Carolyn Forché. La isla

Presentamos un texto clave de la premiada poeta estadounidense en la traducción de Andrea Rivas, que forma parte del libro El país entre nosotros y publicado por Valparaíso ediciones.

 

 

 

Carolyn Forché

 

 

LA ISLA

 

En Deyá cuando la niebla

se alza sobre las rocas

llega tan cerca de sus manos que podría

romperla en pedazos como pan.

Ella sostiene su bebida y mueve

una mano para describir esto:

lo que haría con tantas

canastas de pan.

 

Mi prieta, la llamó Asturias,

mi pequeña negra. Neruda

usó la palabra negrita, y es

verdad: sus ojos, su cabello,

ambos violentos, tan negros

como ciertas mañanas han sido

durante los últimos catorce años.

Ella usa un vestido de algodón blanco.

Pequeños espejos cosidos

a él –cuando me busco

en ella, miro la misma cara

una y otra vez.

 

Tengo los párpados gruesos

de una niña de fábrica eslava,

el cabello pálido de la sangre mestiza.

Aunque José Martí ha dicho que hemos

vivido nuestras vidas en el corazón

de la bestia, nunca lo he

escuchado palpitando. Cuando he visto

un animal, nunca

he alcanzado un cuchillo. Como dicen

los americanos, es sólo un oso

buscando algo para comer

en la basura.

 

Pero no somos diferentes.

Cuando miramos a alguien, estamos viendo

a alguien más. Cuando escuchamos,

oímos algo tomando lugar

en el pasado. Cuando le hablo a ella

sé qué estaré diciendo

dentro de veinte años.

 

 

2

 

El verano pasado ella regresó

a El Salvador de nuevo. Han

pasado diez años desde que Cenizas de Izalco

fue quemado en una plaza pública,

diez años sin arbustos

de café, desde que sus ojos

cruzaron la finca como negras

aves dispersándose.

 

Era simple. Ella estaba

ahí para abrazar a su madre.

Su aparición hizo abrir las ventanas

mientras caminaba a través del pueblo.

Era simple. Ella había venido

para encarnar la memoria de una poeta

cuyo cuerpo nunca fue encontrado.

¿Había cambiado? Era diferente.

En El Salvador nada ha cambiado.

 

 

3

 

¿Deyá? Un racimo de los dientes,

de los huesos del mundo, más

verde que Corsica. En inglés

no hay una palabra para esto. No puedo

ayudarte. Estoy segura aquí.

Tengo todo lo que podría querer.

En la mañana miro el pico

del Teix cortar las nubes.

A mi país envío poesía en vez

de pan, así que corto a través la nada.

No doy nada, así que como ves, no tengo

nada.

 

Deyá tiene siete diferentes mantos

de viento. El cielo los sostiene

para ella, le ayuda a ponérselos.

Yo soy xaloc, un viento

del sudeste tan lejano

como mi país y no hay nada

que me ayude a entrar o salir de él.

Carolina, ¿sabes cuánto tiempo tarda

una voz en alcanzar a otra?

 

1976-78