Camillo Sbarbaro

Ahora que has venido

 

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

 

AHORA QUE HAS VENIDO

 

Ahora que has venido,

que con paso de danza has entrado

en mi vida

como una ráfaga en una habitación cerrada

para celebrarte, mi bien tan esperado,

me faltan las palabras y la voz

y estar callado a tu lado ya me basta.

 

Así el gorjeo que ensordece el bosque

a la salida del alba, enmudece

cuando el sol se levanta en el horizonte.

 

Pero a ti te buscaba mi inquietud

cuando muchacho

me asomaba en la noche de verano

a la ventana, como si me ahogara:

no saberlo me afligía el corazón.

Y son todas tuyas las palabras

que, como el agua que rebasa el borde,

a la boca llegaban por sí solas,

en las horas desiertas, cuando avanzaban

puerilmente mis labios de hombre

tan solo por el deseo de besar…

 

 

 

 

A VECES EN EL BOCHORNO DEL CAMINO

 

A veces en el bochorno del camino

un canto de cigarras me sorprende.

Y de pronto me llena la visión

de los campos postrados en la luz…

Y me asombra que en el mundo existan

todavía los árboles y las aguas

todas las cosas buenas de la tierra

que me ayudaban a desmemoriarme…

 

Con este necio asombro el borracho

recibe en el rostro el aire de la noche.

 

Pero al sentir el alma que se adhiere

a cada piedra de la ciudad sorda

como árbol con todas sus raíces,

me sonrío a mí indeciblemente y como

en un esfuerzo de alas alzo los codos.

 

 

 

 

LA NIÑA QUE VA BAJO LOS ÁRBOLES

 

La niña que va bajo los árboles

no tiene sino el peso de su trenza,

un hilo de canto en la garganta.

Canta sola

y salta por la calle; pues no sabe

que nunca más tendrá un bien más grande

de ese poco de oro vivo por los hombros

de esa alegría en la garganta. A nosotros que no tenemos

sino una felicidad hecha de palabras,

y no el encendido lazo y no la mucha

esperanza que a ella le agranda el corazón,

si no es mucho pedir, que nos sea quitada

antes la vida que ese solo bien.

 

 

 

 

ME DESPIERTO

 

Me despierto del ligero sueño solo

en plena noche.

Alrededor calla

la casa como vacía y allá abajo brilla

silencioso con sus luces un puerto.

Pero tan frías y distantes son esas luces

y tan grande es el silencio en la casa

que me incorporo sobre los codos y escucho.

Un repentino terror me corta

el aliento y me ensancha los ojos en la noche:

separada del resto de la casa

separada del resto de la tierra

está mi vida y yo estoy solo en el mundo.

 

Luego el recuerdo de los caminos habituales

y de los nombres y de los rostros cotidianos

vuelve a emerger del sueño,

y de mí sonriendo me acomodo.

 

Pero, desaparecido con el sueño el miedo,

un hielo queda en el fondo de mi alma.

Camino entre los hombres mirando

atentamente a cada uno con mis ojos,

curioso de ellos, sintiéndome un extraño.

Y no tengo a ninguno en cuyas manos

poner mis manos con confianza plena

y con quien olvidarme de mí mismo.

 

Si las aguas y los árboles no existieran

y todo el mundo mudo de las cosas

que acompaña mi vivir en la tierra,

yo pienso que me moriría de soledad.

 

Ahora este caminar entre los extraños

este vacío alrededor me mete miedo

y la certeza de que será para siempre.

 

Pero se quedan los ojos cruelmente secos.

 

 

 

 

PADRE, AUNQUE TÚ NO FUERAS

 

Padre, aunque tú no fueras

mi padre, aunque fueras un hombre extraño

por ti mismo igualmente te amaría.

Porque me acuerdo de una mañana de invierno

cuando descubriste desde la ventana

la primera violeta en el muro de enfrente

y nos anunciaste alegre la noticia.

Y de pronto con la escalera al hombro

saliste de la casa y la apoyaste al muro.

Los niños mirábamos desde los cristales.

 

Y de esa otra vez también me acuerdo

cuando perseguías por la casa, amenazándola,

a mi hermana, todavía muy pequeña,

(no sé qué había hecho, la muy terca).

Pero al alcanzarla, porque chillaba fuerte

de miedo, te fallaba el corazón:

porque te habías visto a ti persiguiendo

a tu pequeña hija muy asustada

y vacilando a tu pecho la atraías

y con caricias dentro de tus brazos

la envolvías como para ampararla

de ese malvado que habías sido antes.

 

Padre, aunque tú no fueras

mi padre, aunque fueras para mí un extraño,

entre todos los hombres te amaría

tanto por tu corazón de niño.

Camillo Sbarbaro Nació en Santa Margherita Ligure en 1888 y murió en Savona en 1967. Muy amigo de Eugenio Montale, quien le dedicó una sección de Oss ... LEER MÁS DEL AUTOR