Carmen Nozal

De la muerte salen mariposas

 

 

 

 

ESENCIA

 

Creo en la muerte de tu boca

Creadora del silencio y de la niebla

 

Creo en el olvido de tus labios

Como en dos pecados de sangre

 

Creo que tu última palabra

Se me deshace en la lengua

Como un rosario de polvo

 

Oigo tu recuerdo

Palpitar bajo la tierra

Deletreándome

 

(Del libro Hacia los flecos del frío, Universidad de Aguascalientes, 1994.
Premio Nacional de Poesía “Salvador Gallardo Dávalos” 1993)

 

 

 

 

ETERNIDAD

 

Agua inútil

 

Agua extraviada de otras aguas

 

Agua que se está llamando sangre

 

Que no podrá morir

secándose en la hierba

 

(Del libro El espejo de Luzbel, Universidad Veracruzana, 1995.
Premiado por la Universidad Veracruzana en 1994)

 

 

 

 

DE LA MUERTE SALEN MARIPOSAS

 

Por encima de mi hombro pasa un ave,

pasa la semana con sus siete pecados,

pasa la nube con tu mortaja

y con la vela de un barco

me limpio el sudor y las visiones.

 

Mi frente se divide:

se abre como tus ojos,

se vacía como un cero que ha rodado por el mundo,

queda sin ti, sin ella

como un otoño sin hojas,

como un poema en blanco sobre la lengua.

 

Detrás de ti me fui quedando,

clavé tu nombre en todos los idiomas.

Un carcelero me dio sus llaves,

abrí la puerta del calendario,

huyeron los números y se lanzaron al mar.

 

El tiempo se deletrea:

es un niño leyendo un cuento,

un niño que envejeció leyendo el mismo cuento.

 

(Del libro En el reino de la luz y otros poemas, Ateneo Jovellanos, Gijón, España, 1999.
Finalista en el concurso internacional de poesía del Ateneo Jovellanos 1998.)

 

 

 

 

AURELIA

 

Aurelia sueña con la muerte,

dicta su testamento

desde el ático de la nostalgia.

Tiene la edad de un siglo, tiene paciencia,

pero no tiene la tierra encima de los ojos.

 

Los árboles la miran inclinarse:

la confunden con el sauce de la iglesia.

Ella es pan y vino y agua contrastada

con el lodo que navega en la tumba de su hija.

 

Ella es sola.

Cizaña en mano la contemplan los vecinos:

todos muertos a destiempo, todos aterrorizados.

 

Aurelia mira el calendario,

mira el cielo en busca de una nube.

(Las nubes son ataúdes de Dios.)

Pero el cielo amanece

una vez más

despejado.

 

(Del libro De la palabra cacería, Casa del Poeta A.C., 2000)

 

 

 

 

QUIÉN SI NO LAS MOSCAS PUEDEN MOSTRARNOS EL CAMINO

 

Ahí están, dicen las moscas,

absortas en su danza prehispánica.

Ahí están, insisten murmurando

con un zumbido incesante.

 

Ahí están, apuntan las moscas como plañideras:

adentro del espanto de esa noche,

adentro del monte arriba

por el que algún día corrieron

cuando eran niños.

 

Ahí están: los sueños torturados, los pantalones rotos,

un tenis, cuatro plumas, dos carcajadas,

los vestidos desgarrados, una libreta.

Las novias que siguen esperando

se preguntan: ¿dónde están?

Ahí están, responden las moscas

sobrevolando los huesos, el hedor penetrante de los días,

la esperanza mutilada, el silencio que gime como un viento desollado.

 

Ahí están, todos revueltos, abrazados,

con la juventud brillando bajo los párpados.

Ahí están, ¡vengan por ellos!, dicen las moscas

unidas, haciendo guardia al amanecer.

Ahí están, dicen inquietas, ambiguas, impotentes,

respirando el olor dulzón de la carne amarga.

Ahí están, presentes, los cuerpos

que brillan como pequeñas luciérnagas.

 

Ahí están, las moscas nacidas de la compasión,

las moscas de la misericordia.

Ahí están, contando lo que pasó

con sus alas turbias y su color azul.

 

Ahí están, los ojos más tiernos, los más transparentes,

ojos por los que brotan los árboles luminosos.

Ahí están, los rostros llenos de lodo, con el corazón intacto,

las huellas de sus pasos sobre esta oscura piel llamada patria.

Ahí están, sus lenguas besables, sus labios agrietados,

sus cálidas gargantas, su afónica oración.

Ahí están, las frentes inclinadas, bendecidas por sus madres

antes de salir de casa.

Ahí están, los que nunca más volvieron,

calcinados, molidos, dispersados,

aguardando, aguardando.

Ahí están, dispuestos, extenuados,

con relojes de arena y voces invencibles.

Ahí están, con la mirada profunda

y las pestañas llenas de polvo y aves.

Ahí están: los emilianos, los panchos, los chaparritos,

los que sabían leer, los que serían distintos.

Ahí están: las lupes, las citlalis, las juanas y marías,

las artesanas, las costureras, las enamoradas eternas.

 

Ahí están las moscas que sobrevuelan la verdad.

 

Y ahí están todos, con el polvo en los huaraches y los puños apretados,

los padres, las madres, los hermanos, los abuelos.

Ahí están los maestros, los albañiles, los campesinos,

las amas de casa con su olla humeante de frijoles heridos.

 

Ahí están, los mataron, los quemaron, los aventaron

como quien tira un saco de piedras en la orilla del mundo.

Ahí están, dicen las moscas con su rumor de letanía,

recitando los nombres, los apellidos,

la inmensa lista de los que nunca vuelven,

la obstinada legión de los despiertos.

 

(Del libro Los 43, Los bastardos de la uva, 2015)

 

 

 

LA TETA

 

I

La abuela tuvo un hijo

que se caía como se cae un techo.

Se desplomaba frente a los precipicios

con los ojos en blanco mirando el cielo azul.

 

El oleaje contra las rocas

y la espuma azotada entre sus labios.

 

Cuántas palabras turbias,

cuántos cangrejos sobre su cuerpo.

 

Como quien levanta

una patria perdida,

corría la abuela a levantarlo.

 

Antes de bombardear,

sonaban las sirenas

para ir a los refugios.

 

Sentada en la mecedora de bejuco,

Aurelia se quedaba en casa

dándole el pecho a su hijo.

“Que pase lo que tenga que pasar”,

pensaba ella,

mientras sus hijas iban a esconderse

de su leche temible,

entre la arena y los eucaliptos.

 

II

Su hijo se desvanecía como el amanecer

sobre la cordillera.

 

Igual que La Piedad,

la abuela lo cargaba por el mundo.

 

“Hay un remedio de hierbas”,

le decían,

y emprendía el camino.

 

Dos rayos de sol

se ocultaban en la maleza.

 

Los retenes militares

les impedían el paso.

Parecían maniquíes en la espesura.

Aurelia era un camaleón:

alzaba el puño,

levantaba la mano,

cantaba todos los himnos.

 

Un día la intervinieron:

“Te vamos a fusilar”,

le dijeron los fascistas.

Su hijo se convulsionó.

“Que pase lo que tenga que pasar”,

repitió, Aurelia.

 

Llegaron los republicanos.

“Se mataron entre todos”,

le dijo al brujo,

mientras su hijo bebía el te de hierbas,

entre la arena y los eucaliptos.

 

(Del libro República, Parentalia, 2018)

 

 

 

 

VEINTIÚN AÑOS

 

Una luz sobre la piedra

dos manos hambrientas como leonas

tres labios que balbucean

cuatro latidos en las aldabas

cinco abandonos de la justicia

seis Colegios Mayores esperanzados

siete enigmas de amor

ocho centurias de cercanía

nueve sueños del derecho

diez expediciones sobre la sangre

once reformas para el conocimiento

doce heridas lavadas en el Tormes

trece flores que nunca se marchitan

catorce lazarillos cegados por el sol

quince corazones son treinta puertas

dieciséis columnas estremecidas

diecisiete caminos echados a correr

dieciocho miradas que se enamoran

diecinueve flechas dispersas por el mundo

veinte silencios envueltos en palabras

veintiún años que honran esta lengua

 

(Del libro Por ocho centurias, EDIFSA, 2018)

Carmen Nozal (Gijón, Asturias, España, 1964). Reside en la Ciudad de México desde 1986. Tiene también la Nacionalidad Mexicana. Es Licenciada en Leng ... LEER MÁS DEL AUTOR