Carlos F. Grigsby

Rilke y los perros

 

 

 

 

 

Cuerpos angelicales

 

Como los ángeles de Milton

que tienen seis alas y vuelan

entre las regiones del tiempo

hablamos toda la noche

sin tocarnos

compenetrados en espíritu.

 

Como los ángeles de Milton

que hacen la digestión paradojalmente

volviendo lo corpóreo incorpóreo

porque su Dios es dios de los apetitos

cenamos juntos y bebimos vino

sin tocarnos

compenetrados en espíritu.

 

Como los ángeles de Milton

cuyas formas volátiles a voluntad

pueden hacer metamorfosis

y si quieren mirarse trocan su cuerpo

en un solo ojo sin párpado

nos miramos morosamente

pero sin tocarnos

compenetrados en espíritu.

 

Como los ángeles de Milton

cuyos cuerpos aéreos están

en constante mudanza y reaccionan

a cada circunstancia del universo

me deshice de mis bajos instintos

esa noche en que rozamos

mente con mente

sin tocarnos

compenetrados en espíritu.

 

Y hoy no puedo dormir

y uñas me crecen

y vello

y rezongo

y rondo recuerdos

y gruño.

 

 

 

 

En la Estación Espacial Internacional

 

Al salir por la escotilla

todo era negro azabache

y yo buceaba

con mi blanca escafandra

en el corazón de la noche.

 

 

 

 

En el Tártaro

 

El deseo no sabe

que quiere seguir siendo deseo.

Tántalo no sabe. No sabe

que para que su sed sea sedienta

es necesario que el agua baje

cuando intente beberla. Para que su hambre

sea hambrienta las frutas

no pueden sino eludir sus manos.

No sabe. No se da cuenta.

 

 

 

 

Las aves

 

Esas aves de estaño

que suelen llamarse ruiseñores

oscuras golondrinas

o cisnes

—cuyas patas negras

y membranosas debajo

del plumaje aristocrático

son horribles—

 

no son las mismas aves

que se estrellan

contra el vidrio

de un edificio

creyéndolo continuidad del cielo

 

no son las que vuelan

a través de un parque eólico

bueno para el planeta

pero para ellas

aspas de la muerte

 

las del gorjeo

ansioso y aturdido

por el ruido de la ciudad

que interfiere en su música

las que quedan a veces

atrapadas en aeropuertos

cuyo mínimo aleteo contrasta

con el rugir de los aviones

y sus enormes alas metálicas

y en las que vemos acaso una alegoría

de nuestro propio lugar en el mundo

ese otro aeropuerto confuso

que es más grande y más ruidoso

 

o la urraca que entró un día

por la ventana al aula de clases

y por la que todos los alumnos

se agacharon en pánico

mientras ella —también en pánico—

rondaba el rectángulo del salón

una mancha negra blanquiazul

abigarrada al vuelo

y se estrelló no una sino dos

veces en las paredes

antes de salir al ancho aire

en un volar ladeado y a pique

mientras los niños en el aula

se ponían de pie aliviados.

 

 

 

 

Las cavernas

 

Suponiendo que sobrevivimos

a nosotros mismos y sigue

girando este lindo planeta azul,

 

suponiendo que llegamos a las estrellas

en lontananza y de tiento en tiento se da

el encuentro con una inteligencia extraña,

 

¿acaso serán como los pulpos

que tienen la mente en los tentáculos? Inútil

especular. En todo caso, ante nuestros vecinos

 

siderales, ¿de qué nos servirá el pobre

arte de la escritura? Comprenderán

tal vez nuestros aspavientos,

 

la razón tras nuestro abultado cráneo

y las matemáticas que urdió el mono

bajo las estrellas, ¿pero leernos?

 

Sospecho que no. Y sin embargo

hoy me puse a pensar

en el sentido de esto de escribir

 

y veo claro que cada uno escribe

para transmitir al que viene

cómo fue ser humano en su tiempo,

 

a qué se parecía el amor en su cultura

y, si tenemos suerte, revelar alguna verdad

pequeña, parcial y pobre

 

que al siguiente, y al siguiente del siguiente,

les ilumine un poco el mundo. Es decir,

seguimos pintando en las cavernas

 

pero vamos mejorando.

 

 

 

 

 

-Carlos F. Grigsby
Rilke y los perros
Colección Visor de Poesía
España, 2022

 

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Carlos F. Grigsby (Managua, Nicaragua, 1988). Fue, con dieciocho años, ganador del Premio Loewe a la Creación Joven por su libro Una oscuridad brillando ... LEER MÁS DEL AUTOR