Carolina Zamudio

Una isla desierta

 

 

Palabras de este mundo
Nueva poesía argentina
Selección y edición: Marisa Martínez Pérsico

 

 

 

 

Una isla desierta

 

No navegues mis mares,

otros lo hicieron y se ahogaron;

puedes verme levitar desde la orilla

—a veces lo consigo—,

es un truco no adquirido. Dejo

en todo caso que mires

esa inmensidad que no soy ni tengo

tendiéndose de lado sobre la pierna

doblada en que sin peso

descansa la mano izquierda.

¿Acaso no oyes las olas que rugen

en el corazón?

En la arena blanca de una sábana

el océano solitario se adormece.

Querido, hay mil formas de sobrevivir

a las tempestades de mi amor.

Yo duermo y sueño que devoro

todas las costas y caigo

en el sosiego

de una isla desierta.

 

 

 

 

Escúchame callar tras la ventana

 

Este es el tiempo, cariño,

un insensato. Hay varias formas

de dejarse ir del mundo. Elegimos

pasar el día en este sueño

de peces tras la burbuja.

Ven, escucha

ya casi va amaneciendo

y es dentro de mi piel. Allí un universo

se descubre florecido y canta.

No te descuides. Nada,

en realidad, nos pertenece.

Acaso fuimos nosotros quienes vimos a trasluz

el dejo de un aliento deshaciéndose.

Ahí viene el día

y su delirio de celestes;

también, de allí seremos

y haremos del pan

nuestro refugio. Como la sombra

que pronto dibujará otros cuerpos

en esta calle, y otras más

de estos nosotros.

Ven, escúchame callar

tras la ventana.

No es cosa del tiempo,

ese insensato.

Es sólo que ahí

va la vida.

 

 

 

 

Pétalos de camelias

 

No sabía de esa isla en la noche.

Yo, desierta. Fui a ciegas,

había intuido que allí

se dirimían todos los miedos;

entré por la ranura de un pestillo

y trepé esa escalara en la que

—al fin— fui eterna;

pude saber que los viejos pasos

quedaron del otro lado de la puerta.

El futuro ascendía por las piernas.

Me sorprendió un ciclón

no previsto en invierno,

la determinación del que va a tientas,

la inutilidad de los ojos,

la placidez con que las estrellas

velan por nosotros en el justo

instante de la pérdida.

Me convencí de ser esa mujer

arropada por todo el universo,

volví a salir por la cerradura

amplia, limpia, fresca;

estoy aquí y allí al mismo tiempo.

Dejé media parte de mi vida

regada como pétalos de camelias

sigo aquí y allí, y es al mismo tiempo

la abertura de un cerrojo

un día rasga todas las puertas.

 

 

 

 

Una puerta antigua

 

Que sean los rituales del amor

pequeñas despedidas

hace que renacer cada vez

sea inevitable.

Construye restos el futuro

de cada paso dado antes;

una mano entre la otra,

aroma a los almendros de una boca,

anochece un poco en los cuerpos,

se hace eterna en los puentes

la piel que desprende sus verdades.

Roces con el instante ido,

es en el contacto cuando la vida

crea otra —la misma— sutil sinfonía,

reconocida sólo por dos.

la respiración mira en sus silencios,

los amantes ya no vuelven

de la forma única de esa fusión,

los ritos que el azar enlaza

se palpan en la oscuridad recobrada.

Amanece y se sale de lo amado

por una puerta antigua,

reconstruida a medida,

empujada por la fuerza

de un perplejo mar de fondo.

 

 

 

 

Mías las sombras de los pájaros

 

Nunca robé mandarinas

—debería—, ni he trepado a todos

los árboles que hubiera querido.

Soy quizá raíz, ya sabes, el destino,

querida, no se elige.

Es un cuento que nos aprendemos

de tarde al mirar las ramas

del sauce y creernos ellas.

 

No sembré un árbol ni lo haré.

Sí robé una flor; salí corriendo

y la mujer me miró tras la ventana

de su casa nueva.

Debería ser ahora ladrona de cosas simples,

hojas de álamos, ramas de espinillos.

 

El destino está trazado,

escribo y bailo, no encajo con mi suerte,

lo he dejado dicho:

abonaré un trozo de tierra y serán

mías las sombras de los pájaros,

el viento y las caricias de los enamorados,

el amanecer y la caída del día.

 

 

 

 

La esquiva criatura que vive sin fronteras

 

Sé fiel al momento, cariño, no es tan ingrato,

ya ves, has aprendido esta que soy y no,

no es tampoco tuya, de ningún sol ni tiempo,

la esquiva criatura que vive sin fronteras,

va y viene entre ciclos imaginarios, lleva

la luna junto a ella como testigo y ancla,

se para de vez en cuando a constatar que aún

quede la sombra, movediza señora de la casa

canta, baila, vuela. Lo demás también lleno de luz

se ondea; tú y yo todos somos al final la plenitud,

incorpóreos, circunstancias pequeñas del tiempo.

¿Qué quieres que te diga a este punto del amor,

si es en este ensueño sólo otro pasajero?

 

 

 

 

 

Algunas palabras de este mundo

Quiere esta antología, junto con difundir las voces de treinta poetas argentinos nacidos entre 1970 y principios del siglo XXI, ser, con su eco preliminar de Árbol de Diana (1962), un homenaje a Alejandra, de cuya muerte se cumple medio siglo.

Celebrar, desde el guiño de su título, esos pequeños artefactos poéticos perfectos, esas piezas muchas veces brevísimas que dan cuenta de una subjetividad quebrada, de una orfandad metafísica, con unas dislocaciones pronominales que potencian el característico tono de tipo liminar pizarnikeano, siempre al borde, en el umbral o límite entre posibilidad e imposibilidad del decir. Poesía que es desamparo y morada. Claridad y oscuridad a la vez.

Las páginas que siguen son un intento de visibilizar y divulgar un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas nacionales: hay derivas de la poesía conversacional, propuestas en clave realista, programas de carácter hermético, de indagación ontológica o continuadores de la tradición de la ruptura, estéticas herederas del neobarroco/neobarroso y de la poesía experimental, del riesgo, que se institucionalizaron en países como Argentina o México, especialmente durante la década del ’90. Poemas en prosa y otros que buscan el diálogo intergenérico o transmedial (lírica, narrativa, teatro). Poemas que no exceden una página (¿una pantalla?) y poemas largos memorables.

Esta muestra responde, además, a una vocación federal y extraterritorial. Incluye autores que nacieron y viven en distintas provincias argentinas –desde Salta hasta Tierra del Fuego– y otros radicados en el extranjero (Holanda, Francia, España), que encarnan una argentinidad poética ‘extraterritorial’ (George Steiner), ‘glocal’ (Vicente Luis Mora) y ‘posnacional’ (Bernat Castany).

 

Marisa Martínez Pérsico
Roma, octubre de 2021

Carolina Zamudio Nació en Curuzú Cuatiá en 1973. Poeta y ensayista. Publicó los poemarios Seguir al viento (Ediciones Último Reino, 2013), ... LEER MÁS DEL AUTOR