Distancia destruida
Distancia destruida
I
Silenciosa visión de un mundo sumergido,
la forma de mi pensamiento la he perdido
y tu imagen lejana me refleja
un bosque de paz desconocida.
Infinito espejismo
en una noche profunda, vaga
yo te presiento incrustado en mi ser
robándole forma a mi existencia
y dándole forma a mi vacío.
¿Dónde la noche que mi noche buscaba?
¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?
Soy la voz viva en busca de su esencia.
Soy el yo solitario en busca de sí mismo.
–La forma de mi pensamiento la he perdido–.
Un payaso-fantasma
baila un ritmo nocturno y mira una luz sin alma.
Payaso-fantasma: ¿quién eres, qué buscas, qué miras?
Yo soy el poeta que mira la nada,
yo miro la gente –vaga y soñolienta–
y al mirar a la gente, yo miro la nada.
Busco al hombre que trascienda su ego
y se pierda en lo eterno de la nada.
Veo una flor de fuego que danza
y un pájaro que canta,
que cantan y danzan
al abúlico ritmo, al acrónico ritmo de la nada
y siento en mi ser esa angustia, ese ritmo, esa nada.
¿Dónde la noche que mi noche buscaba?
¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?
III
Acaso el tiempo no es un fluir invencible,
sino una realidad de dimensión interna.
El tiempo puede ser la hechura de la angustia
o el antojo soberbio de algún dios solitario
o las horas eternas en que un yo de violencia
proyecta sus canciones en un rumor de siempre.
Puede ser un sondear, un mirar hacia adentro
cada instante en sí mismo, cada vez con más noche.
Cuando entonces llegamos a algún fondo sin cifra
sabemos que las torres que vigilan las horas,
son torres inconclusas y que un mar de silencio
penetra sus criaturas en extenso misterios
y bosques sin sonido. Toda plenitud mía
es plenitud antigua: algo que estuvo en mí,
densamente remoto, antes de que mi voz libre,
antes que mi existencia, siempre tallando instantes,
para erigir días o noches en la noche
donde mi ser comienza. Hay algo primordial
que nos hunde en el mundo, que nos dice que el sol
puede ser nuestro fuego o algún fervor intenso
trabajando lo eterno, la eternidad presente
que es memoria olvidada de otro lugar del tiempo,
gestación silenciosa de momentos distantes
sin embargo inmediatos en el sueño y el día:
ese camino adusto, ese vivir en sí
antes que nuestra sombra o que el gesto que inicia
aquel objeto muerto, externo y abolido
sin discernir su sitio, caído con inercia
sin conocer su origen. El aspecto de ausencia
que hoy existe en la tarde es algo desvaído
que tu presencia anula al romper con sus alas
el éter de la nada. Este cuarto no existe
cuando yo en mí me habito, ni existen las murallas
que limitan el tiempo: yo me existo hacia adentro
y en mi existir arrastro los árboles y cerros
que conoce mi tacto. Sus raíces son siempre
raíces en la tierra, garras, voces esbeltas
de un proceso oscuro que azotan mis viajes
para extender los días ─verticales, distantes─
integrando en su golpe la voluntad del mundo.
VIII
Existe, vive en extensos murmullos
que doblegan el mar y la opulencia del verano
brotando como árboles antiguos,
aun más absortos que la noche irreductible
donde el hombre nace.
Todo es la lucha, la violencia del sueño
donde una fuerza ciega nos crece y nos integra
en el rumor del bosque
y en su lenta espesura hoy se escucha el viento
venir desde más lejos, venir,
vivir la tierra, sus huesos siderales,
los héroes y los potros que marcaron las sendas.
XIII
Tiempo desnudo que se sumerge en el ocaso
lento y callado para la tierra que lo espera.
Estación de la espiga, apenas se despierta
el campo, la brisa canta su canción perdida
y la voz exilada descubre su distancia.
Caminos entre torres, tibias playas golpeadas
por las olas; la vida se ahonda en la añoranza
y las horas mueren con los pasos, mientras el sol,
hacia la noche plena, declina entre los árboles.
Tarde de otoño desposeída en el rigor
de los santuarios donde perdura la voluntad
de las plegarias: toda palabra es el retorno
hacia el silencio del mar profundo que la crea,
abundancia ignorada, peregrinaje vivo
entre las densas sombras. En la quietud está
la espiga, la lejanía fugaz que anuncia
desde un sueño oculto la intensidad del fruto
redimido. Liberada la tierra, el aire
esparce su claridad por la verde llanura,
el corazón espera y el trigo en su alabanza
crece hacia la noche. Las riberas del río
se oscurecen, el tiempo avanza como el pulso
del viento por las islas, mientras la soledad
de la conciencia puebla libremente la raíz
del sueño. Para siempre le silencio persevera
en las piedras, destruye los instantes, habita
el mundo desolado donde los cuerpos buscan
la respuesta esperada, la morada perpetua.
Te canto, te pregunto. Lejos, la brisa puebla
la soledad sagrada de las horas inermes.
XV
La lluvia es nuestro sueño,
viaje antiguo para el fervor dorado del otoño,
esperanza definitiva en el latido de los potros
y en el fondo, sombras primordiales,
fuego y sombras
a lo largo de las torres que vigilan los rumbos.
No la detención del tiempo o del recuerdo
sino la música en la sangre,
el resurgir perenne de las miradas
como signos tutelares
empinados desde el alma.
Las cosas son del tacto.
XIV
En la orilla del viento
todo grupo de signos, como densa promesa,
se yergue en el canto de los días
invadiendo un transcurso
pleno de la oración fulgurante del sol:
memoria alta y sumergida en la dura presencia
que intangiblemente asalta
lo que en nosotros vive y viaja hacia el silencio.
Extranjero: ciegos son tus mares
ciego navegas en su clima nocturno
y ya nunca el dios que en ti proyecta
su lejanía apenas soportable,
invadirá con su terror la selva liberada.
Ahora sus primicias son tiempo esbelto
que como un destello asciende por los huesos
para cumplir lo más remoto de su misión agreste.
Continúa, surca el espacio que hacia a ti se abre
rompiendo las rudas murallas que te encierran.
De la noche sólo queda el ser antiguo y la comarca de
su nombre.
XVII
Fue desde el mar la roca de su canto
un templo vivo del ángel en las horas.
La voz estuvo en la plegaria, desbandada
en la arena, cuando las aves comenzaban el exilio
y los despojos y los altos cedros, cerca de la orilla,
eran signos oscuros en la senda nocturna.
Navegar, extranjero, es entregarse al vocerío de las
olas antiguas
buceando en el fondo nulo con la noche en los ojos
mientras las naves, fieles a la alianza,
van buscando entre los soles el sol nuevo.
Hondo es el espacio y terrible navegar en el asombro.
El silencio pregunta y al declinar la luz
su lejanía declina entre las densas sombras
y un mar nos puebla y habla,
y entonces, casi como llegar es sumergirse
y que el eco total retorne redimido de voz
en el naufragio.