

Presentamos tres textos del imprescindible poeta mexicano.
Carlos Pellicer
Recinto
Antes que otro poema
-del mar, de la tierra o del cielo-
venga a ceñir mi voz, a tu esperada
persona limitándome, corono
más alto que la excelsa geografía
de nuestro amor, el reino ilimitado.
Y a ti, por ti y en ti vivo y adoro.
Y el silencioso beso que en tus manos
tan dulcemente dejo,
arrinconada mi voz,
al sentirme tan cerca de tu vida.
Antes que otro poema
me engarce en sus retóricas,
yo me inclino a beber el agua fuente
de tu amor en tus manos, que no apagan
mi sed de ti, porque tus dulces manos
me dejan en los labios las arenas
de una divina sed.
Y así eres el desierto por
el cuádruple horizonte de las ansias
que suscitas en mí; por el oasis
que hay en tu corazón para mi viaje
que en ti, por ti, y a ti voy alineando,
con la alegría del paisaje nido
que voltea cuadernos de sembrados.
Antes que otro poema
tome la ciudadela a fuego ritmo,
yo te digo, callando,
lo que el alma en los ojos dice solo.
La mirada desnuda, sin historia,
ya estés junto, ya lejos,
ya tan cerca o tan lejos o cerca reprimirse
y apoderarse en la luz de un orbe lágrima,
allá, aquí, presente, ausente,
por ti, a ti, y en ti, oh ser amado,
adorada persona
por quien -secretamente- así he cantado.
Un paisaje hecho poema
(Siento que se aglomeran mis deseos
como el pueblo a las puertas de una boda.)
El río allá es un niño y aquí un hombre
que negras hojas junta en un remanso.
Todo el mundo le llama por su nombre
y le pasa la mano como a un perro manso.
¿En qué estación han de querer mis huéspedes
descender. ¿En otoño o primavera.
¿O esperarán que el tono de los céspedes
sea el ángel que anuncie la manzana primera.
De todas las ventanas, que una sola
sea fiel y se abra sin que nadie la abra.
Que se deje cortar como amapola
entre tantas espigas, la palabra.
Y cuando los invitados
ya estén aquí —en mí—, la cortesía
única y sola por los cuatro lados,
será dejarlos solos, y en signo de alegría
enseñar los diez dedos que no fueron tocados
sino
por
la
sola
poesía.
Yo leía poemas y tú estabas…
Yo leía poemas y tú estabas
tan cerca de mi voz que poesía
era nuestra unidad y el verso apenas
la pulsación remota de la carne.
Yo leía poemas de tu amor
Y la belleza de los infinitos
instantes, la imperante sutileza
del tiempo coronado, las imágenes
cogidas de camino con el aire
de tu voz junto a mí,
nos fueron envolviendo en la espiral
de una indecible y alta y flor ternura
en cuyas ondas últimas -primera-,
tembló tu llanto humilde y silencioso
y la pausa fue así. -¡Con qué dulzura
besé tu rostro y te junté a mi pecho!
Nunca mis labios fueron tan sumisos,
nunca mi corazón fue más eterno,
nunca mi vida fue más justa y clara.
Y estuvimos así, sin una sola
palabra que apedreara aquel silencio.
Escuchando los dos la propia música
cuya embriaguez domina
sin un solo ademán que algo destruya,
en una piedra excelsa de quietud
cuya espaciosa solidez afirma
el luminoso vuelo, las inmóviles
quietudes que en las pausas del amor
una lágrima sola cambia el cielo
de los ojos del valle y una nube
pone sordina al coro del paisaje
y el alma va cayendo en el abismo
del deleite sin fin.
Cuando vuelva a leerte esos poemas,
¿me eclipsarás de nuevo con tu lágrima?