Cesare Pavese

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

PAISAJE I

(al Pollo)

 

Ya no está cultivada aquí arriba la colina. Están los helechos

y la roca desnuda y la esterilidad.

Aquí el trabajo no sirve para nada. La cumbre está quemada

y la respiración es la única frescura. Es muy fatigoso

subir aquí arriba: el ermitaño vino hace tiempo

y desde entonces se quedó para recuperar sus fuerzas.

El ermitaño se viste con pieles de cabra

y tiene un olor musgoso a bestia y a pipa,

que ha impregnado la tierra, las matas y la gruta.

Cuando fuma la pipa apartado en el sol,

si lo pierdo no sé localizarlo, porque tiene el color

de los helechos quemados. Suben hasta allí visitantes

que se desploman sobre una piedra, sudados y jadeantes,

y lo encuentran tumbado, con sus ojos al cielo,

respirando profundo. Fue el único trabajo que hizo:

sobre su cara ennegrecida dejó que se espesara la barba,

pocos pelos rojizos.  Y coloca los excrementos

en un calvero abierto, para que se sequen al sol.

 

Laderas y valles de esta colina son verdes y profundos.

Entre las viñas las sendas conducen arriba a locos grupos

de muchachas, vestidas con colores violentos,

festejando a la cabra y gritando hacia la llanura.

A veces aparecen filas de cestas de frutas,

pero no suben a la cumbre: los campesinos las llevan a su casa

sobre el hombro, retorcidos, y vuelven a hundirse entre las hojas.

Tienen mucho que hacer y no van a ver al ermitaño

los campesinos, sino que bajan, suben y cavan fuerte.

Cuando tienen sed, tragan vino: clavándose en la boca

la botella, levantan los ojos a la cumbre quemada.

Con el frescor de la mañana, ya están de vuelta agotados

por el trabajo del alba y, si pasa un mendigo,

toda el agua que los pozos vierten en los cultivos

es para que él la beba. Sonríen a los grupos de mujeres

y preguntan cuándo, vestidas con pieles de cabra,

se van a sentar sobre tantas colinas tostándose al sol.

 

 

 

LA NOCHE

 

Pero la noche ventosa, la clara noche

que el recuerdo tan solo rozaba, es lejana

es un recuerdo. Perdura una tarde pasmada

hecha también ella de hojas y de nada. No queda,

de aquel tiempo, más allá de los recuerdos, sino un vago

recordar.

 

A veces, vuelve en el día

en la inmóvil luz del día de verano,

aquel remoto asombro.

 

Por la ventana vacía

el niño miraba la noche en las colinas

frescas y negras, y se asombraba al hallarlas apiñadas:

vaga y limpia inmovilidad. Entre las hojas

que susurraban en la oscuridad, aparecían las colinas

donde todas las cosas del día, las laderas

y las plantas y las viñas, estaban claras y muertas

y la vida era otra, de viento, de cielo,

y de hojas y de nada.

 

A veces vuelve

en la inmóvil calma del día el recuerdo

de aquel vivir absorto, en la luz pasmada.

 

 

 

CRUZARÉ POR LA PIAZZA DI SPAGNA

 

Será un cielo despejado.

Se abrirán las calles

en la colina de pinos y de piedra.

El alboroto de la calle

no cambiará aquel aire inmóvil.

Las flores rociadas

de colores guiñarán

a las fuentes como mujeres

divertidas. Las escaleras

las terrazas las golondrinas

cantarán en el sol.

Se abrirá esa calle,

las piedras cantarán,

el corazón latirá sobresaltando

como el agua en las fuentes ‒

será esta la voz

que subirá tus escaleras.

Las ventanas sabrán

el olor de la piedra y del aire

matutino. Se abrirá una puerta.

El alboroto de las calles

será el alboroto del corazón

en la luz extraviada.

 

Serás tú ‒ inmóvil y clara.

 

 

 

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

 

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

esta muerte que nos acompaña

de la mañana a la noche, insomne,

sorda, como un viejo remordimiento

o un vicio absurdo. Tus ojos

serán una vana palabra,

un grito callado, un silencio.

Así los ves cada mañana

cuando sobre ti sola te doblas

en el espejo. Oh querida esperanza

aquel día sabremos, nosotros también,

que eres la vida y eres la nada.

 

Para todos la muerte tiene una mirada

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como renunciar a un vicio

como ver en el espejo

volver a emerger un rostro muerto,

como escuchar un labio cerrado.

Bajaremos a la vorágine mudos.

 

 

 

PAISAJE II

 

La colina blanquea hacia las estrellas, desnuda de tierra;

se verían a los ladrones allí arriba. Entre las escarpas

las hileras están todas en la sombra. Allí arriba donde también las hay

y que es tierra de quien no padece, no sube nadie:

aquí en la humedad, con la excusa de ir en busca de trufas,

entran en las viñas y saquean las uvas.

 

Mi viejo ha encontrado dos racimos tirados

entre las plantas y esta noche rezonga. Ya la viña es escasa:

por día y la noche en la humedad, brotan tan solo hojas.

Entre las plantas se ven bajo el cielo las tierras ralas

que de día le roban el sol. Allí arriba el sol quema

todo el día y la tierra es cal: se ve también en la oscuridad

allí no brotan hojas, la fuerza se queda toda en la uva.

 

Mi viejo apoyado en un bastón en la hierba mojada,

tiene la mano convulsa: si llegan los ladrones esta noche,

salta por encima de las hileras y les parte la espalda.

son gentes que merecen ser tratadas como bestias,

para que no se jacten. De vez en cuanto levanta la cabeza

olisqueando en el aire: le parece que llega de la oscuridad

una pizca de olor terroso, a trufas excavadas.

 

Por las laderas allí arriba, que se extienden hacia el cielo,

no existe la molestia de los árboles: la uva se arrastra por el suelo,

debido a su peso. Nadie puede esconderse:

se ven en la cima las matas de los árboles

negros y ralos. Si tuviera la viña allí arriba,

mi viejo montaría guardia desde su casa, en la cama,

apuntando con el fusil. Aquí abajo, ni siquiera el fusil

necesita, porque en la oscuridad no hay más que follaje.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908 – Turín, 1950). Estudió en Turín y se graduó con una tesis sobre Walt Whitman. Durante la década de 192 ... LEER MÁS DEL AUTOR