Poemas. Objetos de la muerte
HUNDO LA MANO EN LA ARENA y encuentro la vértebra perdida. La extravío al instante. Sombra de marfil, desgranada. Mi padre sonríe. De este lado del mar la espuma es oscura. Huele a fiera me dice la pequeña amiga. El mar huele a vida y a muerte le respondo, supongamos que es así.
La salud aferrada a la roca. Piedra sensible a la luz. El cazador carece de manos y pies. Es ciego y desea. Y su deseo es el bosque bajo el agua, poblado de sexos en flor o de flores maestras que horadan el silencio con sus grandes picos rojos y lentos.
LENTOS CÍRCULOS, INFINITAS ISLAS en un mar interior que gira sin pérdida ni ganancia.
Llegar a eso. Al inexplicable balcón sobre la noche silenciosa y desvelada. Retroceder hacia la luz es volver a la muerte. El reloj vuelve a dar las horas perdidas.
POEMAS. OBJETOS DE LA MUERTE. Eterna inmortalidad de la muerte. Algo así como un goteo nocturno y afiebrado. Poesía. Orina. Sangre.
Muerte fluyente y olorosa. Gran oído de dios. Poesía. Silenciosa algarabía de corazón.
ENTRE OTRAS COSAS DIOS ESTÁ ALLÍ, sentado a la diestra de sí mismo. Confundida en el trébol, su mano me salva de las llamas.
Dios está allí porque lo creo a imagen y semejanza mía.
Pobre mujer de cabellos tristes que se quita la maldad a puñados y se lava mil veces y es ella misma la mancha indeleble en la hoja del cuchillo.
DESPUÉS DE LA GRAN OLA el aire se detiene. La gravedad reina. Se presienten leves, pequeñísimos navíos en el aire cada vez más frío de la tarde, suspendidos frente a un aparente destino. La partida y el límite confundidos.
Sin embargo, qué posibilidades e historias, cuántos sucesos inadvertidos. Cualquier cosa, casi nada, lo más oscuro del aliento, un asomo de tibieza en el entorno, se convierten en tabla de salvación.
Salvación de qué. Para qué. Cuándo. Férreo sinsentido. Celestial es el garfio de la carne en tránsito.
GOLPEASTE TRES VECES la campana vacía y nadie respondió. El cerebro, la manzana, el corazón eran la misma sombra muda y secreta sobre el césped infinito donde el amor se arrodilla a la espera del rayo que se curva, tajante, como otro cielo.
Nostalgia de los ausentes, de los ángeles varios. Ellos, despojados del tiempo, se convierten en alusiva desnudez, en ausencia turbadora.
No es el reino de la voluntad o del deseo. Traducir el silencio es pretender hacer música donde ya no existe ni la garganta ni el oído humanos.
Traducir el silencio. Golpear tres veces la campana vacía. Que mane el agua mínima, que el dios exista y colme con mudo resplandor el antro imaginario.
Cordis. Corazón. Caverna húmeda, oscuridad azul.
(De El libro de barro, 1994)