Cambiar la piel
Rogativa I
(MOMA, N. Y.)
Una ronda, Matisse.
Solo una ronda.
Mujeres azules,
desnudas
mientras ciela.
Sin parches
sin estrógeno
sin pérdida.
Enterraremos apósitos
imanes a la madre,
ancla,
tierra mojada
cubierta
con
tierra
en la danza.
Guardaremos la sangre,
Matisse,
para el ciclo de
los pasos
mojados.
Caracolas sin mancha,
bailaremos
los pies en el charco
al sol la piel
reseca.
Una ronda, Matisse.
Para todas.
¡PAGO YO!
No vendrá desde abajo
el cobre que
haga sonar
cada moneda.
Ya parimos ahí
cardos
también azules.
Trepadas sobre el espacio
al que no diste árbol,
seremos sonaja
de la mano,
fruta al viento.
Cantaremos nísperos tibios
siesta de infancia
huyendo
del sucio dedo
del vecino que
algunas
tuvimos que escupir.
Rogativa II
(mientras se fuma en el patio trasero de un departamento)
Cerrar los ojos,
sorber el humo,
barrer de noche
en esta casa
ajena.
El polvo al patio,
a la vereda.
Arriba,
las sillas
serán giradas del derecho sin
que nadie
tuerza otras
del revés.
El llanto del niño vecino
confirma que
no debemos ya
curar el susto
de las infancias
con oraciones
de las que saben.
Más bien,
silbar de noche
nanas del Niño,
aunque llore la virgen
aunque llame a las brujas
o cantar
letras
mezcladas con el humo
que me vuelve
de la boca
a la nariz.
Mañana, en algún bar,
será un don
imperceptible,
salero bien dado en
la mano amiga
o enemiga
de quien coma
a mi lado.
El gesto aprendido
no cambiará
su ingesta.
Jueces perdidos I
Generaciones de pecadores
ignoraron la Voz.
Pero oyeron a sus jueces.
Ignoraron a sus sabias
tanto,
hasta creer
que
traerían la paz
cuando vinieran los reyes.
Cuerpos
gemidos
perversión en cada
amparo.
La letra dictada
divina es
sangre en los costados
en los pechos de las
sin nombre
sin derechos
reveses y al bies.
¿Trama del Hombre justo?
El diario de mi provincia dice
que habrá de
cambiarse
una sentencia
por tener
un sesgo sutil
violento
en la causa de las cosidas
por el carnicero del espéculo
sin guantes
marcados en la piel
de las muchas.
Formas de reescribir el lenguaje
las leyes,
el orden
siempre
grotescamente
desordenado.
Dios le da la espalda
a su pueblo
ya no escucha,
por suerte.
El pueblo
desoye a sus diosas
de batón, libro y escoba.
Se anulará el fallo
—en un portal online—
unanimidad de
Las fiscales.
Cambiar la piel
(Bryant Park, frente a la Public Library)
No te faltará madre.
Soltarás su pequeña mano,
su ruda voz
y el abrazo esquivo.
Cantarás al cielo
por las abuelas
dadoras de budín con nuez
y anís para el frío;
y por la bisabuela
que cuida
desde la muerte.
Sonreirás a la olla
de la vecina chilena
su receta del tomate, del dulce bien revuelto,
la conserva,
empanada, fiesta colectiva.
La poesía te fue dada en señoritas Marys,
Bertas, Piruchas y Gracielas.
O en libros escondidos
estaciones de la sed
en la cartera marrón gastada
de la tenue voz
de una madre,
casi hermana,
ahora amiga, que
llora y ríe,
pensando
tu crianza en los recreos.
Recordarás las suegras que
aunque adustas,
te enseñaron el mantel,
la harina
y los golpes
del marido que no dejaste entrar.
Cambiar la piel II
(Lincoln Park)
Alabarás el camino que
te prestó madres de hermanas
que supieron decir
esperar a todos para poner la mesa,
lavar los platos
con la radio encendida.
Seguirás sembrando en les hijes
para que cosechen
sus propias
otras
madres
con el poder de decirles
valientes
hermoses crías del mundo
estrenando piel.
Así, no hará más falta
la que amenazó
tantas veces
tantas veces
tantas
veces
con irse,
mientras el llanto,
mientras la noche,
mientras el miedo.
No será búsqueda su mirada
quitada como castigo
del vaso roto
la llegada a deshora
la pelea con el padre.
Y olerás las flores
que las madres cortaron
para tu casamiento
tus partos
el divorcio
el amor
los abortos
el olvido.
El pecho lleno de ideas
no buscará el dedo en alto
de esa mano pequeña,
tan parecida a la tuya.
Cambiar la piel III
(Subway Line A rumbo a Brooklyn)
Oirás campanas de triunfo.
Y agradecerás la vida
porque
hubo otras tetas
que jugaron a la canasta,
a la jalea de uva,
al maquillaje temprano
y a cambiar los cueritos.
Te volverás la madre
aprendiendo de las que
seguirán viniendo
con el perfume, las tazas de té
y las rutas solitarias
usando los ojos de ver.
Y se alejará el peligro
de dejar de respirar
si la tuya está cerca.
Alfonsina
(Ruta 7, lejos del mar)
Muere la loba.
Desaparece.
Todos replican la gesta suicida.
De su aullido pocos se acuerdan.
Es que la sangre volcada al mar
se desvanece y
no ensucia la tierra
de los sordos.
Con su tinta, colada en frascos
guardada de cada ciclo,
escribió la idea de que el ganado
no debería
permanecer
mudo
frente al tiempo de los hombres.
El escalpelo de su voz
no tuvo más tajos
que en su propio pelaje
de madre
natural,
poeta
sin molde.
Aulló a un universo
en parcial ceguera,
necedad nomás
que no quiso mamar de esa teta para fundar ciudades
con gemelos predadores.
Muere la loba.
Desaparece.
El gesto es sin mancha,
lavando la culpa de todos.
¿Nos deja libres de pecado
cuando una loba se hace al agua
y
sirena, para siempre
oculta entre algas su vulva,
su piel?
Nadie entendió el llamado,
sus mordiscos en cada hoja
el guiño en cada libro
toda vez que sabemos de
una última carta.
Al agua entonces
con la dentadura filosa
que abrió sus fauces
para decir blanca
donde, con jugo de limón
había escrito,
roja infamia.
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-Carina Rita Medina
La causa de las cosidas
Tanta Ceniza editora
Neuquén, Argentina, 2019
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