Carlos Obregón

Distancia destruida

 

 

 

 

 

Distancia destruida

 

 

I

 

Silenciosa visión de un mundo sumergido,

la forma de mi pensamiento la he perdido

y tu imagen lejana me refleja

un bosque de paz desconocida.

Infinito espejismo

en una noche profunda, vaga

yo te presiento incrustado en mi ser

robándole forma a mi existencia

y dándole forma a mi vacío.

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?

¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

Soy la voz viva en busca de su esencia.

Soy el yo solitario en busca de sí mismo.

–La forma de mi pensamiento la he perdido–.

 

Un payaso-fantasma

baila un ritmo nocturno y mira una luz sin alma.

Payaso-fantasma: ¿quién eres, qué buscas, qué miras?

 

Yo soy el poeta que mira la nada,

yo miro la gente –vaga y soñolienta–

y al mirar a la gente, yo miro la nada.

Busco al hombre que trascienda su ego

y se pierda en lo eterno de la nada.

Veo una flor de fuego que danza

y un pájaro que canta,

que cantan y danzan

al abúlico ritmo, al acrónico ritmo de la nada

y siento en mi ser esa angustia, ese ritmo, esa nada.

 

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?

¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

 

 

 

III

 

Acaso el tiempo no es un fluir invencible,

sino una realidad de dimensión interna.

El tiempo puede ser la hechura de la angustia

o el antojo soberbio de algún dios solitario

o las horas eternas en que un yo de violencia

proyecta sus canciones en un rumor de siempre.

Puede ser un sondear, un mirar hacia adentro

cada instante en sí mismo, cada vez con más noche.

Cuando entonces llegamos a algún fondo sin cifra

sabemos que las torres que vigilan las horas,

son torres inconclusas y que un mar de silencio

penetra sus criaturas en extenso misterios

y bosques sin sonido. Toda plenitud mía

es plenitud antigua: algo que estuvo en mí,

densamente remoto, antes de que mi voz libre,

antes que mi existencia, siempre tallando instantes,

para erigir días o noches en la noche

donde mi ser comienza. Hay algo primordial

que nos hunde en el mundo, que nos dice que el sol

puede ser nuestro fuego o algún fervor intenso

trabajando lo eterno, la eternidad presente

que es memoria olvidada de otro lugar del tiempo,

gestación silenciosa de momentos distantes

sin embargo inmediatos en el sueño y el día:

ese camino adusto, ese vivir en sí

antes que nuestra sombra o que el gesto que inicia

aquel objeto muerto, externo y abolido

sin discernir su sitio, caído con inercia

sin conocer su origen. El aspecto de ausencia

que hoy existe en la tarde es algo desvaído

que tu presencia anula al romper con sus alas

el éter de la nada. Este cuarto no existe

cuando yo en mí me habito, ni existen las murallas

que limitan el tiempo: yo me existo hacia adentro

y en mi existir arrastro los árboles y cerros

que conoce mi tacto. Sus raíces son siempre

raíces en la tierra, garras, voces esbeltas

de un proceso oscuro que azotan mis viajes

para extender los días ─verticales, distantes─

integrando en su golpe la voluntad del mundo.

 

 

 

VIII

 

Existe, vive en extensos murmullos

que doblegan el mar y la opulencia del verano

brotando como árboles antiguos,

aun más absortos que la noche irreductible

donde el hombre nace.

Todo es la lucha, la violencia del sueño

donde una fuerza ciega nos crece y nos integra

en el rumor del bosque

y en su lenta espesura hoy se escucha el viento

venir desde más lejos, venir,

vivir la tierra, sus huesos siderales,

los héroes y los potros que marcaron las sendas.

 

 

 

XIII

 

Tiempo desnudo que se sumerge en el ocaso

lento y callado para la tierra que lo espera.

Estación de la espiga, apenas se despierta

el campo, la brisa canta su canción perdida

y la voz exilada descubre su distancia.

Caminos entre torres, tibias playas golpeadas

por las olas; la vida se ahonda en la añoranza

y las horas mueren con los pasos, mientras el sol,

hacia la noche plena, declina entre los árboles.

 

Tarde de otoño desposeída en el rigor

de los santuarios donde perdura la voluntad

de las plegarias: toda palabra es el retorno

hacia el silencio del mar profundo que la crea,

abundancia ignorada, peregrinaje vivo

entre las densas sombras. En la quietud está

la espiga, la lejanía fugaz que anuncia

desde un sueño oculto la intensidad del fruto

redimido. Liberada la tierra, el aire

esparce su claridad por la verde llanura,

el corazón espera y el trigo en su alabanza

crece hacia la noche. Las riberas del río

se oscurecen, el tiempo avanza como el pulso

del viento por las islas, mientras la soledad

de la conciencia puebla libremente la raíz

del sueño. Para siempre le silencio persevera

en las piedras, destruye los instantes, habita

el mundo desolado donde los cuerpos buscan

la respuesta esperada, la morada perpetua.

 

Te canto, te pregunto. Lejos, la brisa puebla

la soledad sagrada de las horas inermes.

 

 

 

XV

 

La lluvia es nuestro sueño,

viaje antiguo para el fervor dorado del otoño,

esperanza definitiva en el latido de los potros

y en el fondo, sombras primordiales,

fuego y sombras

a lo largo de las torres que vigilan los rumbos.

No la detención del tiempo o del recuerdo

sino la música en la sangre,

el resurgir perenne de las miradas

como signos tutelares

empinados desde el alma.

 

Las cosas son del tacto.

 

 

 

XIV

 

En la orilla del viento

todo grupo de signos, como densa promesa,

se yergue en el canto de los días

invadiendo un transcurso

pleno de la oración fulgurante del sol:

memoria alta y sumergida en la dura presencia

que intangiblemente asalta

lo que en nosotros vive y viaja hacia el silencio.

Extranjero: ciegos son tus mares

ciego navegas en su clima nocturno

y ya nunca el dios que en ti proyecta

su lejanía apenas soportable,

invadirá con su terror la selva liberada.

Ahora sus primicias son tiempo esbelto

que como un destello asciende por los huesos

para cumplir lo más remoto de su misión agreste.

Continúa, surca el espacio que hacia a ti se abre

rompiendo las rudas murallas que te encierran.

De la noche sólo queda el ser antiguo y la comarca de

su nombre.

 

 

 

XVII

 

Fue desde el mar la roca de su canto

un templo vivo del ángel en las horas.

La voz estuvo en la plegaria, desbandada

en la arena, cuando las aves comenzaban el exilio

y los despojos y los altos cedros, cerca de la orilla,

eran signos oscuros en la senda nocturna.

Navegar, extranjero, es entregarse al vocerío de las

olas antiguas

buceando en el fondo nulo con la noche en los ojos

mientras las naves, fieles a la alianza,

van buscando entre los soles el sol nuevo.

Hondo es el espacio y terrible navegar en el asombro.

El silencio pregunta y al declinar la luz

su lejanía declina entre las densas sombras

y un mar nos puebla y habla,

y entonces, casi como llegar es sumergirse

y que el eco total retorne redimido de voz

en el naufragio.

 

 

Carlos Obregón (Bogotá, 11 de noviembre de 1929 - Madrid, España, 3 de enero de 1963) fue un poeta colombiano asociado a la generación de Mito. Su obra ... LEER MÁS DEL AUTOR