Hielo en el horizonte
Hoy encontramos a un poeta
Por Javier Alvarado
“No sé si debo entregar la memoria a los vivos,
de la que me exigen cuenta mis muertos.”
C.C.
Nombrar a Nicaragua desde su fuerza acuática en sus lagos; telúrica con sus volcanes, es remitirse también al gran magma lingüístico y poético vertido desde sus aedas: Rubén Darío, el universal artífice de Azul y de Prosas Profanas; hasta luego enumerar a poetas de una vasta tradición: José Coronel Urtecho con su Pequeña Biografía de mi mujer y sus traducciones, Joaquín Pasos con el Canto de Guerra de las Cosas, Ernesto Cardenal y su Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Ernesto Mejía Sánchez con sus Recolecciones a Mediodía, Pablo Antonio Cuadra y La tierra que habla, Carlos Martínez Rivas y La puesta en el Sepulcro, Manolo Cuadra y su Tristeza como un policía, Ana Ilce Gómez y sus Ceremonias del Silencio, Gioconda Belli con sus poemas de Sobre la grama, Leonel Rugama, muerto prematuramente y conocido por su poema La tierra es un satélite de la luna, Claribel Alegría y su Carta a un desterrado, a quien los poetas siempre jóvenes como Francisco Ruiz Udiel, autor de dos poemarios valiosísimos: Alguien me vio llorar en un sueño y Memorias del agua, apodaba a ella: “Su Majestad”; hasta el acento personal de Marta Leonor González con sus libros Palomas equilibristas y Managua 38 °. Escudriñar en esta gran tradición es un ejercicio estremecedor donde se conjugan motivos existenciales, amorosos, eróticos, sociales que vislumbran las realidades de nuestra Latinoamérica golpeada y con numerosos sueños y constelaciones de zacates y gritos campesinos y también de otras realidades citadinas, personales y colectivas.
Hace un tiempo, gracias a las redes sociales y cibernéticas, he establecido contacto con el poeta Carlos Calero (1953), nacido en Monimbó, Nicaragua y el cual migró hacia Costa Rica estableciéndose en ese país y acentuando allí sus raíces. Publicamos en la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro una muestra de su trabajo y él ha estado allí, acucioso, trabajando calladamente, su poesía. Tuve noticia de que el sello El Ángel Editor con sede en Ecuador, publicó un libro suyo titulado Hielo en el horizonte. Le escribí a Xavier Oquendo Troncoso y le pedí una serie de antologías y libros de grandes autores ecuatorianos: Miguel Donoso Pareja, Rodrigo Pesantez Rodas, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón Vera además del mencionado libro de Calero, los cuales me fueron entregados en Salamanca, España, celebrando de antemano la aparición de una publicación de un poeta centroamericano en Sudamérica.
Hielo en el horizonte es un libro que sorprende por su audacia poética y sus giros metatextuales. Es un ejercicio paciente de escritura donde se conjugan temas personales y universales. El tomo inicia con un pórtico que anuncia al lector lo que se avecina:
(Los rostros y voces maestras, que nos preceden, no deben
comprometer su palabra con nadie.
En la soledad del oficio se comprueba.)
Inmediatamente en el primer poema, titulado “Donde el sueño busca un sable”, nos hallamos en ese reto escritural:
Si escribí un verso
fue para deslizar la uña del tigre
donde el sueño me entregó un sable.
…
Si escribimos un verso
fue para señalar con el dedo
un poder de océanos,
sus mantras circulares
Carlos Calero hace un despliegue fabuloso de la metaforización; algo de lo cual se rehúye actualmente. Su verbo y sus palabras caminan seguras por las planicies y valles del papel. Además de poemas en verso libre, también hallamos prosemas en el cuerpo de su libro que van acompasando el tono y la propuesta poética con gran acierto:
Deseo
(Fragmento)
Si llamo recurso al silencio, esto implica extraños universos. El silencio semeja una larva de luz en los arbolarios y pupas con futura geometría de mariposas.
Hay, con intencionalidad voluntaria o no; la alusión al trabajo del poeta, condición que puede trasladarse a la vida de Calero y a su rutina, desde el rigor y la paciencia. La lectura de Hielo en el horizonte no sólo me pone a imaginar copos de nieve o a escuchar baladas gélidas en este lugar donde se asume el trópico; sino que me ha descubierto a un poeta del cual deseo leer sus libros anteriores y los posteriores que esté dispuesto a darnos. Para nuestra Centroamérica es digno de celebración que su obra vaya en ascenso hacia otras latitudes; de una tierra volcánica a otra, desde el Masaya hasta el Chimborazo, desde el Momotombo el Cotopaxi, desde el Telica hasta el Pichincha, en un diálogo de hielo y fuego. Gracias, Carlos Calero, por tu obra; hoy, mañana, quisiera estrechar su mano y conocerlo personalmente, quizás en otro país de volcanes: Costa Rica, donde se ha acendrado, con su Poás, Irazú o Turrialba o en otra geografía con el material piroclástico de las palabras. Alegría por él, por su Nicaragua, por sus destinos de migrante. Ayer y hoy, encontramos a un poeta:
Hoy encontramos a un poeta
que limpia la nostalgia del patio y nuestros ancestros
…
Hoy encontramos a un poeta
que escribe un poema
mientras resuelve sus axiomas
y no rompe las vértebras de las palabras.
Panamá, 10 de noviembre de 2021
Poemas de Carlos Calero
De Hielo en el horizonte
DONDE EL SUEÑO BUSCA UN SABLE
Si escribí un verso
fue para deslizar la uña del tigre
donde el sueño me entregó un sable.
No merecemos una vértebra sorda,
no hemos conocido la grieta falsa del equilibrio.
Padecemos la plenitud del todo y el pantano del vacío
en la selva, su música y los confines
que vibran en el rugido del espíritu
con que se habita una aldea de relámpagos
y el hambre del silencio que agota
las palabras en las aguas ondulantes.
Todo muta entre anturios en un lienzo con pinceles
como lanzas asomadas a una muralla.
Somos los rostros de la hierba colgada
donde el cielo muestra las liturgias del aire
con escaleras y pasillos sagrados.
Nadie es santo o lo contrario
hasta que los relámpagos sean silencio o falsos incendios.
Y nuestro espíritu batalla
entre olores, cuerpos,
templos secretos de anheladas copulaciones
y trajes invisibles para cubrir el alma.
Si hemos escrito un verso
fue para detener el rapto con ecos
que reproducen lagos y jardines
a lo largo de un camino enhebrado entre los bosques.
Un enjambre rodea la mirada
de un jabalí con hilachas del pasto
y el frío entre las pezuñas rotas.
Si escribimos un verso
fue para señalar con el dedo
un poder de océanos,
sus mantras circulares
que cuelgan en los cuernos de un ciervo
mientras baja a la roca,
en el límite de un horizonte,
y camina sin ver qué engaño arde a sus espaldas.
LO ÚNICO QUE NO BAJA A LA TIERRA
Cuando a un cazador se le muere la mujer
entierra con ella sus senderos.
Entierra algo más que su soledad y los Pirineos.
Bajan a la tierra su noche y las lunas.
Baja su casa de piedras.
Baja el silencio del bosque y los cascarones de la nieve.
Baja la sobrevivencia y la carne sin grasa y macerada.
Bajan el jarro de hierbas y las cabras.
Baja el milenario vértigo del deseo convertido en recuerdo.
Bajan los ojos de esa mujer masticados por los espejos.
Bajan los árboles tejidos por el agua dura
entre los troncos envejecidos.
Bajan las pieles despellejadas.
Bajan el carbón y el fuego contra el lomo empinado de la nieve.
Bajan las osamentas congeladas de los animales cazados.
Bajan las sombras del frío por los agujeros de la madrugada.
Cuando a un cazador se le muere la mujer,
lo único que no baja a la tierra
es el amor por ella que mata a los lobos.
ME PREGUNTO
Me pregunto si tendré la suerte de estas piedras,
de estos fragmentos y raíces celtas,
de estas longitudes de sombras originarias,
de estos bosquejos de ciudades,
de estas maravillas ocultas bajo la tierra,
de estos recuerdos de lagunas
con peces de madera y humo,
de estas filosofías oprimentes,
de estos insectos de luz y sombras,
de estas taxonomías en el cielo
y un aullido inclemente,
de estos signos matemáticos invidentes,
de estas casas de hierba y riachuelos,
de estos tiempos en una mano,
de estas lecturas de las guerras,
de estos hijos atrapados por un destino en ciernes,
de estas longitudes del alma y el polen,
de estos imprevistos sin tumbas,
de estas diminutas pirámides de sal dulce,
de estos seres anclados en el tiempo,
de estas cápsulas en el agua y en el oxígeno,
de estos desterrados con una patria
en círculos rotos por el aire,
de estas miniaturas de universo
bordadas con agujas en piel de cabras,
de estos buzones sin nombre
donde espera una carta congelada,
de estas insignificancias al flotar las palabras
mientras vuelve a tu boca el mundo.
HOY ENCONTRAMOS A UN POETA
Hoy encontramos a un poeta
que limpia la nostalgia del patio y nuestros ancestros,
saca la capa acre de los tristes,
limpia la geografía de los fantasmas e insectos,
vacía cada foso de polvo
acumulado en la edad de los retratos,
pone sobre el tiempo de la cocina
las metafísicas de un cielo escéptico,
escoge entre los cuartos
las narraciones del misterio
y la canción pop que abre el pico
como pájaro hambriento
en el tronco de un sauce.
Hoy encontramos a un poeta
que enciende el horno de las tormentas
para dorar las porciones de sal
junto a un barco y su sombra
de piratas e islotes.
Hoy encontramos a un poeta
que sacude las túnicas y sandalias,
coloca el escobón frente al invierno,
descubre que la sala huele a cábalas,
mira que los vasos levitan
en el corazón de un místico,
limpia la grasa en el lavaplatos
con el agua que no sobra en los desiertos,
dice todo es átomo, todo existe,
todo induce a la cercanía con la muerte.
Hoy encontramos a un poeta
que escribe un poema
mientras resuelve sus axiomas
y no rompe las vértebras de las palabras.
Hoy encontramos a un poeta
con su cabeza llena de acertijos
para sacar el caos de la sombra
donde ve un faro sobre las rocas
y a una urraca en la maleza.