César Bisso

Un poeta fluvial

 

 

Por Floriano Martins

 

FM | Como creador, ¿eres un perseguidor de imágenes o simplemente mantienes abiertas las puertas de la percepción para que entren?

CÉSAR BISSO | Siempre estoy dispuesto a perseguir imágenes. Soy un poeta de río, islas y humedales. Es decir, atravesado por la naturaleza. Pero mi mundo no termina allí, porque estoy seguro que esas imágenes se sostienen desde la percepción de todo lo que me rodea cotidianamente, como las vicisitudes de vivir en una ciudad cosmopolita. En la experiencia de contemplar, descubrir, imaginar o comparar, no importa tanto la diferencia entre lo que percibo y lo que escribo, sino la escritura que deviene del pensamiento, es decir, la que propone ideas, que interpela realidades, que elabora fantasías, que enfatiza sobre el hábitat, que construye nuevos escenarios simbólicos. Siempre apoyado en los cuatro elementos: agua, aire, tierra, fuego. Y enfocado en los grandes temas existenciales: vida, muerte, amor, destino, soledad, autonomía, reparación. La escritura poética, ya sea desde las imágenes o la percepción, trasciende cuando impone su idea de libertad, es decir, cuando logra hablar por sí misma.

FM | ¿Tienes una esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?

CÉSAR BISSO | Como creador, siempre. Hay un axioma de Jacques Lacan que sirve para medir y resignificar el lugar y el tiempo de un autor frente a su obra. Dice: los poetas no saben lo que dicen, pero lo dicen antes. Creo que esa recurrencia permanente por encontrar en la vida algo distinto es lo que nos conmueve como creadores y nos lleva a explicar desde cualquier estilo o forma poética todo aquello que nos resulta palpable en la realidad, pero parece inalcanzable en la percepción de nuestros semejantes. Es por eso que tal vez uno crea estar siempre un paso adelante, con un verso o un concepto capaz de transformar al mundo. Pero esto no le sucede al hombre que debe reinventarse todos los días para enfrentar las vicisitudes de una sociedad cada vez más fragmentada, más díscola, más anómica y más anónima. Más allá de convivir dentro de una familia integrada y plena de buenas intenciones y afectos, no es fácil arrogarse la esperanza de alcanzar el bienestar y menos aún la felicidad.

FM | ¿Cómo percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?

CÉSAR BISSO | Pienso, que si una mariposa puede ocasionar un terremoto, una sombrilla puede sostener al mundo. En la escritura poética, como en la vida, no habita la certeza, sino la permanente sensación de duda, de incertidumbre. Desde ese lugar comienzo a elaborar un poema, donde el decir, el significar, tiene más sentido que la trama o la elaboración de una historia. Recuerdo un poema que escribí hace tiempo, titulado La faena, que representa, para mí, el derrotero de un poeta en el momento de la creación, donde todo se transforma en una gran tormenta y frente a ella aparecen todas las angustias, todos los temores, hasta que lo inesperado se nos revela. Creo que allí reside la diferencia entre lo que uno pretende crear y lo que realmente crea, cuando se anima atravesar la tormenta, a buscar desde la escritura nuevas sendas para decir algo diferente, dejar que el lenguaje lo preceda.

FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Italo Calvino descubre que el fuego real es el fuego oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura? ¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?

CÉSAR BISSO | Nunca he sido rutinario con mi trabajo de escritor. Tampoco lo tomo como un pasatiempo, porque mentalmente estoy siempre a la espera de una nueva revelación, por eso intento descubrir en cada instante ese fuego oculto que arde en el templo de Zoroastro. Puedo mencionar que mi ritual es leer y escribir en cualquier momento del día, sobre todo cuando encuentro relajamiento y compenetración. Reconozco que todo proceso de escritura requiere de una técnica y un cierto orden temático donde deberían forjarse las ideas, las imágenes, las metáforas. Escribir parece un oficio que se practica sistemáticamente, aunque estoy convencido que el poema se concibe como una pulsión, cuando el poeta está solo y en total desnudez, por más que se halle arriba de un ómnibus repleto de gente.

FM | ¿Crees que hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?

CÉSAR BISSO | Las ideas abundan, desde siempre, pero es evidente que hoy están mal administradas por la conciencia humana. El tirano le tiene más recelo al poema que al poeta, porque percibe que la palabra se vuelve pensamiento, construye valores, identidad, compromiso. Erróneamente, prefiere culpar al mensajero, que es quien adopta la responsabilidad social y política ante la realidad. Porque el problema sigue siendo el poema, que tiene la virtud de viajar por todos los sentidos y abarcar de diferentes maneras la idea de crear algo nuevo. La poesía, como cualquier manifestación del arte, cualquier revelación de la belleza, siempre ha sido un acto subversivo. Y debemos aceptar su mandato, más allá de la otra verdad imperante, que se sostiene a través del uso y abuso de un supuesto orden sistémico que abruma y corrompe los ideales de cualquier sociedad civilizada.

FM | ¿Cómo has contribuido a mejorar el mundo?

CÉSAR BISSO | Como poeta me siento influenciado por la armonía del cosmos fluvial, aunque advierto que, en un hipotético campo simbólico, el hombre común no se tiende al borde del curso del agua, sino que prefiere aferrarse a la firmeza de la tierra. Teme que, si pierde ese equilibrio terrenal, deja de ser lo que es. Yo creo que nuestra virtud como seres humanos -tan poco explorada- es saber que se puede encontrar equilibrio en la naturaleza social, como lo hace la garza mora en su humedal: apoyar una pata en el agua sabiendo que debajo de ella hay tierra firme, pero tener incorporado el instinto de despegar y la sabiduría de volar; de estar siempre frente a la perspectiva de hacer algo diferente. Si todos copiáramos a la garza mora la realidad sería menos problemática y nosotros seríamos un poco más sensatos. Esta es mi pequeña contribución en la búsqueda de un mundo mejor.

FM | ¿Existe una realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?

CÉSAR BISSO | América está viviendo un proceso de reconversión de paradigmas. Asoma un propósito generalizado de los líderes políticos de buscar otro tipo de sociedad, pero esto no significa involucrarse en una verdadera transformación cultural, porque dicho propósito aún se apoya en estructuras endebles. Nuestros países están conformados en la actualidad por sociedades fragmentadas y banalizadas, donde la exacerbación del individualismo y el hedonismo de los cuerpos sobresalen ante cualquier quehacer colectivo, por más integral que intente ser la acción conjunta. Por el momento, no observo un cambio profundo. Creo que prevalece una cultura del vacío. Habría que dejar de enfocarse en ese falso paradigma de integración social, que nos hace creer que debemos desarrollarnos como sociedad dentro de un escenario virtual, donde la televisión, la cibernética y el auge desenfrenado de las redes sociales constituyen el único camino de comunicación entre los ciudadanos. Cada vez estoy más convencido que el verdadero lazo social se construye por medio de las palabras. Así lo fue desde siempre, todo lo demás son chácharas, como dijo alguna vez Ionesco. Frente a este fenómeno de frivolización que imponen los medios masivos tal vez nos sintamos acorralados como sociedad. Además, mucha gente se ha desilusionado con las apuestas mesiánicas de sus líderes, que desde la demagogia solo lograron acrecentar la ignorancia, la especulación y la hipocresía.  ¿Qué hacer al respecto? Empezaría por volver a valorar la educación, porque la escuela, el aula, el maestro, siguen siendo los verdaderos forjadores de la condición humana. Se vive un presente en que todos contemplamos un espectáculo tenebroso, que avizora un futuro cada vez más incierto. Mientras tanto, habrá que sobrevivir con el deseo y la imposibilidad.  Aunque aún nos queda la palabra y, por ella, el pensamiento y la creación.

FM | ¿Qué sueles leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único material imprescindible para tu creación?

CÉSAR BISSO | Tengo una formación académica relacionada con la sociología, que me ha brindado un aprendizaje conceptual de las relaciones sociales y humanas, por lo tanto, necesito aprehender cada escena, reconocer al otro y transformar esa experiencia de vida en lenguaje. Mis lecturas frecuentaron entre textos sociológicos, políticos y filosóficos. Los temas fueron variando, siempre encausados en el uso de la memoria y la condición humana. No manejo con fluidez otros idiomas, es por eso que he leído autores de distintos países y culturas en español. Ahora bien, esta experiencia contribuyó a fortalecer mi escritura poética. Y desde esos aprendizajes afloró la necesidad de escribir sobre las pérdidas, las ausencias, los giros del amor, los miedos, la injusticia, la violenta perversidad del poder, los enigmas del universo, la intimidación de las grandes urbes, la irreverencia de la muerte. Y nunca he dejado de lado la infancia y sus lejanas resonancias o el viaje del río por el cielo verde de las islas. Pero, indudablemente, el mayor aporte proviene de la lectura de una vasta cofradía de poetas, que motivan a que uno siga escribiendo. Es una fuente inagotable de conceptos, metáforas e imágenes. La poesía es el lenguaje de la eternidad.

FM | ¿Crees en la existencia de la sociedad?

CÉSAR BISSO | Sí, por supuesto. Como sociólogo he estudiado a la sociedad en todas sus variables y condiciones. Hay una existencia histórica y un devenir cultural que le otorga identidad a los pueblos del mundo a través del lenguaje. Y es desde la escritura propiamente dicha que la sociología interpreta con mayor profundidad las relaciones sociales y humanas, más allá de todas las contradicciones económicas, sociales, políticas, étnicas o religiosas. Y también conjeturo que existe una sociedad de la palabra, que es la que mueve las agujas de la creación, como una especie de fe metafísica cuya misión apunta a resignificar lo social a través de la poesía.

FM | ¿Quién eres de todos modos?

CÉSAR BISSO | Soy un poeta que cree todavía en la búsqueda de la palabra, en el sentido de encontrarme con el lenguaje en su más profundo refugio.  Y disfruto de lo verdadero, una dimensión más trascendental que la verdad absoluta que impera desde el Poder. Lo verdadero está en la mirada, en los sentimientos, en la reciprocidad de los afectos. Y en la poesía, sin duda alguna.

 

 

 

POEMAS DE CÉSAR BISSO

 

 

 

BOQUERÓN

El arroyo extiende su largo verano.
Dragón dormido en lecho de arcilla.
Criaturas de allá abajo
deambulan
por meandros henchidos de fiebre,
boquean
en el cielo revuelto de las aguas.
Apetecen
el alimento desgarrado,
husmean la rugosa ofrenda
del anzuelo.

Allá arriba,
como un dios de piel morena
encogido en la canoa,
el viejo centinela conoce
la potencia del viento sur.
Apura el regreso.
La pala hiende la oquedad.

El día no tendrá alimento,
tampoco muerte.
Sólo espuma y sigilo
bajo las aguas del Boquerón.

 

 

 

PESCADOR DE CARANCHO TRISTE

El pescador huele a silencio.
Al alba tiende las redes en el anchuroso cauce.
Mansamente rema hacia la otra orilla,
inclina el torso a un costado de la canoa
y recoge desde la hondura los frutos sagrados.
El filo del cuchillo apresura la muerte,
dedos carcomidos hurgan entre anzuelos.
Al mediodía, del aro de metal descuelga la carne
y una olla con grasa caliente la vuelve fritura.
La siesta traspasa la marisma y venera al sauce.
En el rancho el hombre friega la oscura corteza
siembra escamas por encima de su compañera.
Fornica como si alzara con regocijo un dorado.
Después regresa al oficio de tallar en el agua.

El pescador nada pide y poco tiene.
En la pobreza reside su donación a la vida.
Atizado por el vino, alardea con el nombre del paraje:
aquí la gente come hasta las tripas de lo ganado.

El carancho vigila, tristísimo, sobre la rama.

 

 

 

VIRGEN ISLEÑA

Espuma y fuego levan bajo el sol de enero.
Adormilado, el lapacho arquea la orilla.
La niña morena roza el remanso con los pies.
Aguarda la nueva revelación del ángel.

Junto a ella flota la red del pescador,
Acecha el dorado, puja la canoa, vigila la isla.
Más lejos, la heredad del desamparo.
El tabaco, el vino, los mansos naranjales.
Y la sangre de los montes. Y esteros salvajes.

Callada desvanece en busca del milagro.
Alza los ojos y observa los hilos del cielo.
El último destello de antiguos pájaros
ondula el ropaje de los árboles.

Enamorada del amor ignora oros y presagios.
Dona la fe, transita la dicha de vivir sin dios.

 

 

 

CRIATURAS DE LA ORILLA

Quien se desliza por la orilla es el hombre, no el agua.
Ella está quieta, enlutada de invierno.
Abriga lívidas criaturas deseadas por el cazador.
El párpado no se cansa, intuye lo que vendrá.
Sombras montaraces ondulan el crepúsculo.
El disparo es silbo de viento perezoso.
Un ruido expira entre alas de siriríes que se alzan tras los juncos.
El paisaje transforma el gesto del hombre, no el canto enfurecido.
¿Adónde va la sangre, dónde cae el plumaje sin cuerpo?
El cazador alza la presa sobre el hombro y retorna a la guarida.
Los patos orbitan la orilla. La calma surca el barro.
Sólo el silencio espera la muerte futura.
El agua es la última fortaleza.

 

 

  

DELIRIO

Imposible que suceda en algún lugar
o tal vez sí, en la hondura de la isla
alguien imagine que debajo del curupí
el pescador reposa después de largo día,
avizora bandada de estrellas
como si fueran patos siriríes en fuga
mientras las bogas, al fondo del arroyo,
esperan el asedio de aparejos y espineles.

O tal vez asome un sapo entre las chilcas,
con su boca desmesurada y patas de barro,
atraviese la espesura, salte al pecho
horadado en vino y encienda con su croar
la inmensa noche veraniega.

Luego desaparezca por los humedales
a pesar de un tardío lamento,
extraño nombre que retumba, embriagado.

En la isla también el delirio anda sin ropas.

 

 

  

GARZA MORA

Serpentea el alba.
Con plumaje de luz
busca la fina porcelana
en el fondo de la laguna.

Abandona su vuelo
quien desde la orilla ignora
la armonía del cosmos fluvial
y comienza a desandar
el quebrantado rumbo del día.

Entre dos cielos,
la vida descansa en una sola pata.

 

 

 

SOLEDADES

Una isla desierta no altera el tiempo.
A puro sol y luna se nutren los árboles,
el agua, el barro que sujeta los juncos,
la energía bestial oculta en la maleza.

Inspira silencios de intenso verdor.
Se desnuda tras la bruma del oriente
y se cubre con las hojas del crepúsculo.

La isla baldía perdura en el aura del río,
en el hechizo de una selva sin orilla.

Cada criatura intuye su rumbo salvaje.
Sólo la sombra del hombre anda perdida.

 

 

  

CAMINO DEL AGUA

Escucha la canoa,
habla con voz del agua.

El decir de mi padre
resuena en dóciles remos.
Circulo humedales del monte,
allá lejos,
donde los arroyos desaguan
en la enjundia isleña
y los naranjeros
salen al encuentro del sol.

La voz del agua es la infancia.

Luz y sombra del primer deseo.
Ardoroso temblor de verano
en las espigas del viejo curupí.

Turbia nube se vuelve verde,
más verde todavía
al caer como una exhalación
en el incendio del universo.

Escucha la canoa.

Revela el milagro del regreso.
La tozudez de bogar y bogar.

Atravieso el camino del agua.
Percibo su voz. Diviso Coronda.
Recuerdo el adiós de mi padre.
Allá voy. Ávido de vida y muerte.

Arremete la infancia con su daga.
El melodioso acordeón de las olas
estremece la hojarasca.

En la orilla desgranada vibra el juncal.

 

 

  

NO SABER

El río persigue lo que no fue dado.
Bastarían credo, diálogo, letanía,
ascender al espacio de inmortal verdor?
De haber diluvio, sacramento, caos
en el cielo y en la tierra, tendría
la eternidad rumbo de aguas estancadas?

Brotan incontables ojos en medio de la isla.
Alrededores de espuma. La serpiente ignora
y desliza fuego de cometa terrenal. El destino
no acaba en su veneno ni en mi resistencia.
Miro el río. Estremece no saber lo que da.

 

 

  

IMÁGENES

Transito el atardecer.
Sobre muros de barro
contemplo
el perfil de la luna, remoto,
suspendido entre hojas de sauce.

Vibra esta hora secreta
al ritmo de los impetuosos juncos
cuando el gran pez
abre la boca de espuma
y devora el último hilo de luz.

La tierra flota
sobre un abanico de estrellas.
Sólo los pájaros desafían
las espadas del cielo
clavándose en la enramada solitaria.

La isla es canto de cigarra
a la espera de una lluvia sin tiempo.

Qué alivio abandonarme,
sentir como desciende la mirada.
Qué deslumbrante hechizo
la luna entre los remansos ocres.

Veo tenderse, rendida, la muerte.

De orilla a orilla
todo se vuelve ausencia.

Un jaspeado viento sur
abre la puerta de la noche.

 

 

 

NADA HE PERDIDO

La infancia bendice aquellos días
y vuelve a encender la mirada
del pasionario
en el mismo sitio donde amar
dolió por primera vez.

Por ella transito sin prisa
la mansa calle de arena
trasmudando
de norte a sur
olores de frutales,
música de almácigos
que levan ardientes
al fondo del verano.

Entre el niño y el hombre
los retazos del corazón
se han vuelto añosos camalotes
y boyan
entre el agua y el silencio.

César Bisso (Coronda, Santa Fe, República Argentina, 1952).  En poesía publicó los libros La agonía del silencio, El límite de los días, El o ... LEER MÁS DEL AUTOR