Presentamos algunos textos del recientemente desaparecido e imprescindible autor peruano.
Carlos Germán Belli
LAS COSAS DE LA CASA
He aquí la casa bien oculta
tras las nubes de la celeste bóveda,
preservándola de los fieros cacos
terrenales que alrededor acechan;
y así poder vivir metido en ella
en medio de una tibia paz siquiera,
aferrándose a las calladas cosas
que no dejan de estar a cada rato
acompañando como dulces seres;
porque al paso del día y de la noche
todo aquello que inerte y fiel yace
en las proximidades de uno siempre,
en el templado seno de la casa,
resulta parte de la invisible alma,
ya una sola naturaleza exacta.
A LA NOCHE
Abridme vuestras piernas
y pecho y boca y brazos para siempre,
que aburrido ya estoy
de las ninfas del alba y del crepúsculo,
y reposar las sienes quiero al fin
sobre la Cruz del Sur
de vuestro pubis aún desconocido,
para fortalecerme
con el secreto ardor de los milenios.
Yo os vengo contemplando
de cuando abrí los ojos sin pensarlo,
y no obstante el tiempo ido
en verdad ni siquiera un palmo así
de vuestro cuerpo y alma yo poseo,
que más que los noctámbulos
con creces sí merezco, y lo proclamo,
pues de vos de la mano
asido en firme nudo llegué al orbe.
Entre largos bostezos,
de mi origen me olvido y pesadamente
cual un edificio caigo,
de ciento veinte pisos cada día,
antes de que ceñir pueda los senos
de las oscuridades,
dejando en vil descrédito mi fama
de nocturnal varón,
que fiero caco envidia cuando vela.
Mas antes de morir,
anheloso con vos la boda espero,
¡oh misteriosa ninfa!,
en medio del silencio del planeta,
al pie de la primera encina verde,
en cuyo leño escriba
vuestro nombre y el mío juntamente,
y hasta la aurora fúlgida,
como Rubén Darío asaz folgando.
EL OLVIDADIZO
Yo cuánto olvidadizo soy ahora
con el rocín, la acémila, el pollino,
a cuyo lado pata a pata vivo;
pues pese a nuestros lazos quiere ser
un miembro de la ajena grey contigua,
la que sólo se jacta, ríe y manda.
Disculpadme, cuadrúpedos, os pido,
por pretender abandonaros pronto,
librándome del látigo que arrea;
que a fe por mi remota sangre humana,
la erial ingratitud mal grado porto,
y terminaré dándoos las espaldas.