Presentamos algunos textos del destacado poeta chileno y Premio Nacional de Literatura.
Braulio Arenas
DÍA A DÍA
El vidrio de la ventana se ha quebrado anticipadamente. Unos decían: “Han sido los colores del prisma al atravesar la noche para fijarse en el techo”. Otros culpaban al pez lápiz; otros, al pez carta; otros, al pez buzón.
Sólo que a la mañana siguiente el vidrio de la ventana se veía intacto. Nada, ni la menor trizadura, ni el menor color, ni el menor sello de correo.
Las olas del mar, como de costumbre.
EL ENCANTO
Ella miró al mar durante un largo rato. Después le volvió la espalda y echó a caminar hacia su casa.
Desdeñosa, aparentemente.
Pero, desde la misma orilla, su mano abierta había dejado un reguero de sal, como quien siembra, como quien trabaja. Este hilo de sal iba desde la orilla hasta el dintel mismo de su mansión.
Ni una vez tan solo ella volvió el rostro para ver si el mar la seguía.
Sin embargo, bien sabía ella que el mar, como un pigmeo africano, había lamido la sal y había caído en sus redes.
EL GATO
El gato había levantado una pirámide de sillas sobre la cama. Instalado en lo alto, el peso de su cuerpo hacía oscilar esta construcción, como los acróbatas de los circos.
La prueba consistía en acercarse lo más posible, peligrosamente, hasta la almohada, donde yacía un ramo de claveles. El gato aspiraba el olor con sabiduría, en un vaivén de locura, de aullidos, de sueños con tejados puntiagudos, los cuales, mal que mal, representaban la idea de la selva africana.
SAN JOSÉ DE MAIPO
El agua del río sin otra virtud que los sabios consejos de las mujeres
Derrama la sombra de los sauces él busca la identificación de esas aves extrañas
Que todavía permanecen en el aire ninguna de ellas ha descendido sobre él a contemplar su vuelo
Ninguna de ellas se ha decidido a dejar de ser ave por su sombra
Las jóvenes habían llegado al país donde se queman los labios y los ojos
Y gracias a sus miradas y a sus besos consiguieron alborotar todo el falansterio
Y yo tenía una noción precisa de esas aves y en vano trataba de comunicar mis ideas al río
El cual cambiaba de piel cada siete ahogados
ANIVERSARIO
¡Parque, cuidado! Las alondras duermen. La lluvia ha dejado una capa de barro en la cual nuestros zapatos se hunden. Nosotros reímos. Reímos de esta absurda estatua, reímos de verte tan niño, de verte tan grave. Una trenza que tú no habías tenido nunca antes, cae ahora sobre tu espalda.
Es casi de noche. Pero, ¿cómo se vino la noche tan de golpe? Es absurda esta noche jadeante que corre de meridiano en meridiano, siempre en busca nuestra.
Las alondras empezaron a sembrar el cielo de gritos tenebrosos. Tú tomaste la trenza entre tus manos y, fingiendo severidad, miraste al cielo.
Durante veinte años y más, he recorrido este parque, este mismo parque, bajo iguales noches de lluvia. Las alondras cruzan alborotadas el cielo, con sus mismos gritos. La noche corre de meridiano en meridiano, jadeante. Mis zapatos se hunden en el barro y ya no puedo avanzar. Ni más está decir que en el parque no se ve un alma.
(Siempre me ha conmovido esa singular expresión que indica soledad: “No se ve un alma, no había un alma”).
¿Y tú, alma que conmigo cruzaste el parque aquella noche de julio de 1922, y que tenías, para divertirme, el rostro grave de una mujer, aunque eras tan solo una niña, y que conmigo reíste, tú, la que en un rapto de especial belleza te sacaste el sombrero, un pequeño sombrero de colegiala, y te arremolinaste la cabellera para hacer volver a su centro una trenza rebelde, alma mía, es que estás invisible ahora y por eso dicen que no se ve un alma?
¿Es que, invisible, vas donde las alondras que duermen, y soplas sus plumas en estas noches de lluvia, para que ellas, por un momento, vuelen gritando y para que después se serenen y encuentren el reposo en sus nidos calientes?
¿Es que invisible, me dices que el amor es el heredero en línea directa de la infancia?
¿Es que…?
¡Basta ya de interrogantes!
¡Basta ya, te digo, viejo parque!
Basta ya.
Yo recupero la noche como quien recupera el conocimiento.