¡Salve, Spes!
¡SALVE, SPES!
X
(El dioscuro inmóvil y el dioscuro andante)
Estos de Zeus y Leda amados vástagos
qué situaciones tan distintas viven
desde que vieron el primer lucero:
uno fijo en la terrenal corteza,
en tanto como flecha avanza el otro
hasta coronar el remoto Orión;
que haber o carecer
de movimiento es harto decisivo,
bien para ser un ave,
o un clavo en la madera hasta las cejas.
Es Pólux el inmóvil sempiterno
en el suelo, en el agua y en el aire,
que privado de pies, aletas y alas
está en un mismo sitio resignado
como un árbol que no camina nunca,
que el cetro de la múltiple parálisis
a cada cual le puede
tocar al nacer en aquellos reinos,
y sea acá o allá
queda en la más atroz de las quietudes.
El otro es Cástor -el dioscuro andante-
que a Pólux las espaldas no le vuelve
desde cuando estuvieron en el mundo,
aunque sí parte en pos de su destino
que en cada punto cardinal lo aguarda,
y en donde pisa fuerte el duro suelo
con las plantas ligeras
ambas centuplicadas con las otras
del hermano inactivo,
a quien le usurpa su personal tránsito.
Que el injusto reparto de la vida
ocurre prono cuando brilla el alba,
y acá el rincón sombrío queda íntegro
para allí gatear a duras penas
entre un montón de cosas inservibles
como él inanimadas justamente,
que es la jurisdicción
de la paterna casa donde nace,
que aunque diáfana y vasta
tal punto oscuro para sí lo escoge.
En tanto el otro erecto cual coloso
sobre los dos talones firmemente,
no en las aguas pescado horizontal
como aquel mortal en el suelo a rastras;
y en verdad de su asombro no se libra
al ver los pies distintos por entero,
que son sin duda alados,
y en cambio los de su entrañable prójimo
en el presente inmóviles,
como ayer y mañana puntualmente.
Que por ti, Pólux, tu feliz hermano
no deja de sentirse un inmortal,
compendio de la gran familia azul
al que le han dado el sacro movimiento,
que a perpetuidad debió ser de ti,
y merced al cual llega a las antípodas
por ese impulso puro
que tuyo era y pasó a él de repente
por mandato divino,
que ni tú entiendes ni tampoco Cástor.
Y son éstos los hechos insondables,
si bien, inmóvil Pólux, tu confianza
prosigue inmarchitable pese al tiempo,
que tus talones a la vez se empeñan
en discurrir como los de un ser sumo
que es volátil, acuático y campal,
como Cástor que quiere
vivir con los sentidos palpitando,
aunque raudos los pies
son mejor que afinados los sentidos.
Porque quien nunca pudo ir y venir
e inalcanzable le resulta el mínimo
trayecto de la hormiga pequeñuela,
es más justo empeñarse en codiciar
el ir y venir de los otros reinos,
que así al valle de Josafat arribas
primero que tu par,
y de allí al más allá directamente,
pues qué alados resultan
tus talones por mucho imaginártelos.
Y merced a Spes ambos satisfechos
en el albor de las postrimerías,
porque en ondas ligeras ha trocado
por fin Pólux el inactivo ser,
y también parte en pos de su destino
que por suerte no es ya de un gris efebo;
y Cástor ¡qué rareza!
que la grandeza humana la corona
a través de su hermano,
al velar cada átomo de él siempre.
Por lo uno y lo otro Zeus y Leda
al pie de los confines siderales
esperándolos por igual felices
a los dioscuros, que son sus amados
vástagos, por aquellas circunstancias
únicas en el globo sublunar,
uno por tan andante,
el otro por no andar nunca ni un trecho;
y Zeus y Leda observan
que los dioscuros y ellos son un todo.