César Dávila Andrade. Poesía quemada

 

Presentamos tres textos claves del gran poeta ecuatoriano.

 

 

 

César Dávila Andrade

 

 

 

Poesía quemada

Entre las obras puras, nada que hacer. Tampoco
entre las Ánimas o las Ruinas.

El poema debe ser extraviado totalmente
en el centro del juego, como
la convulsión de una cacería
en el fondo de una víscera.
Y reír de sí mismo
con el costillar del ventisquero.

Sólo lejos de ti, en el milagro
de no encerrar cordero en el pan de cada día.
Y nada que se asemeje
al punzante abalorio de los cítricos.

Me tentaré lejos de Dios, mano a mano,
a mí mismo,
con la sinceridad hambrienta del perro
que duerme temblando
sobre el pan enterrado por su madre.
¡Y te quemaré en mí, Poesía!
En ladrillos de venas de amor, te escribiré
empapándote profundamente.
¡Luego
vendrá el sol y te extraerá con los colmillos!

 

 

 

Umbral

Yo, que fui poeta sin parroquia
ni ocupaciones respectivas,

¿qué
pensaré ahora
frente a estas torres de cien cuerdas
que nadie toca?

¿Dudaré
del traspiés metafísico,
humano,
ante esta hechura de lodo
en el umbral misérrimo de la Suerte Pública?

¡No!

Yo
descubrí el átomo de helio
en los ojos oscuros del vasallo.
Yo
descubrí los discos escritos
con sangrienta gramática
por la furiosa pluma del Emperador.
Sólo hubo una época hermosa:
la caza era entonces un rostro suspendido en el Espacio.
Hoy
nadie puede perdonarlos
porque saben lo que matan.

 

 

 

Embarcadero

Si tuviera aquí mi máscara de ciudad,
o máscara de ventanatodavía.
O aquel verbo
que encadena los pasos a las bestias.
Si al menos tuviera
la poesía,
la posible escritura de goma,
como una operación de mono
parpadeante de luciérnagas.

Pero
este cuadrilátero,
este cubo
de ladrillo y de muecas,
obra con la feroz exactitud de la materia,
como ayer
en Paysandú
o en Ecbatana.

Sin embargo,
en los puertos, cada día,
frente a llorosas tribus de mensajeros,
son desatados
los más bellos cadáveres de la víspera.

Van solos,
desolados,
a sus aniversarios,
a sus coartadas,
a sus tiburones.