Carol Ann Duffy. Las cartas de amor

Presentamos dos textos claves de la gran poeta británica en la traducción al español de Juan José Vélez Otero.

 

 

 

Carol Ann Duffy

 

 

DEPORTACIÓN

 

No han sido muy afables conmigo. Ahora tengo que irme,

las palabras que aprendí para preguntar,

para dar las gracias, no las he utilizado. El amor es mirar

a los ojos en cualquier lengua, pero aquí no,

este año no. No han sido hospitalarios.

 

Pensaba que el mundo era un lugar que habitábamos

en el universo, un planeta brillante en la inmensa oscuridad.

Vi una foto cuando niño.

 

Ahora soy un alienígena. Hay poco trabajo en el lugar

de donde vengo, los jóvenes son hoscos y no sueñan. Mi mujer

espera un hijo y yo tuve que venirme a trabajar, a buscar

un hogar. Dentro de veinte años tal vez le diríamos: Este eres tú

cuando eras bebé, cuando el ciruelo solo era un brote…

 

Intentaremos formar un hogar

con nuestros brazos. No somos suficientemente fuertes.

 

Son educados, hablan sin parar en la jerga oficial.

Impreso F. Sala 12. Ventanilla 6. Me he sentido menos pequeño

bajo montañas cubiertas de nubes

que al entrar en el Edificio del Exilio. Los fúnebres taxis

bajo la llovizna por las calles en dirección a la terminal.

 

No soy especialmente nadie. Un océano me separa de mi amor.

Vuelvo. Ella me abrazará, me preguntará cómo me ha ido.

Regreso. Una cosa le diré, que había una razón para recordar

el color de sus ojos. Hay aquí una manzana,

una agridulce, que tiene ese mismo color. Mi amor,

no soy nada sin ti. Hacía frío.

 

 

 

 

LAS CARTAS DE AMOR

 

Hay quienes las guardan en cajas de zapatos apartadas de la luz,

desolados recuerdos que pestañean al abrirse los párpados,

las mismas audacias escritas en cada una de ellas. Mi única…

Bromas íntimas que ya no significan nada, chistes que ya

no hacen gracia, entre lisonjas y palabras cariñosas. ¿Qué

llevas puesto?

 

No cambies nunca.

Empiezan con Amor mío; acaban con reproches,

ausencias, sensación de vacío. Incluso ahora la mano se abre

como una flor que tiembla, los dedos siguen los renglones y ven

el futuro de entonces. Siempre… Nadie las quema,

las cartas de amor tiesas en sus ataúdes de cartón.

 

Bebecito… Todos teníamos extraños nombres

que nos hacían sonrojar, como si hubiésemos asesinado

a alguien mucho antes oculto bajo un nombre falso. Me muero

sin ti. Morir. De vez en cuando, solos,

las volvemos a sacar para leerlas; y nos suena sordo el corazón

como una pala golpeando unos huesos bajo tierra.