

Presentamos dos textos de la recordada autora paraguaya.
Carmen Soler
CALABOZO DE CASTIGO
A mi hermano Miguel Ángel
A todos mis hermanos y hermanas
del mundo aún oprimido.
Uniformes, metralletas,
patio, pasillos estrechos,
puerta de hierro maciza,
cerrojo y candados negros.
Una boca que se abre
dos metros por metro y medio;
pisos, techos y paredes
desnudos como el desierto.
Panteones para vivos
donde se arrastran espectros
que de humano solo tienen
la forma del esqueleto.
¡Si hasta los muros parecen
más vivos y menos secos!
No existen sobre la tierra
socavones más espesos
ni tiempo que así se arrastre
por minuteros tan quietos.
Ni puede existir tampoco
un espacio tan pequeño
que oculte tantos dolores,
que guarde tantos secretos.
Los corredores acechan
con miradores histéricos
acechanzas que se palpan
como grilletes de hielo.
Cinco radio transistores
atruenan el aire quieto.
que no se escuchen los gritos
en la noche del tormento.
Potros de grupas oscuras
arrancan chispas al viento,
pero vuelven abatidos,
desmadejados los belfos.
¡O está muy lejos la tierra,
o está muy lejos el cielo!
No sé si ustedes conocen
lo que entonces siente un preso;
esa escalada de frío
del espinazo hasta el pelo,
ese temblor que se cuela
por las rendijas del miedo
y el espolón del coraje
mellándose de despecho
impotente y amarrado
crucificado en un cepo.
Ese dolor tan antiguo
que nunca tuvo remedio,
de animal acorralado
forcejeando prisionero
a merced de quienes usan
la crueldad como derecho.
¡Y sentir el alma llena de un odio
que raspa adentro!
Aparecen, como ratas
del albañal del infierno
frente al hombre que no tiene
más arma que su silencio.
CULPABLE DE SER UN HOMBRE
Culpable de no estar muerto. –
¡De caras a la pared!
(¡A ver si miran el cielo!)
¡Manos sobre la cabeza!
(¡No sea que empuñen viento!)
Y el hombre que está desnudo
sin afeite y sin espejo,
desnudo frente a sí mismo
solo con su entendimiento
sin conocer los repliegues
de todos sus recovecos
camina sobre las brasas
erguido sobre su miedo.
La picana va buscando
lo más sensible del cuerpo.
Una horda de alacranes
clava aguijones eléctricos.
Se retuerce, baila, salta
un monigote grotesco.
Una garganta de perros
desgarra gritos violentos
y una lengua azul se enrosca
sobre su propio silencio.
Sumergen en la pileta de agua
con excrementos.
Se ahoga, se va, se afloja,
lucha, vuelve, aspira el cielo,
forcejea, se abandona
sin barreras en el cuerpo.
Extrañas flores de luces
estallan en el cerebro.
El torturador “trabaja”
los puntos para su ascenso.
Los potros de ancas oscuras
tiritan como en invierno.
No sé si ustedes conocen
ese tiempo de los presos
cuando se vuelve a la vida
nadando en el propio sueño
sobre un cuerpo que parece
que fuera y no fuera el nuestro;
alejándose y volviendo
por corredores secretos
hasta encontrar un hilito
que nos sujete en el suelo.
¡Y ese orgullo limpio y sano
que va dilatando el pecho!
Es que el hombre sabe entonces
que ha llegado su momento.
Ya conoce su medida,
pesa y valora defectos
se eleva sobre sí mismo,
afirma su pensamiento.
Que morir no es el problema
y sí vivir con acierto;
centinela de consignas
vigía de nuevos tiempos.
Calabozo de castigo,
dos metros por metro y medio.
¡Un espacio tan pequeño
con un sol rojo en el centro!