Mauritania es un país con nieve
Discurso de recepción XLIII Premio Kutxa Ciudad de Irún
“Gabon denori”, podrían haber dicho mis antepasados euskeras para iniciar estas palabras. Pero durante mi infancia en Salta, en el noroeste argentino, cerquita de Bolivia, lo euskera, lo vasco, no estaba en el idioma, sino en ciertos vocablos castellanos como “caserío”, “pelota” o “boina”, en cierta heráldica equívoca y ambigua, y en los relatos de tías y abuelas que imaginaban un pasado idílico de vascos en sus tierras, antes de emigrar al nuevo continente. Este lugar donde hoy estamos, el “país vasco” de mi infancia, era, para una familia argentina de varias generaciones, el lugar de la Tierra Prometida, el lugar de lo soñado y del origen, lugar imaginado e imaginario, lugar de la ficción familiar pero tan real para mí como el centro de la Tierra de Verne o el Mompracem de Salgari. Ya se trataba de la poesía, esa realidad oculta de las cosas, ya se trataba de decirse uno en el legado de los otros, empezando por el lenguaje, que no era, en mi caso, el euskera, sino un castellano mestizo, con marcas de lo indígena. Nunca habría imaginado que ese lenguaje, mestizo como yo, me traería a este sitio, a esta noche, a esta alegría de regresar, de algún modo, al origen. Las precisiones de la poesía no son las de la geografía o la historia. Y sin embargo, la poesía puede ser más precisa que la ciencia más exacta. Justamente, en ciertas culturas a las que la soberbia occidental llamó “primitivas”, la poesía ocupaba y ocupa el lugar de la botánica y la religión. Era la voz del profeta y el modo más exacto de explicarnos el mundo. Era y es, porque la poesía, como el aleph de Borges, permite contener todos los tiempos y espacios: el tiempo del nacimiento y de la muerte, el tiempo del amor y el desamor, el lugar de la dicha, el lugar de las pérdidas. Mauritania y la luna. Cómo saben, los poetas vivimos en la luna, pero eso no implica vivir desconectados de la realidad. Lo que intenta la poesía es devolverle su densidad al mundo, y eso significa, nada más y nada menos, que reinventarlo, sin olvidar en esa reinvención la denuncia de sus injusticias, para que las injusticias no vuelvan a repetirse. De todas esas cosas habla este libro: de la luna, del amor, de un lugar llamado “Mauritania” que no es Mauritania, porque tiene nieve. De lo posible y de lo imposible. Como esta noche, aquí en Irún, imposible para mí si la pienso desde Argentina, como la alegría de recibir este premio, con un jurado de admirados poetas. Muchas gracias a los pre jurados y al jurado por permitir que mi Mauritania encuentre su lugar en el mundo. Muchas gracias a Kutxa por este premio. Muchas gracias a todas y a todos por estar aquí esta noche. AGUR ETA ESKERRIK ASKO.
Carlos J. Aldazábal
29/11/2019
Sombras
En Mauritania
las sombras
se parecen
a la luz:
hacen nacer
la oscuridad
en el inicio del día.
A veces,
detrás de algunas sombras
se encuentran mis ojos,
y
a veces
mis ojos
se encuentran
con los tuyos,
y
de ese encuentro
se crea una esperanza,
otro tipo de sombra,
partícula de oscuridad,
soplo de algo
que
presagia
un nacimiento.
Lo inquietante de las sombras no son las tinieblas.
Lo inquietante es el terror de lo que duerme,
de lo que no despierta más
ni atraviesa los velos,
pulsión de una mirada que quiere ser luz
para encontrar tus ojos,
manchas de sombras
que acuden a mi encuentro,
cuando la ceguera
es un destello
de sol
que no ilumina.
Tinaja
“Qué oscuros son los recuerdos
cuando se mezclan con vino”, dijiste.
“Las coplas se vuelven penas
y el recordar puro olvido”, contesté,
y después brindamos
porque habíamos logrado
capturar la luz.
No era difícil brindar
y luego
abrir las tinajas.
Las luciérnagas llegaban de todas partes,
atraídas por el vino
y por el resplandor.
Las tinajas tenían
la forma de tu cuerpo,
y verlas iluminadas era
como verte desnuda,
probándote un manantial.
Ya no recuerdo el sabor del vino,
pero sí el gusto de tu boca:
recuerdo las tinajas
preñadas por tu luz
hasta amanecer danzando,
bailarina de Tastil en Mauritania,
con la tinaja de mi corazón en tu cabeza.
Invierno
No era la nieve
lo que inquietaba.
Era el lamento
de los gatos heridos.
Era la quebrada,
con sus mañanas frías,
el tiempo,
que nunca perdona
las esperas.
Era la nostalgia,
congelada en una copla,
el futuro burlón,
que no respeta las profecías.
No eran tus ojos
detrás de los visillos.
Tus ojos eran
una latencia en el paisaje,
la misma inquietud,
el mismo presagio de la arena y del mar.
Ese invierno
la pobreza servía de amenaza
y la espera
distraía la nieve.
Pero aun entonces
tus ojos se encendían
en la inevitable
inquietud
de lo que importa,
calor que rescata de la helada,
tibieza previsible
que se enciende
en el recuerdo
y en el porvenir.
Albahaca
Escuchábamos
el bullir de las ollas,
y era ese murmullo
lo que nos alegraba.
El misterio consistía
en descifrar el lenguaje,
la caligrafía
de los tallarines,
el dibujo
sinuoso
de la sémola,
la pulcritud
de la harina.
El secreto era la albahaca:
en Mauritania
la albahaca
crece
en los caminos,
y poco importa
el sabor de las salsas.
Sólo se trata
del bullir de las ollas
acunando tu sueño,
flores de albahaca
durmiendo
en tu cabeza,
como un tocado
precioso y esplendente.
Pañuelo
En Mauritania
la nieve se arremolina
a tus pies,
y
si tus manos
están frías,
todo se enciende
cuando encuentro tu boca.
Muchas veces
sospecho que hay un manto,
indicio de la calma, sábana del deleite
donde tus pies
se acurrucan con los míos.
Pero estamos atentos
a las injusticias,
a las tragedias
que abundan en el mundo,
al nervioso marchar
de la muerte en la Tierra.
Estamos atentos,
aunque la música
te acune,
aunque tus manos
y tus pies, y tu pelo y tu boca
iluminen
en lo oscuro
las palabras:
Pañuelito de la noche
bordado por las estrellas,
campanitas del silencio,
cementerio de mis penas.
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-De Mauritania es un país con nieve
Obra ganadora del XLIII Premio Kutxa Ciudad de Irún