César Vallejo

No puede suceder tanto imposible

 

 

 

Por Oscar Hahn

 

En 1955 apareció Pedro Páramo de Juan Rulfo, una de las obras maestras de la narrativa hispanoamericana. Antes, en 1953, había publicado los cuentos de El llano en llamas. Y eso fue todo, a pesar del empeño de algunos editores por fabricarle nuevos libros. “He dejado de escribir porque se murió mi tío Ceferino, que era el que me contaba las historias”, explicó Rulfo. Curiosa declaración de un hombre que en su novela hace hablar a los muertos.

Pedro Páramo empieza con las siguientes palabras de Juan Preciado:  “Vine a Comala, porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Pronto comprobamos que aquello de que “vivía” es bastante relativo, porque Comala es un pueblo habitado por fantasmas: “Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle”, dice una mujer que tanto puede estar viva como muerta.

El poeta peruano César Vallejo (1892-1938), una de las cumbres de la poesía en nuestra lengua, también incursionó en la prosa. En 1922 publica el cuento “Más allá de la vida y la muerte” en la revista Variedades. Después fue incluido en el libro Escalas (1923), con otros cuentos y con una serie de estampas poéticas. El protagonista viaja a caballo a Santiago de Chuco, su pueblo natal, después de once años de ausencia. Su propósito es rememorar los días felices que vivió con su madre, fallecida hace dos años. Agobiados por la pérdida, su padre y sus hermanos se han trasladado a la hacienda que tiene un tío, en una lejana región montañosa. Llega de noche a su antigua casa, supuestamente deshabitada, y ve con sorpresa que su hermano Ángel está sentado en un banco de piedra, junto a la puerta. Ha regresado por motivos de negocios. La conversación de los hermanos, pródiga en llantos y lamentos, gira en torno a la madre, a los detalles de su muerte y a los recuerdos que tienen de ella. De pronto un relámpago ilumina la noche. Cuando vuelve la claridad que precede al alba, ve con asombro que Ángel y el banco de piedra han desaparecido. Pero pronto reaparecen y todo vuelve a la normalidad.

Al día siguiente emprende viaje hacia la hacienda. Después de una larga jornada llega a un albergue. Está sentado junto a la puerta, refrescándose, cuando se le acerca una mujer que le dice: “¿Qué le ha pasado, señor, en la cara? ¡Parece que la tiene usted ensangrentada, Dios mío!”. El hombre se mira en un espejo y observa que, en efecto, tiene huellas de sangre fresca en el rostro. Después de una semana de travesía a caballo por senderos montañosos, llega a la hacienda. Cuando se abre el portón, aparece su madre a recibirlo. Ante su absoluto estupor, ella le dice:  “¡Hijo mío! ¿Tú vivo?  ¿Has resucitado? ¿Qué es lo que veo, Señor de los Cielos?”. El se niega a creer lo que está pasando, pero ella insiste:  “¿Tú eres mi hijo muerto y al que yo misma vi en su ataúd?. . . Sí, eres tú mismo.  ¡Ven a mis brazos!  ¿No ves que soy tu madre?”. Y él dice: “Sí te veo, te palpo. Pero no creo. No puede suceder tanto imposible”.

“Más allá de la vida y la muerte” fue escrito varias décadas antes que Pedro Páramo. Es interesante constatar que entre el cuento y la novela hay varios puntos de contacto. Para empezar, los dos tienen una trama fantástica que se desarrolla en un espacio regionalista: Jalisco, en el caso del mexicano; la provincia de  Huamachuco, en el del peruano. Ambos se alejan drásticamente de la realidad plana y unidimensional del mundonovismo clásico. Y en los dos aparecen difuntos que deambulan por el mundo con aspecto de seres vivos comunes y corrientes y no como zombies o como espectros cubiertos con una sábana.

No olvidamos por cierto que el texto del peruano es un cuento, con las limitaciones propias del género, y el de Rulfo una novela, lo que le permite desplegar su visión de la historia de México –en particular la guerra de los cristeros- y construir una compleja estructura narrativa, con montajes cercanos a los del cine.

Ahora bien, en lo que concierne a los protagonistas, habría que poner de relieve una diferencia esencial. Juan Preciado llega a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, ignorando que está muerto. En el cuento, el innominado joven llega a Santiago de Chuco en busca no de su padre, sino de su madre ya fallecida, con la cual quiere reencontrarse a través de los recuerdos y de los objetos que aún se conservan en la casa familiar.

La figura del padre ocupa un segundo plano en la obra de Vallejo, y cuando aparece mencionado, se alude a él de manera convencional. Es por eso que la referencia a su persona que hay en el texto en prosa “El buen sentido” resulta insólita y suena casi como un exabrupto. Dice: “La mujer de mi padre está enamorada de mí.” Lo sorprendente es que  la mujer en cuestión no es ni la novia de su padre ni su segunda esposa, que nunca existieron, sino su madre biológica. Más aún, la frase está formulada de forma jactanciosa, como si la hubiera pronunciado un novio celoso.

En este contexto es inevitable evocar el complejo de Edipo estudiado por el psicoanálisis. Se manifiesta de la siguiente manera: odio hacia el padre, al que el hijo ve como su rival amoroso, y atracción incestuosa hacia la madre. Son ideas y emociones que permanecen reprimidas en el inconsciente. El complejo tiene que ver con el desarrollo del niño; sin embargo, en el caso que nos ocupa, estamos hablando de un adulto. Pero no hay ninguna contradicción. Existen personas mayores que se han quedado estancadas en la etapa infantil, y cuando eso ocurre, lo que tenemos es una patología.

Tanto en el cuento como en algunos poemas de Vallejo los sentimientos del hablante son expresados mediante hipérboles, más acordes con una relación amante / amada que madre / hijo. El intercambio de roles es inherente al complejo de Edipo. Véanse, por ejemplo, estos versos de Pablo Neruda: “Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte / la leche de los senos como de un manantial”. Aunque el personaje de la historia tiene 26 años, todavía sigue atado al pecho materno: “Todo comenzaba a agitarme en nostálgicos éxtasis filiales, y casi podían ajárseme los labios para hozar el pezón eviterno, siempre lácteo de la madre; sí, siempre lácteo, más allá de la muerte”.

Hago ahora un paréntesis. Algunas tendencias de la teoría literaria, entre ellas el New Criticism y el llamado “inmanentismo”, defienden la autonomía de la obra literaria y rechazan cualquiera intromisión de elementos biográficos en el análisis de textos. Concuerdo con que no es conveniente introducir la biografía del autor de manera forzada y arbitraria, pero otra cosa es prescindir de ella cuando su relevancia es evidente. El papel del crítico no es desestimar a priori la información extratextual que posee, sino indagar de qué manera gravita o no gravita en el texto que está analizando.

“Más allá de la vida y la muerte” es un ejemplo privilegiado de lo que acabo de decir. María de los Santos Mendoza, madre de Vallejo, muere en agosto de 1918. El poeta se encontraba en Lima desde hacía varios años y no pudo visitarla durante su enfermedad ni asistir a su funeral en Santiago de Chuco. ¿Qué edad tenía Vallejo cuando falleció su madre? 26 años. ¿Qué edad tiene el protagonista de la historia? 26 años.

Después de su partida, la figura de la madre, a la que llama “muerta inmortal”, entra con fuerza en la poesía de Vallejo. En Trilce, que se publicó en 1922, hay varias composiciones en las que el amor y el dolor filial son recurrentes. Véanse, por ejemplo, los sobrecogedores versos del poema XXVIII. Lo han invitado a almorzar a la casa de “un buen amigo”, pero ya nada es igual para él. Lo grato que hay en esa reunión fraterna se transforma en algo ingrato e incómodo, porque “el sírvete materno no sale de la tumba”. Y de manera casi desafiante, como para mostrar la enorme diferencia que hay entre “el amor ajeno” y “el propio amor”, escribe la palabra “madre” con letras mayúsculas, por lo que podríamos hablar de una hipérbole gráfica:

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglusión; el dulce
hiel; aceite funéreo el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina oscura, la miseria de amor.

En abril de 1920 Vallejo arriba a la ciudad de Trujillo y en el mes agosto es encarcelado injustamente como “instigador intelectual” de unas protestas callejeras. Permanece en prisión por más de tres meses y cuando queda en libertad regresa a Lima. A raíz de esa experiencia, escribe el poema XVIII de Trilce que empieza de este modo: “Oh las cuatro paredes de mi celda / Ah las cuatro paredes albicantes / que sin remedio dan el mismo número”. Líneas después, recurre al ser en cuyo seno ha buscado protección desde niño. Dice: “Amorosa llavera de innumerables llaves, / si estuvieras aquí, si vieras hasta / qué hora son cuatro estas paredes. / Contra ellas seríamos contigo los dos, / más dos que nunca”. La madre, con las llaves de la casa en la cintura, es la libertadora capaz de abrir todos los cerrojos.

Como hemos dicho, Vallejo no pudo llegar a Santiago de Chuco cuando su madre más lo necesitaba. A propósito de este hecho, en el poema LXV de Trilce, anuncia: “Madre, me voy mañana a Santiago / a mojarme en tu bendición y en tu llanto”. Nótese que le habla como si ella todavía estuviera viva.

Al día siguiente de escribir el poema, realiza el postergado viaje a su ciudad natal. Es abril de 1920. ¿Qué cosas habrán pasado por su mente cuando visitó a su mamá, ya no en su hogar, sino en “un pobre cementerio”? No lo sabemos. Pero sí sabemos lo que sentía el protagonista del cuento. Dice: “Lloraba por mi madre, que muerta dos años antes, ya no habría de aguardar ahora el retorno del hijo descarriado y andariego”. Hay un cierto sentimiento de culpa en estas palabras. Ese mismo sentimiento está presente a lo largo de toda la obra poética de Vallejo, pero no tiene que ver necesariamente con la figura materna. A veces el sujeto de los poemas se expresa como si fuera culpable de algo, pero él no sabe de qué ni por qué.

Uno podría sostener que el viaje real y el viaje imaginario pagan la deuda que tenía Vallejo con su progenitora; pero, ¿y el final del cuento? Que la madre muerta se comporte como persona viva y que el hijo vivo descubra que probablemente está muerto es escalofriante e inexplicable para el lector. Quizás el amor mutuo de la madre y el hijo abrió la puerta a una dimensión secreta, que está “más allá de la vida y la muerte”. Y en esa dimensión, sí puede suceder tanto imposible.

César Vallejo (Perú, 1892 – Francia, 1938). Representa una de las cumbres de la poesía en lengua castellana. Entre sus libros figuran: Los heraldo ... LEER MÁS DEL AUTOR