Asuntos de minotauro
Asuntos de minotauro
Los toros me rodean
y el círculo del universo
se rompe en los hologramas de Borges.
Los potreros son botones del destino
y mi chaqueta, en este caso, carece de ellos.
Sus pezuñas exaltan
el ruido de las patas rotas
en las galerías subterráneas.
Y huelen a queso rancio
los cascos gruesos y sagrados.
De estos pasadizos
se dice y se describe
están cubiertos con espejos
que simbolizan
a quienes mueren en la calle
envueltos con papel periódico
y los ojos atascados con cielos
que repiten otros desvelos
de techo quebradizo y húmedo.
Y los toros llegan, los huelen,
lamen la grasa de las ingles
y los pómulos de esos seres
que respiran por los huecos
en las cloacas de los suburbios circulares.
Los toros braman por hambre.
Las malas lenguas dicen que se revuelcan
con travestis y putas indomables.
Los toros esparcen su semen.
Caen ciudades por el filo de sus cuernos.
Los toros abren océanos ácidos
sin barcos, puertos ni faros,
mientras salen desnudos
a limpiarse del estiércol fermentado.
Toros que embisten horóscopos
con dibujos deformes y sombras
de sacrificios medievales
en mataderos clandestinos.
Me dicen, por mis astas poderosas,
que reino en un tugurio
y mis muslos peludos bambolean
la corona que me entrega la muerte,
sin que haya un solo testigo
de que Ariadna y Teseo se confabulan
y, para evitar el costo del sarcófago
y no amanecer en la funeraria, me degüellan.
Como pájaro rojo
Estás llegando al mar que deseabas.
Tu mar buscado,
el insólito, el total,
tu mar ambiguo y breve.
Llegás para volver a perseguirlo.
Tu mar que se hace sal y huye.
Huye de mí y sí mismo
y se convierte en un solitario
tiburón que besa los corales.
Tu mar de mares,
tu mar de islas imaginarias,
tu mar con remos de acero y torres
de las glorias submarinas.
Tu mar de mujeres pez,
de mujeres hipocampos,
de mujeres marineros con redes
que hunden las anclas
y descubren continentes y pasillos,
que unen ciudades donde nunca
debieron ser un misterio.
Estás llegando con tu mar.
Nadie sabe que un barco te acompaña,
solo ven el suyo en los naufragios
de quienes eligen otro mar y tempestades.
Estás sobre tu mar y ves la Ítaca
cubierta de arbustos,
rodeada de escombros
donde las flautas y cítaras
pastan como cabras.
Tu mar reconoce las puertas
del reino del que nunca has marchado,
y regresás a hurtadillas,
recobrás tus recuerdos.
Entonces, tu mujer te huele,
te desviste, te comprueba,
por aquello que las deudas
no sean honorables.
Ya sobre tu cama ves que tu océano
agrupa estrellas que cantan
como un pájaro rojo de sal y arena.
Desafino con Paul Celan
Polluelos del silencio, te digo.
Ratos del silencio, me dirás.
Gaviota ciega de arena, te comento.
No. Gaviota derribada por una pedrada
esgrimís entre una capa de nostalgia.
Tu limosna de la luz
ya fue dada,
para que el mar sobreviva.
Talvez hubo retraso al no alcanzar
un lugar en el barco
donde me esperaste con la muerte.
La mancha roja del sol
fue negada por los islotes invisibles.
Claro, acaba de atardecer
y no te veré más.
El azul de las olas paga en efectivo
tu pasaje, sin regreso, desde el olvido.
Por supuesto, aquí tengo las cartas
desechadas porque ya no existen buzones
y me las envío a mí mismo.
El silencio hereda la llegada de las estrellas.
En eso coincidimos
porque mi página es una de ellas.
La bicicleta se antepone al cadáver
La bicicleta antepone
su tragedia al cadáver.
El cuerpo impactado levanta
una mano de humo y lágrimas.
No existe sensualidad cubista
como la joven del sombrero y cinturón rojo,
que monta la bicicleta
en el cuadro de Georgy Kurasov.
Presencia tácita de la cruel muerte.
Una montaña de vapor azul
envuelve los rostros lejanos de la ausencia.
Su dominio de la escena exhala vacíos.
Derriba. Silencia los paraísos y familias.
Suponemos que la parca,
con carruaje de cancerberos,
lo condujo, entre la mortaja, a la morgue.
Abrió sus dedos oscuros
y diagnosticó las causas
que explican por qué el cráneo
se partió en fragmentos,
a la hora de agrupar los huesos,
con guantes esterilizados,
ambiente de congelación
y tiempo de ceniza en las comisuras
del sepulcro abierto y verdoso.
La bicicleta retorcida se antepone al cadáver
como una pelambre del invierno amargoso,
embalado por el desconocido mecánico
de autos y choferes homicidas.
La bicicleta se antepone al cadáver,
esta mañana de ritos violentos
y la idea de que el mundo
es abismo carbonizado
o derribo de un alma deshuesada,
por los vientos salvajes
que nos empujan al pasillo
de los arbustos mortecinos,
mientras el muchacho intenta
esquivar el auto que lo impactó
y huye como lobo perseguido,
hasta un tumulto de muertos
que sufren en un océano en que navegan
los homicidas, quienes confían
nunca serán castigados.
La bicicleta se antepone al cadáver,
mientras una fila de autos
se detiene como ganso
que grazna a los restos
del cráneo, abdomen y costillas.
Una muchacha, sin la bicicleta roja,
lanza su boina francesa
hasta el hombro de quien
la montó en la biela,
mientras el mar los bamboleaba
en dos boyas bajo el sol rojo,
sin pensar que uno de ellos moriría.
Ignoro por qué Kurasov
me pone a pensar en otra mujer
que camina con sombrilla
y un perro bulldog enano,
en una ciudad cubista
con banca de madera y un periódico.
Mi gato
Este no es el gato de Baudelaire,
ni me apetece que lo sea;
no es un gato literario,
tampoco el felino negro
y enigmático de Poe.
Es un gato callejero,
porque su madre lo parió entre estañones
y luego lo subió, con sus otros hermanos,
a un cielo raso antes que los perros
de un barrio vecino la despedazaran.
Y, mientras ocurría eso, la gente pasaba
hacia una panadería como si no ocurriera nada.
Mi gato sabe agradecer.
Siempre está donde mi sombra lo protege.
Yo sé que el karma tarda pero es certero.
No sé, tampoco, si sea un gato místico.
Me intrigan los dos enigmas de sus ojos.
Sé que mi gato conoce mucho del cielo
y cómo salvarle los misterios a la luna.
Y si se trata de la muerte,
me mira, reflexiona y maúlla.
Sobre la cabeza de un perro
La casa de tu memoria
respira olores sagrados;
olores grises, turbulentos;
olores insatisfechos por el derribo
de los techos donde anidan
las palomas hojalateras,
las palomas vende ropa y helados.
Los techos donde viven
reptiles sastres que visten
corbatas y gabanes
con que dejan de lado los fragores
y el aire seco de abril.
Insectos que cuchichean
la infidelidad de las amapolas.
La casa de tu memoria amanece
y no se cambia de ropa
después de la penumbra y los sueños;
no se peina dentro de un espejo;
no se lava el rostro ni pone
collares de ballenas en su cuello;
no limpia telarañas ni exhala
el vapor de los arroyos,
en estado de eternidad y vida,
atrapada por el colector
de miel y misterios,
cada vez, cuando hunde su pico
entre jardines y arbustos
nacidos en los respaldos de las sillas,
construidas para que la casa
espere la visita de los viajeros,
cuando no ven más que un horizonte
sobre la cabeza de un perro.