Una isla desierta
Palabras de este mundo
Nueva poesía argentina
Selección y edición: Marisa Martínez Pérsico
Una isla desierta
No navegues mis mares,
otros lo hicieron y se ahogaron;
puedes verme levitar desde la orilla
—a veces lo consigo—,
es un truco no adquirido. Dejo
en todo caso que mires
esa inmensidad que no soy ni tengo
tendiéndose de lado sobre la pierna
doblada en que sin peso
descansa la mano izquierda.
¿Acaso no oyes las olas que rugen
en el corazón?
En la arena blanca de una sábana
el océano solitario se adormece.
Querido, hay mil formas de sobrevivir
a las tempestades de mi amor.
Yo duermo y sueño que devoro
todas las costas y caigo
en el sosiego
de una isla desierta.
Escúchame callar tras la ventana
Este es el tiempo, cariño,
un insensato. Hay varias formas
de dejarse ir del mundo. Elegimos
pasar el día en este sueño
de peces tras la burbuja.
Ven, escucha
ya casi va amaneciendo
y es dentro de mi piel. Allí un universo
se descubre florecido y canta.
No te descuides. Nada,
en realidad, nos pertenece.
Acaso fuimos nosotros quienes vimos a trasluz
el dejo de un aliento deshaciéndose.
Ahí viene el día
y su delirio de celestes;
también, de allí seremos
y haremos del pan
nuestro refugio. Como la sombra
que pronto dibujará otros cuerpos
en esta calle, y otras más
de estos nosotros.
Ven, escúchame callar
tras la ventana.
No es cosa del tiempo,
ese insensato.
Es sólo que ahí
va la vida.
Pétalos de camelias
No sabía de esa isla en la noche.
Yo, desierta. Fui a ciegas,
había intuido que allí
se dirimían todos los miedos;
entré por la ranura de un pestillo
y trepé esa escalara en la que
—al fin— fui eterna;
pude saber que los viejos pasos
quedaron del otro lado de la puerta.
El futuro ascendía por las piernas.
Me sorprendió un ciclón
no previsto en invierno,
la determinación del que va a tientas,
la inutilidad de los ojos,
la placidez con que las estrellas
velan por nosotros en el justo
instante de la pérdida.
Me convencí de ser esa mujer
arropada por todo el universo,
volví a salir por la cerradura
amplia, limpia, fresca;
estoy aquí y allí al mismo tiempo.
Dejé media parte de mi vida
regada como pétalos de camelias
sigo aquí y allí, y es al mismo tiempo
la abertura de un cerrojo
un día rasga todas las puertas.
Una puerta antigua
Que sean los rituales del amor
pequeñas despedidas
hace que renacer cada vez
sea inevitable.
Construye restos el futuro
de cada paso dado antes;
una mano entre la otra,
aroma a los almendros de una boca,
anochece un poco en los cuerpos,
se hace eterna en los puentes
la piel que desprende sus verdades.
Roces con el instante ido,
es en el contacto cuando la vida
crea otra —la misma— sutil sinfonía,
reconocida sólo por dos.
la respiración mira en sus silencios,
los amantes ya no vuelven
de la forma única de esa fusión,
los ritos que el azar enlaza
se palpan en la oscuridad recobrada.
Amanece y se sale de lo amado
por una puerta antigua,
reconstruida a medida,
empujada por la fuerza
de un perplejo mar de fondo.
Mías las sombras de los pájaros
Nunca robé mandarinas
—debería—, ni he trepado a todos
los árboles que hubiera querido.
Soy quizá raíz, ya sabes, el destino,
querida, no se elige.
Es un cuento que nos aprendemos
de tarde al mirar las ramas
del sauce y creernos ellas.
No sembré un árbol ni lo haré.
Sí robé una flor; salí corriendo
y la mujer me miró tras la ventana
de su casa nueva.
Debería ser ahora ladrona de cosas simples,
hojas de álamos, ramas de espinillos.
El destino está trazado,
escribo y bailo, no encajo con mi suerte,
lo he dejado dicho:
abonaré un trozo de tierra y serán
mías las sombras de los pájaros,
el viento y las caricias de los enamorados,
el amanecer y la caída del día.
La esquiva criatura que vive sin fronteras
Sé fiel al momento, cariño, no es tan ingrato,
ya ves, has aprendido esta que soy y no,
no es tampoco tuya, de ningún sol ni tiempo,
la esquiva criatura que vive sin fronteras,
va y viene entre ciclos imaginarios, lleva
la luna junto a ella como testigo y ancla,
se para de vez en cuando a constatar que aún
quede la sombra, movediza señora de la casa
canta, baila, vuela. Lo demás también lleno de luz
se ondea; tú y yo todos somos al final la plenitud,
incorpóreos, circunstancias pequeñas del tiempo.
¿Qué quieres que te diga a este punto del amor,
si es en este ensueño sólo otro pasajero?
Algunas palabras de este mundo
Quiere esta antología, junto con difundir las voces de treinta poetas argentinos nacidos entre 1970 y principios del siglo XXI, ser, con su eco preliminar de Árbol de Diana (1962), un homenaje a Alejandra, de cuya muerte se cumple medio siglo.
Celebrar, desde el guiño de su título, esos pequeños artefactos poéticos perfectos, esas piezas muchas veces brevísimas que dan cuenta de una subjetividad quebrada, de una orfandad metafísica, con unas dislocaciones pronominales que potencian el característico tono de tipo liminar pizarnikeano, siempre al borde, en el umbral o límite entre posibilidad e imposibilidad del decir. Poesía que es desamparo y morada. Claridad y oscuridad a la vez.
Las páginas que siguen son un intento de visibilizar y divulgar un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas nacionales: hay derivas de la poesía conversacional, propuestas en clave realista, programas de carácter hermético, de indagación ontológica o continuadores de la tradición de la ruptura, estéticas herederas del neobarroco/neobarroso y de la poesía experimental, del riesgo, que se institucionalizaron en países como Argentina o México, especialmente durante la década del ’90. Poemas en prosa y otros que buscan el diálogo intergenérico o transmedial (lírica, narrativa, teatro). Poemas que no exceden una página (¿una pantalla?) y poemas largos memorables.
Esta muestra responde, además, a una vocación federal y extraterritorial. Incluye autores que nacieron y viven en distintas provincias argentinas –desde Salta hasta Tierra del Fuego– y otros radicados en el extranjero (Holanda, Francia, España), que encarnan una argentinidad poética ‘extraterritorial’ (George Steiner), ‘glocal’ (Vicente Luis Mora) y ‘posnacional’ (Bernat Castany).
Marisa Martínez Pérsico
Roma, octubre de 2021