Charles Baudelaire

Madrigal triste

 

  

 

(Versión al español de Carlos López Narváez)

 

 

 

 
El perfume

Lector: -¿Alguna vez, por suerte has respirado
con morosa embriaguez, con avidez golosa
el incienso que invade la nave silenciosa,
o el pomo que de ámbar un tiempo fue colmado?

¡Oh mágico, profundo portento alucinado,
presencia revivida de evocación brumosa,
cuando sobre su cuerpo puedo aspirar la rosa
de la sepulta imagen, del recuerdo adorado!

Selváticos efluvios se propagan al vuelo
del espeso y elástico madejón de su pelo,
como un incensario que sahuma la alcoba.

Y de las muselinas y el terciopelo oscuro
de los trajes, de todo, fluye, en hálito puro,
negro aroma gemelo del lecho de caoba.

 

 

 

La belleza    

Yo soy bella, ¡oh mortales! , como un sueño de piedra.
Mi seno -donde el hombre se desangra y expira-
Mudo, infinito amor al poeta le inspira,
Coronada de rosas lo mismo que de yedra.

Campea en el azul -esfinge impenetrable-:
Bajo alburas de cisne llevo un alma de nieve;
Odio los movimientos que las líneas remueve;
Lo mismo ignoro el llanto que la risa inefable.

Los poetas, absortos frente a mis actitudes
-Que asumidas parecen de altivas magnitudes-
Consumirán sus días sondando las edades;

Que tengo para embrujo de amadores tan fieles,
-Espejos que trasmutan las guijas en joyeles-
Mis ojos, grandes ojos, de eternas claridades.

 

 

 

La estéril

Con su veste ondulante, de visos nacarados
-aún cuando camina parece que danzara-
cual ágiles serpientes que en la mágica vara
y en cadencias concitan los juglares sagrados;

Como la arena fosca y el azul inclemente
-una y otro impasibles ante el dolor humano;
como la red sin fondo del artero océano,
va desplegando Ella su mirar indolente.

Tersos, fingen sus ojos un metal agorero
-amalgama de oro, gemas, lampos de acero-
suma del ángel puro y la esfinge profunda,

y en su naturaleza simbólica y extraña
esplende para siempre, con su inútil entraña,
la fría majestad de la hembra infecunda.

 

 

 

La pipa

Soy la pipa de un escritor:
dice bien claro mi pergeño
de cafre, que tengo por dueño
un refinado fumador.

Al agobio de su labor
se agita mi flabel risueño
igual que el penacho hogareño
a la vuelta del labrador.

Mecer su corazón yo gusto
en el móvil azul arbusto
nacido en mi boca de fuego.

Y extiendo con mi beso ardiente
sobre su espíritu doliente
unción de encanto y de sosiego.

 

 

 

El balcón

¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes!
Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres!
En ti revivirán los íntimos instantes
y el sabor del hogar en los atardeceres,
Madre de los recuerdos, ¡Reina de los Amantes!

Las noches que doraba la crepitante lumbre,
las noches del balcón entre un vaho de rosas,
cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre
y el frecuente decirnos inolvidables cosas
en noches que doraba la crepitante lumbre.

¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío¡
Inclinado hacia ti, Reina de las amadas,
respiraba el perfume de tu cuerpo bravío.
Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas.

En redor espesaba la noche su negrura
y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas,
yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno! ¡Oh dulzura!
Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas,
y en redor espesaba la noche su negrura.

¡Es de artistas fijar los minutos del gozo
remirando el ayer sumido en tus rodillas!
¿A qué vano buscar encanto langoroso,
de tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas?
Es de artistas fijar los minutos del gozo.

Juramentos, aromas, besos innumerables:
renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas
como soles que suben a cielos inefables
después de sumergidos en las amargas ondas?
¡Oh aromas, juramentos! ¡Oh besos incontables!
 

 

 

 

Madrigal triste

¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste.
Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto.
Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto;
la tormenta a las flores de frescura reviste.

Eres más la que amo si la melancolía
consterna tu mirada; si en lago de negrura
tu corazón naufraga; si el ayer su pavura
tiende sobre tus horas como nube sombría.

Eres la Bien-Amada si tu pupila vierte
-tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda
mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda
tu angustia con el trémulo presagio de la muerte.

¡Oh voluptuosidades profundas y divinas!
¡Salmo de los deleites entonado en sollozos!
Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos
con que las interiores penumbras iluminas.

Tu corazón es fragua; la pasión insepulta
como ascua inextinta, dispersa su destello;
y bajo la celeste blancura de tu cuello
un poco de satánica rebeldía se oculta.

Pero en tanto, Adorada, que no pueblen tus sueños
pesadillas sin término, reflejos avernales,
y en lívidas visiones de azufre mil puñales
tajen tu carne ebria de filtros y beleños,

y a todas las quimeras pávida esclavizada
el augurio funesto mires a cada paso,
y convulsa te acojas al letárgico abrazo
del tedio irresistible que anuncia la alborada.

Tú no podrás, -oh sierva que me impones tu ley
y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa,
decirme desde el antro de la noche morbosa,
con el alma en un grito: Yo soy tú mismo, ¡oh Rey!

 

 

 

Remordimiento póstumo

Cuando duermas por siempre, mi amada Tenebrosa,
tendida bajo el mármol de negro monumento
y por tibia morada y por solo aposento
tengas, no más, el antro húmedo de la fosa;

Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.

La tumba, confidente de mi anhelo infinito
(compasivo refugio del poeta maldito)
a tu insomnio sin alba dirá con gritos vanos:

“Cortesana imperfecta -¿de qué puede valerte
denegarle a la Vida lo que hoy llora la muerte”?
Mientras -¡pesar tardío!- te roen los gusanos.

Charles Baudelaire (París, 1821 - 1867). Poeta francés, uno de los máximos exponentes del simbolismo, considerado a menudo el iniciador de la poesía modern ... LEER MÁS DEL AUTOR