algo perpetuo en el instante

de su nacimiento. Débil y sumiso,

tiene un toque gentil.

Pesa una lágrima.

Quita la mota del ojo.